“¡Oh, hombre! ¡Presta atención! / ¿Qué dice la profunda noche? / Yo dormía, dormía, / de un profundo soñar me he despertado: / el mundo es profundo / y más profundo de lo que el día ha pensado. / Profundo es su dolor. / El placer es aún más profundo que el sufrimiento: / el dolor dice: ¡pasa!, / mas todo el placer quiere eternidad. / Quiere profunda, profunda eternidad”. Son versos de “La canción del noctámbulo”, el final de Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, que inspiraron el título del álbum En la profunda noche, de Traidores.
El disco fue grabado en vivo en el teatro El Galpón, en 1998, y recoge parte del repertorio de la banda en versiones acústicas, despojadas y tranquilas. Igual de tranquilas que Juan Casanova, que hoy tiene 54 años y mientras toma agua sin gas en un bar de Ciudad Vieja no parece aquel torbellino de furia que le puso voz al álbum Montevideo Agoniza (1986), el primero de Traidores y emblema del rock posdictadura. Junto con su primo y compinche de todas las horas, el guitarrista Víctor Nattero, se presentarán el viernes y el sábado a las 21.00 en La Trastienda, para tocar canciones en el mismo plan acústico de En la profunda noche.
¿Por qué decidieron volver a tocar, y en este formato?
La banda tuvo muchos vaivenes. Fue la dinámica de nuestras vidas, porque para Víctor Nattero y para mí Los Traidores fueron nuestras vidas. Si sos una banda que triunfa en el mundo o en países que son como continentes, como Brasil o Argentina, podés pensar en que termine la banda, pero cuando te gestaste en el barrio y seguiste toda la vida ahí... Estos shows de 2020 se dan por una razón: porque muchas veces Víctor y yo actuamos según lo que nos hace sentir la calle, el barrio. La gente te para en la calle y te habla de la necesidad de escuchar esas canciones. Nos pasó en marzo, a raíz de la situación de este ataque global contra la humanidad, mucha gente nos dijo: “Ahora las canciones parecen escritas para esto”. Ese fue el disparador. Además, coincidió con que se cumplen los 20 años de En la profunda noche, que es uno de nuestros discos más escuchados.
¿Cómo surgió la idea de grabar aquel disco?
Fue en la época en que se pusieron de moda los acústicos. El de Nirvana fue el más emblemático, a nosotros nos rompió la cabeza. Cuando lo vimos dijimos: “Pah, así fue cómo Los Traidores gestaron la mayoría de sus canciones”. Todas las de Montevideo Agoniza fueron creadas básicamente con Víctor tocando una guitarra acústica. Entonces, pudimos tocar las canciones como realmente habían sido gestadas. Fue un descubrimiento para nosotros y para la gente, que siempre había escuchado a la banda rockeándola a pura distorsión.
Cuando repasaba el disco pensaba en lo bien que quedaron las versiones: las melodías calzan justo con la atmósfera y hay un chelo que da otro color. La versión de “Flores en mi tumba” es la definitiva.
Es lo que te decía: esas son las versiones de los temas. Y lo gracioso es que al chelista, [Gerardo] Babuglia creo que era el apellido, lo descubrimos tocando en un boliche. No sé si tocaba bien, no sé si su chelo sonaba bien, pero le aportó un perfume a la cosa. Los Traidores fue una banda que no se repitió a sí misma sino que siempre exploró nuevos caminos, y esto del acústico fue uno más.
Pienso que eso de que las letras parecen escritas para hoy es porque, sobre todo las de Montevideo Agoniza, parten de una postura básicamente nihilista ante el caos, que es lo que siempre rige al mundo.
“Flores en mi tumba”, por ejemplo, es un caso muy emblemático. Habla desde una situación justamente caótica, de gente de 17 años que tenía las mismas incertidumbres y complejidades para vivir que un joven de ahora. Los mundos cambiaron, pero hay algo que se mantiene, y es por eso que la canción se sigue escuchando. Del mismo modo que “La lluvia cae sobre Montevideo”: cada vez que llueva esa canción se va a escuchar. Hay cosas que quedan más allá de uno. Las canciones tienen vida propia, lo tuyo es componerlas, pero una vez que las das ya no te pertenecen.
¿Sos de escuchar la música de Traidores como civil?
Nunca tuve un disco de Traidores, jamás la escucho, excepto cuando voy a la casa de mis amigos que lo tienen como disco de cabecera, por ejemplo, Sebastián Teysera: me lo hace escuchar aunque no quiera. Nunca me escuché, más allá del momento en el que salen los discos, pero después no.
¿Ni siquiera por mera curiosidad? Porque Montevideo Agoniza salió hace 34 años, es mucho tiempo y fue todo muy rápido.
