De pronto, la llamada “primavera de la televisión” pareció habilitar que cada país, cada cultura, tenga su propia serie. Más específicamente, su propia serie policial. Replicando el momento que vive la novela negra internacional, que también tiene un exponente claro, cómo mínimo, por país (Henning Mankell por Suecia, Petros Markaris por Grecia, Andrea Camilleri por Italia, y así), y un éxito particular en Escandinavia, todos los países nórdicos empezaron a producir y presentar su serie policial.

Así, tuvimos Bron/Broen entre Suecia y Dinamarca, o Borderliner representando a Noruega. Y ese pequeño país de apenas poco más de 100.000 kilómetros cuadrados, escasos 350.000 habitantes y una reciente capacidad de impresionarar a los futboleros llamado Islandia no quería quedarse afuera. Así nació Trapped.

Se vino la tormenta

En el remoto pueblo de Seyðisfjörður (sí, googleé, copié y pegué) no pasa nunca nada... hasta que pasa. Coincidiendo con la llegada de un ferry danés con alrededor de 100 turistas y una tormenta de esas que te aíslan por varios días, aparece flotando en la bahía un cadáver, más específicamente un torso (sin cabeza ni extremidades).

La Policía local debería limitarse a esperar la llegada del equipo de investigación desde Reikiavik, pero, al quedar aislados, no les quedará otra que investigar. Son un equipo de tres: Andri (nuestro protagonista, un inmenso, en sentido físico y actoral, Ólafur Darri Ólafsson, capaz de todo lo que la serie le pide y más), Hinrika (Ilmur Kristjánsdóttir, otra que se destaca) y Ásgeir (Ingvar Eggert Sigurðsson), y terminarán descubriendo que la máxima “en pueblo chico, infierno grande” no deja de ser cierta por popular. Las maquinaciones económicas, sociales e incluso las pequeñas miserias humanas se han cocinado por años a fuego lento en Seyðisfjörður, y será con la aparición de ese cuerpo que salgan todas a la luz.

Trapped es la enorme contribución de Baltasar Kormákur a la cultura de su país. Conocido por su rol como actor en el tremendo thriller Reykjavík-Rotterdam, lleva varios años dirigiendo en Hollywood series como Contraband o películas como 2 Guns, y había llevado adelante esta serie de diez episodios para la principal cadena de televisión islandesa en 2015. No fue sino hasta 2017, cuando Netflix adquirió Trapped y la volvió un éxito internacional, que se propuso una segunda temporada, que es la que la cadena de streaming estrenó recientemente.

Cuando deja de llover

El “atrapados” del título original deriva de esa tormenta que mantuvo aislados durante un buen rato a los pobladores del pueblo durante el asesinato. Aunque en esta temporada la tormenta ya pasó, el título se mantiene, porque da la impresión de que los islandeses siguen atrapados –al fin y al cabo, su país es una isla–, así como también sus ideas reaccionarias, su xenofobia y su soterrada violencia.

Esta vez el caso tiene su disparo de largada en Reikiavik, la capital del país, cuando la ministra de Industria es atacada por su propio hermano gemelo, quien, bañado en nafta, se inmola tratando de asesinarla. Como ambos eran oriundos de Seyðisfjörður, allá regresa Andri a reencontrarse con Hinrika y Ásgeir, y juntos –además de otros policías, nuevos y de la temporada anterior– tratan de descubrir qué se esconde detrás del atentado.

Aparentemente, la cosa bien pudo haber sido en protesta a la instalación de una planta metalúrgica a la que se denuncia por contaminar. Además, sus operarios extranjeros motivan la ira de un grupo de extrema derecha llamado Martillo de Thor, que el pirómano suicida podría haber integrado. O también el ataque pudo deberse a la compleja relación que atacante y atacada tenían, que incluye una extensa (y confusa, es dificilísimo enterarse de quién es hermano de quién o está casado con quién) familia. Pero todo se complica con el primer asesinato que sacude –una vez más– la calma del pequeño pueblo norteño.

¿Cuánto depende el éxito de una serie policial de su resolución? Me atrevería a decir que en casos como este, cuando seguimos un misterio con variados sospechosos durante un buen número de capítulos –diez, otra vez– con distintas pistas que van señalando a unos y a otros, la respuesta es todo. Porque si bien es importante el devenir de la investigación, las vidas privadas de los personajes –tenemos aquí varias subtramas nuevas, como la espinosa relación de Andri con su hija adolescente, o los problemas matrimoniales de Hinrika– y lo pintoresco del entorno, para cuando se revela el culpable todo tiene que cerrar con contundencia, tanto la deducción de quién es el responsable como su detención (en caso de haberla).

Y mucho me temo que en Trapped esto se desmorona como un castillo de naipes. No tanto por la identidad del culpable, cuyas razones, si bien son un tanto rebuscadas, pueden funcionar para espectadores no demasiado exigentes, sino porque los últimos tres episodios parecen una parodia absurda de los siete anteriores, con situaciones por completo sin sentido, personajes que son secuestrados porque sí, situaciones “tensas” que son hasta involuntariamente risibles –ese personaje que queda “atrapado” en un riachuelo que crece en caudal, desafiando todas las leyes de la física– y porque el accionar del culpable es fundamentado simplemente con un “está loco”, aunque hasta ese momento haya sido un estupendo genio criminal capaz de incriminar a diestra y siniestra logrando permanecer en las sombras.

¿Qué nos queda? Las increíbles actuaciones de Ólafur Darri Ólafsson, Ilmur Kristjánsdóttir e Ingvar Eggert Sigurðsson en los personajes principales –porque, aunque no les den tanto para hacer como antes, siguen dejando todo en la cancha– y la construcción de un universo, esta Islandia posible, donde nada es color de rosa y las mismas miserias del resto del mundo –hay que ver las similitudes de la trama con el conflicto con la planta de UPM– suceden en unos inmensos paisajes helados, tan hermosos como terribles.