“[...] nosotros y los protagonistas de estas historias estamos tan pero tan cansados, que quizá nunca sepamos si estamos leyendo un libro o contando sueños”, advierte la contratapa de la edición de Amanuense de este libro que, en su primera edición, por el sello argentino Pequeño editor, fue seleccionado para los prestigiosos The White Ravens de la International Youth Library de Frankfurt, Alemania, el año pasado. Y ese breve texto da en el clavo y funciona como síntesis perfecta, porque Cuentos cansados sumerge al lector en una lógica onírica, en una deriva signada por el cansancio progresivo del narrador y por la maravilla y el desconcierto que nos generan los sueños, que nos introducen en otro mundo, con sus propias reglas.
Estructurado en tres días, lleva a las páginas las historias que Levrero le contaba a su hijo. Cada una se presenta en forma de diálogo en el que el intransigente Nicolás exige que su interlocutor, el narrador, le cuente un cuento, sin condescendencia cuando le dice que está cansado. Esa introducción se repite al inicio de cada historia, lo que le da una cadencia al relato, con el ritmo de la repetición, casi ritual, que caracteriza a las rutinas de los niños pequeños.
Lo que surge con hermosa vitalidad de las páginas de Cuentos cansados es esa entrañable escena cotidiana del padre que le lee o le narra un cuento a su hijo antes de dormir. En manos de Levrero, esa materia adquiere el clima y la esencia misma de los sueños, esa deriva azarosa, sorprendente, un poco caprichosa e inasible que los vuelve tan atractivos y misteriosos. Cuento y sueño porque el narrador, que está progresivamente más cansado, se duerme y sueña, y bosteza (y como el bostezo es contagioso, hasta los lectores quedan trastocados por esa magia). El tempo lo da el niño, que pide un cuento tras otro, sin mucha vuelta y con pocas palabras.
En ese vínculo adulto-niño hay mucho de humor y de ternura, de roles trastocados: el niño manda y el adulto no tiene otra que obedecer, en un juego ciertamente gozoso. Al leer uno puede experimentar el cansancio, la sutil angustia de quien siente que los párpados le pesan y que no puede evitar ir quedándose dormido, notar que la ensoñación se apodera de lo real. De este modo, se va quedando dormido dentro de un paraguas, en la jaula de los monos del zoológico, en un patín...
Por otra parte, el texto asume la oralidad de estos relatos improvisados con urgencia para la ocasión. La estructura aditiva de la conjunción es la que pone el ritmo y el vértigo: da la sensación de que estos cuentos cansados podrían no tener fin ni límite alguno: cualquier cosa podría propiciar esa deriva que se adivina potencialmente infinita.
Estos cuentos cansados de Levrero se ponen en diálogo con las magníficas ilustraciones de Diego Bianki, que les dan el espesor y el marco que reclaman. Mediante la técnica del stencil y valiéndose de una paleta rotunda, Bianki entra en la misma sintonía para dar lugar a un universo icónico que se instala en la maravilla. Un padre y un hijo un poco humanos y un poco aves, noches llenas de brillo, pájaros de ojos refulgentes, gatos negros pueblan las ilustraciones, a toda página y en doble página, que transportan al lector, lo impactan, lo interrogan, lo sorprenden. La noche se cierne, oscura y, al mismo tiempo, colorida y brillante, habitada por seres de tamaños y posibilidades insólitos. Como ocurre en los sueños.
La edición cuidada, minuciosa, detallista resulta en un libro potente y hermoso, que impacta en su belleza como un cielo estrellado y homenajea de la mejor manera al vínculo entrañable de contar historias.
Cuentos cansados, de Mario Levrero, ilustrado por Diego Bianki. Amanuense, Uruguay, 2019 (edición original: Pequeño editor, Buenos Aires, 2018). 32 páginas. Hoy a las 17.00, con la participación de Diego Bianki y Virginia Mórtola, se presenta en la librería Escaramuza (Pablo de María 1185).