Lisa Hanawalt es una ilustradora e historietista que cobró cierta fama debido a su rol como diseñadora de producción de la magnífica serie animada Bojack Horseman. “No imagino lo que debe ser que una persona sin experiencia en animación venga y les diga a estos diseñadores cómo dibujar árboles que se parecen a mi forma tonta de dibujar árboles”, contaba en 2014 en una entrevista con Fast Company.

Su amistad con el creador de la serie, Raphael Bob-Waksberg, la llevó a aceptar el empleo y contaminar a miles de usuarios de Netflix con su “forma tonta” de dibujar animales antropomorfos y el extraño mundo que comparten con los seres humanos.

Desde sus comienzos en la ilustración, los animales fueron su especialidad. “Los humanos suelen ser más complicados de dibujar, porque estamos muy acostumbrados a mirar y analizar rostros humanos”, agregaba Hanawalt en aquella ocasión. “La más pequeña modificación hace una gran diferencia en cómo percibimos a un personaje”.

Bojack Horseman se cansó de figurar en las listas de las mejores ficciones de los últimos años y un día la californiana de 35 años decidió intentarlo con su propia creación, que tiene todavía menos seres humanos, y que cambia la depresión del Hollywoo (sin la d, claro) que habitaba el caballo actor por la ansiedad frenética de Bird Town, una ciudad repleta de pájaros.

ATR

El 3 de mayo desembarcaron en Netflix los diez episodios de Tuca & Bertie, que cuentan las andanzas de un tucán (Tuca), cuya voz pertenece a la comediante Tiffany Haddish, y un zorzal (Bertie) cuya voz pertenece a la comediante Ali Wong. Con una necesaria diversidad tanto delante como detrás de los micrófonos, y el énfasis en los dilemas femeninos de los tiempos que corren, esta animación llegó para cachetear ojos y oídos de los espectadores.

El tono queda establecido desde el primer cuadro de la colorida y ruidosa presentación: un edifico con gigantescos senos se bambolea al ritmo de la hipnótica música. En esos 30 segundos entenderemos el estilo de la historia y la velocidad a la que ocurrirán algunos eventos. Definitivamente no es una serie a las que uno puede prestarle solamente la mitad de la atención.

En el centro de la trama se encuentra la amistad entre las dos protagonistas, que acaban de terminar una convivencia de muchos años luego de que Bertie decidiera mudarse con su novio. La distancia no será excesiva, ya que Tuca alquila el apartamento que queda exactamente arriba y la endeble estructura del edificio generará accesos directos entre ambas viviendas.

Las diferencias entre las necesidades de espacio personal moverán parte de la trama. Tuca es una alcohólica en recuperación, gritona y disparatada, que vive de las migajas que le arroja una tía millonaria, esquivando las obligaciones de la vida adulta. Bertie es su yang (o su ying): responsable en exceso, introvertida y algo timorata, termina siempre envuelta en las aventuras de su parasitaria amiga.

Media hora de aventuras

Las dos comienzan la serie dando un paso más hacia lo que la sociedad indica que un adulto debería ser. Una se independiza, la otra apuesta por una vida en pareja. Sin embargo, están tan separadas en ese juego de caja de la existencia que la relación entre ellas se tensa y sufre a cada instante. Recibe varios golpes, de los que se recuperará con mayor o menor dificultad dependiendo de cuán fuertes hayan sido.

En paralelo, el “mundo real” no las dejará en paz, ya sea por las molestias del acoso callejero, las presiones en el ámbito de trabajo y esa tía que te tira unos pesos pero por los que tenés que tragarte varios sapos. Asuntos mundanos, sí, pero en un marco que no podría ser más diferente a nuestra realidad. Aquellos pechos de la presentación no son la excepción.

Tuca & Bertie toma el mundo de Bojack Horseman y lo multiplica por un número imaginario para crear esta ciudad en la que además de animales antropomorfos hay árboles que tienen vida, edificios que tienen vida, celulares que tienen vida... ¿Se entiende la idea? En esta era de amores líquidos y sexualidades fluidas, todo el universo de Bird Town es líquido y fluido.

“Tenía cero interés en crear Bojack 2”, declaró Hanawalt a Los Angeles Times hace algunos días. “Prefiero que las cosas sean un poco más groseras, un poco más surreales, con más humor corporal. Y quería meterme con algunas cosas oscuras, porque de eso también se trata crecer”.

Fue así que llevó a cabo esta creación, que a primera vista puede parecer Bojack Light, por la falta aparente de esa gravitas que el caballo construyó a lo largo de las temporadas. Sin embargo, con el correr de los episodios descubriremos la profundidad, aunque no necesariamente desde el diagnóstico psiquiátrico de los personajes. A veces alcanza con la compleja y a veces insufrible cotidianidad.

Llegando al final de esta temporada, que ojalá sea la primera de muchas, la trama introduce un momento oscuro en el pasado de una de las mujeres. Los flashbacks de la serie suelen ser aun más disparatados y hasta con un estilo de animación distinto, pero aquí no hay estridencias sino un simple hecho aberrante, que marcó en forma indeleble a su víctima. Esto demuestra que existe la capacidad de reflexionar sobre lo tenebroso del ser humano (o animal antropomorfo), simplemente no solemos tener el tiempo de ponernos a pensar en el pasado, porque el presente nos lleva puesto como un enorme tren. Un enorme tren con pechos bamboleantes.

Recomendaciones para esta recomendación

Relájese. Olvídese de que ese caballo que aparece en uno de los episodios es idéntico a Bojack; estamos en otro universo. ¿O acaso los humanos de Friends no son idénticos a los de Twin Peaks y lo que sucede es bastante distinto? Tómese media hora sin otras distracciones o sentirá la necesidad de poner pausa cada siete segundos. Pierda el miedo al exceso de color y sonido. Al terminar de ver los diez episodios, usted puede optar por regresar a una existencia en tonos de gris. Advertencia: seguramente le quede gusto a poco y decida pintar las paredes del living o algo así.