Para las bandas montevideanas, Canelones constituyó una meca de la neopsicodelia. Lo atestiguan historias sobre noches lisérgicas en La Vasca, un bar rutero instalado en medio del campo y la oscuridad, en el misterioso paraje Margat. Ahora, un compilado de bandas canarias le da forma al mito, consolidando una década en la que los grupos germinaban y se extinguían a la velocidad del rayo. De esta forma, logra trazar cierta cronología de la música de la zona, con la inclusión de bandas pioneras como Ufesas, junto con otras que continuaron su legado.
Canelones crudos buscó ser un documento para la posteridad, testigo de un movimiento fértil en las ciudades de Canelones y Santa Lucía. Así lo sintetiza Patricio Clavijo, creador del compilado. “Fueron diez años de historia que no quería que se perdieran”, dice. Eligió acotarlo a la última década porque es la generación con la cual se identifica, pero también porque a fines de los 2000 comenzó a vislumbrar un movimiento inusual en el lugar: “Me fui un año de intercambio. Cuando volví en 2008 había un boom de bandas de estilo psicodélico”.
No fue hasta 2018 que comenzó a cranear el proyecto, tras disfrutar una noche con amigos en el Rebel, un bar de la zona. Según recuerda, había unas cien personas en el local: “Arranqué a mirar a los lados y vi que todo el que estaba ahí tocaba instrumentos y participaba o había participado en una banda. Era un disparate”.
Con el disco buscó registrar ese caldo de cultivo que se había formado en ciudades de unos 20.000 habitantes, donde todos se conocían, con la autogestión como necesidad y terreno para experimentar libremente. Allí los grupos emergían como hongos alucinógenos, implosionaban, y de sus cenizas nacían nuevos, que compartían miembros con otras agrupaciones.
Ismael Viñoly, ex integrante de Ravengers, banda que define como “una manada de canarios a los que les gustaba tanto bailar como los Flaming Lips”, opina que la movida implicaba crear música psicodélica, concurrir al bar La Vasca, compartir películas, lecturas, amistades “y también un sentido de celebrar estar vivos y romper con los mandatos de un páramo de aburrimiento sin mucho estilo”.
Para el músico, formar parte de una banda le permitía marcar un corte con su entorno. “Vivir en un pueblo chico puede ser muy asfixiante”, explica, y recuerda que una amiga lo definió como estar atrapado dentro de una caja de zapatos. “Creo que pertenecer a esa escena fue como hacerle agujeros a esa caja de zapatos para poder respirar”.
Según Mauro Mercadal, ex integrante de Ufesas y miembro de Color Horror, el boliche semiabandonado La Vasca, a mitad de camino entre Canelones y Santa Lucía, se erigió como centro de la movida. Un punto de encuentro y amistad: “La equidistancia entre los dos pueblos, enfrentados históricamente por cuestiones deportivas, permitía que todos se sintieran locales. Los kilómetros que había que recorrer garantizaban que el que iba hasta ahí lo hacía o por verdadero interés en las bandas que tocaban, o por el clima de que podía pasar cualquier cosa que caracterizaba al lugar”. Allí se desarrolló el Festival Psicodélico de Margat, al que describe como “el epítome de la organización DIY [do it yourself, hacelo vos mismo] canaria”.
A la hora de explicar el fenómeno, Clavijo aventura: “Creo que hubo cierto camino allanado en la década de los 90”. Según recuerda, los grupos de la época se acercaban al hardcore, como los míticos Pirexia, con grabaciones en casete, una postura militante, vínculos con bandas de afuera y un circuito de lugares para tocar, que la generación siguiente –marcada por el éxito de MGMT, pero también por bandas como The Brian Jonestown Massacre– usó a su favor.
A su vez, opina que Canelones tiene la particularidad de ser “espantoso” en términos geográficos: sin ríos ni rambla, con un parque como única atracción: “Eso te lleva a ser más creativo, encerrarte en un galpón y tocar con tus amigos, porque no tenés escapes naturales”. También argumenta que, si bien los pueblos están en el medio del campo, en una hora de viaje se llega a Montevideo, lo que permite acceder a otra oferta cultural.
Por su parte, Viñoly y Mercadal coinciden en que la democratización de internet fue clave para la explosión que se dio en 2008. Blogs, revistas online, nuevos sonidos, series y documentales impulsaron su música. “Para unos pibes medio ñoños de un pueblo del interior, donde el entretenimiento del fin de semana era ir a al parque a tomar mate o al boliche del pueblo, poder acceder de repente a toda esa información fue una locura –sintetiza Mercadal–. Armar una banda fue la manera de canalizarlo por algún lado, y a su vez exacerbar esa idea de que éramos los raros del pueblo; orgullosamente raros”.
Además de Ufesas, que en su paso fantasmal dejó uno de los discos más contundentes de stoner y psych rock del país, en el compilado se destaca la presencia de No Somos Nadie, otra de las pioneras de la zona. Los riffs densos y el noise que caracterizaban a las bandas también se pueden distinguir en canciones de Surpluss, Sympatheia y Autorip. El tema “La playa”, de Ravengers, marca un camino de experimentación que se diferencia del resto, con voces afiebradas y texturas etéreas. Lo mismo sucede con Los Ultraman, que presentan un track sencillo y eficaz más emparentado con el surf rock. Color Horror marca otro punto alto en el álbum, con su sonido hipnótico, cargado de fuzz y reverb.
Un nuevo compilado de bandas canarias verá la luz este año, según adelantó Clavijo. En el volumen dos se incluirán agrupaciones con un sonido similar a las del primero, pero que por diversos motivos quedaron afuera. Tal es el caso de Los Rollers o Las Cobras, dúo que firmó con el prestigioso sello londinense Fuzz Club Records y se ha presentado varias veces en Montevideo. Clavijo también explicó que le gustaría dar continuidad a las bandas de Canelones Crudos que siguen tocando y grabando –unas nueve de las 15 que integran el disco–, e incorporar nuevos géneros con otras agrupaciones.
Canelones crudos se puede escuchar completo en Bandcamp: canelonescrudos.bandcamp.com/album/canelones-crudos