Tranquilos, que el mundo no se va a acabar. Eso sí, dentro de cinco o diez años se deshará de esa plaga bípeda que contamina sus ríos y cambia sus climas. La especie humana será solamente un recuerdo, como los dinosaurios, y la Tierra volverá a ser un lugar turístico elegido por especies extraterrestres.
Pero entre el derrape final y el renacimiento planetario habrá un período, que la ficción suele llamar “posapocalíptico”, en el que los desafortunados sobrevivientes deberán arreglárselas en sociedades salvajes, en las que dominará el más fuerte, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, en las que domina el heredero de la fortuna más grande.
A Hollywood le encanta jugar con este futuro cercano, como en la saga de Terminator, en la que los últimos humanos luchan contra robots que un día se cansan de seguir órdenes; la de Mad Max, en la que el combustible y el agua escasean; o la de Star Trek, en la que logramos recuperarnos pero nunca les colocamos cinturones de seguridad a las naves espaciales.
Netflix estrenó hace pocas semanas una serie que también juega a imaginar lo que ocurrirá inmediatamente después de que se desate una guerra mundial. Y al menos en este caso se trata de un futuro colorido y animado, ya que solamente los menores de edad viven para contarlo.
Divinos tesoros
Daybreak, levemente inspirada en un cómic de Brian Ralph, cuenta la historia de un grupo de jóvenes californianos que se organizan en grupos para controlar a la ciudad de Glendale (o lo que queda de ella). La acción es contada principalmente por medio de Josh (Colin Ford), un canadiense cuya misión principal es reencontrarse con su amada Sam (Sophie Simnett), la más querida de la generación. En el medio encontrará aliados y se enfrentará a sus propios compañeros de secundaria y a los adultos convertidos en zombis.
Pude escuchar cómo algunos de ustedes suspiraban al leer la premisa. Es mi misión tranquilizarlos, ya que la serie juega con algunos clichés de este género, pero logra convertirse en un producto relativamente original. De ahí a que les guste, es otro cantar.
El principal elemento destacable es la forma en que se cuenta la historia, y aquí debo citar por segunda vez en el año (la primera fue hablando de Euphoria) a una hermosa ficción emitida entre 1990 y 1993, que seguía a un adolescente demasiado normal para ser interesante, con un elenco y un formato que lo volvían interesante.
Sí, esta serie es la heredera millennial de Parker Lewis, el ganador y eso se manifiesta en la combinación de destrucciones de la cuarta pared, textos en pantalla, narradores invitados y la lucha constante contra la autoridad representada por la señorita Musso. Todo con un humor que coquetea todo el tiempo con el absurdo.
El punto menos firme, quizás, sea el mismísimo Josh, pero sus creadores lo saben bien. Así que ni bien comienzan las acciones forma un equipo de temer junto con Wesley, (Austin Crute) un samurái urbano que busca redimir su pasado de abusón en la bandita de los deportistas, y Angelica (Alyvia Alyn Lind), una niña de diez años que es una cerebrito con el vocabulario de un camionero. Más o menos como Barry Ween, el protagonista de The Adventures of Barry Ween, Boy Genius, la historieta escrita y dibujada por Judd Winick.
Angelica es el personaje secundario que se roba cada una de las escenas en las que aparece y (tonto de mí) pensé “descubrieron a una genia”, hasta que busqué en Wikipedia y comprobé que no sólo proviene de una familia de actrices, sino que trabaja desde los tres años. De todos modos, sí puedo apostar a que la veremos cada vez con más frecuencia, siempre y cuando no caiga en el síndrome de las estrellas infantiles y termine teniendo un especial de E! True Hollywood Story acerca de sus excesos.
Los adultos convertidos en bestias sin cerebro no se alejan mucho del zombi que vimos innumerables veces en el cine y la televisión, especialmente en estos últimos años. Pero en el mundo de Daybreak son pocos, así que se mantienen al margen de la trama. Lo importante pasa por la lucha por el territorio y la mano de obra de dos o tres personajes destacados, como Turbo (Cody Kearsley), líder de los deportistas, que parecen sacados de alguna creación de George Miller.
Para adelante y para atrás
Gran parte de la historia está contada a través de flashbacks, que nos permiten conocer la historia de amor (tan inestable como humana) entre Josh y Sam, pero también el funcionamiento de la secundaria en el mundo preapocalíptico, donde quien comandaba las acciones era el director Burr (Matthew Broderick).
Broderick, quien supo estar del otro lado del mostrador etario en la recordada Ferris Bueller’s Day Off (John Hughes, 1986), ahora se destaca como figura de autoridad del pasado, que, por alguna razón que se explicará con el correr de la temporada, quizás se destaque también en el presente.
La otra adulta “responsable” que tiene Daybreak es la señorita Crumble (Krysta Rodríguez), quien queda a medio camino de las transformaciones zombiescas y protagoniza algunos de los momentos más repugnantes.
Más allá de que hay episodios enteros que giran alrededor de los secundarios, y en su frescura se mantenga la atención del público, todo termina volviendo a Josh. Y tal vez el momento más flojo sea cuando terminamos descubriendo lo ocurrido entre Sam y él antes de la primera explosión, no porque todo se transforme en una comedia romántica, sino porque en esa comedia romántica es donde los guionistas parecen tener menos clara la dirección de las acciones.
Por suerte, todo se recompone en el final, que no solamente incluye sencillas (pero efectivas) explicaciones acerca de algunos de los misterios de la serie, sino que reúne a los personajes en un solo sitio y permite cerrar varios arcos, mayores o menores dependiendo de la importancia del involucrado.
Si recordás con cariño a Parker Lewis, pertenecés a la generación retratada o, simplemente, terminaste de ver todas las series que tenías en la lista, deberías darle una oportunidad. Eso sí, contanos de dónde sacaste tiempo para verlas todas.