Todo futbolero datará el encuentro según obra y gracia de su memoria, pero para mí fue cuando lo vi en el Boca de Carlos Bianchi ganando la Libertadores. Fue un momento de oro para el cuadro argentino, que a la mencionada copa internacional le sumó el campeonato Apertura local y, por penales, la Copa Intercontinental (contra el Milan, nada menos). Allí, Carlos Tévez destacaba por méritos obvios –18 goles en ese año, nos indica Wikipedia–, por su manera de jugar, aguerrida, entregada, como la de aquel que tiene poco y nada que perder.

Tévez llamaba la atención, también, por las tremendas cicatrices de quemaduras que tenía en el cuello y parte del rostro.

Carlos Tévez nació en Ciudadela, Provincia de Buenos Aires, en 1984, un barrio al que el tiempo le daría el nombre más reconocido de Fuerte Apache, un lugar de esos donde “no te metés”. La agitación y la inseguridad comenzarían muy temprano para él: con diez meses de edad, sufrió unas tremendas quemaduras con agua hirviendo que lo dejarían marcado de por vida. Sobrevivió de milagro.

El accidente dejó otras secuelas: su madre, quien lo criaba sola luego de la muerte de su padre y era adicta a diversas drogas, lo abandonó inmediatamente luego del hecho. Así, Carlos fue criado por su tía y su tío, que serían –en sus propias palabras– los faros que le permitirían lograr evitar la criminalidad y un destino funesto (como el de sus tíos o sus hermanos). Ellos y el fútbol, claro.

Porque Carlos destacó en este deporte desde los 12 años, primero en All Boys, y no mucho después en Boca Juniors, donde hizo las inferiores, debutó en Primera División y de allí a la leyenda. Pero la historia que le interesa a Apache, la nueva serie de Netflix creada por Leonardo de Pinto, Israel Adrián Caetano, Marcos Osorio Vidal y Diego Alonso a partir de los recuerdos del mismo Tévez, es esta otra, la que arranca una desdichada noche en que un bebé llega con un llanto imparable a la urgencia de un hospital y salva apenas su vida. Y, particularmente, la del niño que comienza a destacar en el fútbol mientras su entorno se construye alrededor por marginales, malandras, narcos y asesinos, pero también por gente decente, que trata lo mejor que puede de conseguir una vida mejor para sí mismo y para los suyos.

En ocho episodios, conoceremos a Carlos (un Balthazar Murillo excelente), quien vive con sus padres –que, como explicábamos, en realidad son sus tíos Segundo y Adriana, encarnados por los mejores de todo el elenco: Alberto Ajaka y Vanesa González– mientras trata de estudiar, jugar al fútbol y no terminar en una zanja por cruzarse con quien no debe.

Sobrevivir se va tornando harto difícil: en Fuerte Apache las balas vuelan constantemente. “A veces, estábamos jugando al fútbol y empezaban los tiros. Nosotros nos tirábamos al piso y esperábamos que pasaran. Después, nos reíamos y era ‘te cagaste’, ‘no, yo no’, con la inconsciencia de ser niños que vivían siempre con el miedo presente”, cuenta el propio Carlos Tévez en una de las riquísimas minideclaraciones que ofician de apertura en cada episodio de la serie. “Te podés morir en cualquier momento y por cualquier cosa”.

Drama villero

Sin embargo, a pesar de su componente criminal o marginal, Apache es, antes que un policial, un drama, un drama centrado primero que nada en los esfuerzos ya no de Carlos, sino de la familia toda, por sobrevivir o vivir lo más dignamente posible en ese entorno adverso; vivir aprendiendo los códigos, las maneras de relacionarse.

Así, a la mejor manera de las series de Caetano (basta con ver El marginal), se construye alrededor de ese núcleo familiar una historia coral. En ese grupo se hace hincapié en el abuelo (un sobreactuado Patricio Contreras) y los tíos, y hay lugar para el amigo de toda la vida (estupendo Matías Recalt), quien opera como el reverso oscuro de esta historia. También aparecen los malandras de Fuerte Apache y, obviamente, distintos integrantes –entrenadores, ojeadores, compañeros– del mundo del fútbol.

Por esto, cabe aclarar que quienes piensen que estamos ante una serie “futbolera” se equivocan. El fútbol está presente, sí, pero se evita filmar partidos –algo que, se sabe, sale mal la gran mayoría de las veces– y su incidencia en la trama es circunstancial; el fútbol, entonces, se transforma antes en un macguffin narrativo, ese objeto de deseo que para muchos será esquivo, esa salvación que dice presente en la vida no sólo de Carlos Tévez, sino también de su entorno, esa luz al final del túnel que era vivir y morir en Fuerte Apache.

“Yo soy cien por ciento villero”, había asegurado Tévez en una entrevista antes de su pase a Europa. “De no haber jugado al fútbol, seguramente me habría dedicado al crimen y terminado muerto o en la cárcel”, dijo también. Apache es la paciente, minuciosa, dramática y no pocas veces difícil historia de cómo eso, entonces, no ocurrió.

“Tévez lleva sus heridas a la vista de todos”

¿Construir una ficción tan cercana a la biografía de una persona real limita de alguna manera la historia o la potencia?

