En 38 estrellas (2018) la periodista argentina Josefina Licitra reconstruye un hecho del pasado reciente uruguayo que entiende que quedó soslayado: “La mayor fuga de una cárcel de mujeres de la historia”. Su crónica, apoyada en entrevistas con aquellas militantes que lograron fugarse por las cloacas, define algunas escenas de por sí teatrales, como la que inicia el libro, una partida de truco sobre una manta que tapa el hueco por el que van a escapar.

“La acción de la fuga de por sí tiene una teatralidad imponente, y eso es lo que, desde el primer encuentro con el libro, hizo que creyera que esta hazaña, silenciada por el tiempo y por la historia, tenía que ser contada a través de una obra, tal vez por la potencia escénica que tenía, tal vez porque es el lenguaje que yo conocía para darle voz hoy”, observa Julieta Lucena, al frente de la versión teatral que adapta ese texto y lo montará, a partir del jueves 12, en la sala La Gringa.

“Para estructurar la dramaturgia”, continúa explicando la directora de Operación estrella, “tomé algunos de los diálogos existentes en el libro, información concreta del contexto histórico y la cronología de las acciones del MLN, así como particularidades de los testimonios y de las vivencias personales de algunas de las protagonistas. Sin embargo, en el correr del montaje y del trabajo con las actrices fuimos ampliando las fuentes de información en busca de detalles cotidianos de la convivencia, de la planificación diaria y la estrategia coordinada en el entramado del día día de estas mujeres en el penal de Cabildo”.

En esa búsqueda también dieron con publicaciones previas, entre ellas Historia de 13 palomas y 38 estrellas, de Graciela Jorge, una de las protagonistas del escape. “Nos ayudó a sumergirnos en la intimidad y el convivio. Con ella mantuvimos algunos intercambios telefónicos, y tuvimos la oportunidad de charlar personalmente con Marta Avella, Stella Saravia y Edith Moraes, en un encuentro exquisito, generoso y de una profunda potencia. Así es que la obra sufrió –o preferiría decir ‘gozó’– continuas transformaciones y reescrituras”.

Todo transcurre en un escenario despojado, en cuyo centro se sitúa una celda-habitación con paredes de elásticos y cuerdas, con el objetivo de generar una sensación ambigua entre el encierro, la calidez, y los límites flexibles y difusos de la libertad. En cuanto a la estructura del relato, se inscribe en el formato de teatro documental “desde una perspectiva problematizadora, didáctica y de denuncia”. Lucena tomó la decisión de convocar a seis actrices que se sumergieron en ese universo para fusionar algunas de sus vivencias en seis voces –las de todas y las de ninguna–. ¿De qué forma la obra sitúa la acción en aquella coyuntura? “Así como ni las actrices ni yo estábamos al tanto del acontecimiento antes de emprender este viaje creativo, reconozco la importancia de que la obra informe tanto de la acción como del contexto histórico que exigía esa entrega. Así que tomé del libro el manejo no lineal de la temporalidad, generando un código en el que la acción va recorriendo situaciones pasadas, presentes y futuras, sirviéndose a su vez del recurso del distanciamiento, a través del cual las actrices hacen una contextualización continua, narrando la historia en un vínculo directo con el público a medida que atraviesan y son atravesadas por la escena”.

El elenco hizo la operación de integrar su propia idea de militancia y de contrastarla con las convicciones ideológicas de otra época y de trabajar desde la interpretación tanto a esas jóvenes bravas como a sus guardianas religiosas (ya que el penal estaba en parte a cargo de monjas). “En el terreno fértil de haber removido las raíces de nuestras ideas preconcebidas, nuestros clichés y nuestras verdades, fue que fuimos dejándonos atravesar por estas mujeres y esta historia, y desde ahí fue que empezamos a alimentar una forma común y particular de ponerle el cuerpo a esta juventud y esta bravura que mencionás”, dice la directora. “Por otra parte, las actrices van a encarnar en el correr de la obra algunos personajes del contexto, dentro de los cuales está una de las monjas a cargo de la cárcel, un personaje delineado sobre todo a partir de los datos que nos brindaron las protagonistas con las que nos encontramos. La confrontación de ambos mundos y la riqueza poética de que convivan en un mismo tiempo nos regalaron un contraste escénico tragicómico y absurdo”.

Como punto de interés adicional del montaje, la puesta está a cargo de una generación de recambio. “Tengo 28 años y tuve acceso a varias piezas que tocan temas de esta índole, pero no a suficientes”, admite Lucena. “En el correr de este proceso de investigación colectiva accedí a varias obras que me habían quedado en el debe, por ejemplo Antígona oriental, de Marianella Morena. Y en lo personal me había encontrado en el rol de actriz y de directora, pero nunca en el de dramaturga o creadora de una versión teatral sobre un hecho documentado. Así que mis impresiones sobre este tipo de dramaturgia son nuevas y –en el mejor de los casos– dinámicas y efímeras. Creo que ante la construcción de cualquier hecho escénico, nos vemos invitados-obligados a un ejercicio de elección continua, elegir qué contar, a qué renunciar y qué herramientas potencian la teatralidad de la historia, y cuáles descartar. Un proceso en el cual, citando la obra misma, ‘siempre está el riesgo de un fracaso rotundo’. El fracaso, en este caso, sería no captar la sustancia de este hecho, así sea en una mínima dosis”.

Operación estrella, basada en la investigación de Josefina Licitra. Versión y dirección: Julieta Lucena. Actúan: Claudia Carbone, Emilia Palacios, Mariana Arias, Silvia Bilbao, Thamara Martínez y Valeria dos Santos. Funciones: jueves de setiembre y octubre a las 21.00 en La Gringa Teatro (Galería de las Américas, 18 de Julio 1236 esquina Yi). $ 400 ($ 250 para estudiantes y Tarjeta Joven). Reservas: 094 516 061.