Aquellos que peinan ya alguna cana recuerdan bien cómo era. Estamos en los tiempos previos al cable, a internet, a Netflix. Son días oscuros. Son señales de ajuste que retornan poco después de la medianoche, puntos finales, sellos de hoy o series de relleno que se consumen sin dudar, porque no hay otra cosa más que hacer.

Entre esas series recordadas pero en verdad bastante olvidables (Guantes de seda, Justicia militar y, con mucha suerte, los primeros episodios de La ley y el orden) asomaba una llamada Contraataque. En ella, un millonario interpretado por Christopher Plummer perdía a su esposa a manos del crimen internacional (creo) y su solución no era otra que reclutar a un equipo de especialistas (liderados por Simon MacCorkindale, el legendario Manimal) con los que combatir el crimen de manera internacional, allí donde fuera necesario. Juntos, el millonario y su equipo vivirían las más diversas aventuras.

Lo anterior viene a cuento porque es exactamente el mismo argumento de la nueva película de Michael Bay, 6 Underground, que acaba de estrenarse oficialmente en Netflix. La llegada de Bay al servicio de streaming significó todo un acontecimiento, ya que el director aclaró que le habían dado “libertad total” y que su película conformaba una de las mayores inversiones en la historia del servicio (150 millones de dólares, sólo superada por los 170 millones que costó El irlandés). Dinero y libertad para Bay sólo significan una cosa: explosiones. Bueno, mujeres bonitas, autos lujosos, edición sincopada, narrativa dispersa... y explosiones.

El millonario aquí es billonario (hay que actualizarse) y es interpretado por Ryan Reynolds, lo que asegura la cuota de humor zafio y tonto que va siempre de la mano del cine de Bay.

Que no se me malinterprete. No todo el cine de este buen hombre es despreciable. Es más, hasta tiene buenas películas. Un repaso rápido nos recuerda que La roca es hoy en día un verdadero clásico; nadie puede negar que Armaggedon es muy divertida; 13 Hours es tensa y efectiva; y hasta me atrevo a decir que Pain & Gain es una gran película. O sea, cuando Bay tiene ganas (y un guion) la cosa sale y hasta sale muy bien.

Aquí estamos, en cambio, ante el Michael Bay más descerebrado, absurdo y delirante. Uno que va para adelante y para atrás con una mínima historia (y logra confundir con cero narrativa algo que debería ser muy fácil de seguir) para disimular que tiene muy poco que contar.

Acaso si hay momentos funcionales cuanto más disparatada es, cuando abraza su descontrol y genera una suerte de comedia gore desenfrenada (gore pero pacata: podemos ver decapitaciones mas ningún desnudo), pero por lo demás, más allá de admirarle lo bien que le salen las explosiones, persecuciones y la destrucción masiva (sin duda, tan sólo Bay puede competir con Roland Emmerich a la hora de romper cosas), no deja nada.

Perdidos

Reynolds, entonces, es el billonario reclutador. En una larguísima y confusa secuencia, se nos presenta su equipo, de manera caótica, desorganizada y por completo reiterativa (y que deja de lado a un personaje sin explicación alguna). Y como por la mitad del metraje (unas dos horas que se sienten largas) comienza la cosa de verdad.

Para ser honesto, la película se pierde muy temprano, cuando entre los especialistas (el chofer, la espía, el asesino, etcétera) incluye a un pibe que hace parkour: cerrá y vamos. Si algo se rescata, es un poco de Reynolds (haciendo de un Deadpool algo apagado o a media máquina) y la pareja que componen los dos actores más talentosos del elenco: Mélanie Laurent y un divertido Manuel García-Rulfo. Poco más.