Eso no es una fórmula, depende de cada obra, de cada realización, aunque resulta atractivo saber que una ficción está basada en hechos reales; potencia a la ficción como ficción misma y no por su fidelidad con el hecho real, pues se sabe de antemano que lo que sigue no es un mero documental de hechos históricos. Por ende, todas las sensaciones que se viven a partir de la ficción no son ajenas a lo que siente el espectador: son reales, le pasaron a alguien; o pasaron en algún momento o bien están pasando ahora. Mas allá de apreciaciones de detalles, lo que se cuenta tiene que ser preciso. En este punto es en el que el desafío de la ficción, el de trasmitir el hecho y sus consecuencias dramáticas, se hace presente; es donde el director decide qué transmitir de ese momento, un abanico que va desde la mera frialdad del hecho hasta lo más emocional de quienes lo protagonizan.

Foto del artículo 'No se trata de fútbol: la serie Apache reconstruye la infancia y adolescencia del jugador Carlos Tévez en un barrio bonaerense de contexto crítico'

La serie se centra en el accidente cuando bebé y el tiempo inmediatamente posterior, y en la adolescencia de Tévez.¿Por qué esos dos momentos puntuales?

Son hechos que deben ser contados. El origen de Tévez, su accidente y las consecuencias son fundamentales para entender que vivió gran parte de su infancia en peligro de vida. Hay una frase de Marx que dice que la única patria es la infancia, y sobre eso está construido lo popular del relato. Digo popular apelando a un saber común, a un sentimiento común. En ese aspecto la infancia o preadolescencia es algo que a todos nos pasa, o que nos está pasando. El esfuerzo, el estudio, los amigos, la familia, el futuro y, en consecuencia, el triunfo, la derrota son estructuras, tópicos con los cuales culturalmente nos hemos criado. No nos es ajena esa infancia; sí son ajenas las circunstancias y las particularidades de cada caso. Cambian los conflictos, los valores y el desempeño, en el caso de Tévez, según la clase socioeconómica donde ocurren.

¿Cuánta participación tuvo el propio Tévez en la construcción de la historia?

La necesaria como para poder trabajar con gran libertad. Y libertad de crear, no de deformar una historia que nos brindó francamente, sin relatos prefabricados ni nada parecido. Esa es la enorme participación de Tévez: dar todas las herramientas para sacarle jugo a una historia sin desperdicios. Abundaban los personajes, las historias, los hechos, los detalles de los hechos. Y también los coprotagonistas de ese momento de su vida; en carne y hueso, con propia opinión y mirada. Toda esa información daba límites claros hacia afuera, pero no los tenía hacia adentro. Se podrían haber hecho dos temporadas sobre esa parte de su vida con toda esa data.

Apache combina la violencia marginal, lo policial y el fútbol, temas todos que has recorrido en otras series anteriores; es claramente una obra tuya. ¿Cómo te llega la historia?

Me llega por razones personales, empíricas. Me considero un espectador común, me interesa participar en la obra ajena, involucrarme, emocionarme, conmoverme, y no como el espectador de una obra de arte dentro de una vidriera y con un manual para comprender lo que no se ve a primera vista. No hubiera podido trabajar sin empatizar con muchos de los aspectos de la vida de Tévez, y no tienen que ver con la violencia marginal, sino con un origen en el seno de una familia trabajadora, que es, con sus matices, un origen común a muchas personas, con sus logros y derrotas. En ese caso la historia me llega directo. He visto lo que la violencia hace en los demás desde un lugar de asombro, de espanto y de impotencia, y salir, de alguna manera, indemne o con las heridas saldadas... Tévez lleva sus heridas a la vista de todos.

¿Qué particularidades tuvo el proceso de filmar en Fuerte Apache?

Cada filmación, al menos en mi caso, es una aventura, y dotarla de la mayoría de condimentos hace que también sea un descubrimiento. Todo ese rodaje fue un descubrimiento a dos mitos: al de la infancia de Tévez y lo que había pasado, y al lugar donde se había criado: Fuerte Apache. Si bien no parece novedosa esta temática, aparentemente nadie destaca que era la década del 90. La temporalidad de los hechos al menos debería llamar la atención, porque ocurrieron 24 años atrás y perduran hasta hoy, en los mismos márgenes, con los mismos pibes protagonizándolos. Fuerte Apache parece haberse quedado en el tiempo, es un micromundo con un origen muy particular, luego del golpe de Estado en Argentina, un sitio de esperanza y futuro convertido en un gueto para miles de personas que venían a la capital a buscar trabajo; un lugar hermoso, craneado por una arquitecta, lleno de jardines y lugares comunes, con departamentos extremadamente generosos en espacios, con luz, ventanas a todos los puntos cardinales, y donde hoy la gente se encierra para que la realidad no se le meta por la ventana, una realidad muy distinta que la que tenían en mente cuando fue creado el barrio.

El Marginal, Tumberos, Uruguayos campeones son series de autor. ¿La televisión y el formato te permiten contar cosas más personales que el cine?

No, el cine sigue siendo el lugar con más probabilidad de expresión personal; es mi mirada de cine la que traslado a la televisión, y nunca con el cien por ciento de satisfacción. En el cine el trabajo es más artesanal, demanda más tiempo y más cabeza; en la televisión el trabajo es más individual y menos grupal. En el cine la mirada o la búsqueda son más lícitas, al menos en el cine del que yo vengo.

¿Habrá segunda temporada de Apache? ¿Estás trabajando en otras cosas?

Descansando y viendo fútbol. Respecto de lo otro, Dios dirá.