Y pasaron muchas cosas. Porque esas canciones las empezamos a componer en 1984 y antes de que fueran a grabarse tuvimos un inconveniente mayor con Alejandro Bourdillón, que era uno de los mejores bateristas que vi en mi vida. Ese fue un gran golpe para la banda. De hecho, cuando a Alejandro le pasan ciertas circunstancias que lo dejan afuera de la música y de Traidores fue escrita “Flores en mi tumba”. Ese fue un golpe antes de grabar Montevideo Agoniza. El segundo golpe fue que la gentuza de la compañía discográfica nos dijera que el disco no salía si incluíamos las canciones “Montevideo agoniza”, “Viviendo en Uruguay”, etcétera, y nos censuraron seis temas. Sufrimos unos golpes terribles. Alejandro a duras penas pudo grabar ese disco, no pudo desplegar la verdadera riqueza de la base de la banda, y se publicó con cinco o seis temas que tuvimos que componer de apuro y que son lados B. Pero aun así es el disco de cabecera de muchísima gente y es uno de los más importantes para la música nacional. No me preguntes por qué. Yo supongo que es porque es sincero y no tiene artilugios de ningún tipo. Era lo que te decía: somos gente de barrio que un día se puso a decir algo y a tratar de cambiar el mundo caótico en el que vivíamos. Hoy pasamos de la dictadura local a la dictadura global, y Los Traidores sigue teniendo algo para decir.
La letra de “Viviendo en Uruguay” parece escrita ayer. De hecho, hasta por los términos “cheto” y “terraja”.
Es muy gracioso. Ahora podríamos decir “plancha”, pero es lo mismo: más allá de las palabras, habla de la división, de que es difícil bancarse Uruguay, y de alguna manera también tenés que ver que somos muy afortunados como uruguayos. Pero Montevideo agoniza, se sufre.
Más allá de Traidores, ¿en qué andas, musicalmente?
En los últimos cuatro o cinco años estuve básicamente fuera de los escenarios, pero laburando desde otro lado, siempre en la música, porque es mi vida. Estuve trabajando más como productor, componiendo con otra gente. Los escenarios ya me pesan mucho, porque nunca fue un juego: estar arriba del escenario para mí siempre fue un acto de combate, de guerra. De hecho, mi vocación no era ser cantante: me puse a comunicar lo que me pasaba porque la situación me obligó a eso.
“Hay algo más que Víctor Nattero y Juan Casanova: hay canciones que ya tienen vida propia y pertenecen al acervo cultural de una nación”.
¿Te gusta cantar?
Sí, pero no hacerlo público. Lo hice por necesidad y encontré que había mucha otra gente que pensaba como yo. La mayor sorpresa que me llevé en la vida fue cuando tocamos todas las bandas del disco Graffiti [1985] en el Teatro de Verano, en 1985. El aforo era muy diferente, había como 8.000 personas cantando nuestras canciones. No lo podíamos creer. Nosotros nunca habíamos tocado para mucha gente, y de repente ver que el público cantaba tus canciones fue un golpe increíble y también una fuerza muy importante. Además, era un tiempo en el que las bandas estaban súper unidas; después vino todo un desmadre, los egos y las estupideces de siempre que dividen a las personas. Entonces, en los últimos años he tratado de salir de los escenarios por el cansancio y me dediqué a unir gente, por ejemplo, con el proyecto Enlaces. También compuse para otras personas, para pasar la experiencia a gente nueva. Eso es lo que más me importa, tratar de dejar las herramientas que tengo, que aprendí con los años, para poder pasárselas a otras personas y que enriquezcan carreras incipientes.
El último disco que sacó Traidores fue Primavera digital, en 2002. ¿Nunca más se plantearon volver a componer?
Sí, pero muy tirado de los pelos, por eso no llegamos a concretar. Pero también hay un desgaste, que es real, le pasa a cualquiera: llega un momento en el que estás re cansado y ya no funciona lo mismo. Ahora me encantaría componer unos temas con Víctor sobre esta nueva situación, pero una cosa es desearlo o ver la posibilidad, y otra es que se concrete, porque muchas veces la vida no te lo permite. La idea está.
Siempre que se habla del rock posdictadura sobresalen Traidores, Los Tontos y Los Estómagos como punta de lanza de aquella movida. ¿Desde adentro lo viviste así?
Puede ser. A mí me gustaban mucho Los Estómagos, era uno de los fanáticos. No fui tan fanático de Buitres, pero sí me gustó su primer disco. También me gustaba mucho Zero. Hubo otro montón de bandas que quedaron por el camino, muchas cosas interesantes. Después me gustó la primera época de La Trampa.
La tanguera.
Ahí va, esa banda me encantaba, bien darkie, pero lamentablemente esa formación de La Trampa duró poco tiempo. También recuerdo ir a ver a Jaime Roos, que era una aplanadora, y que él fue a ver a Traidores. Había mucha comunicación, íbamos a ver y a apoyar a las bandas.
La versión de “El hombre de la calle” que ustedes grabaron me parece que está infravalorada.
No quedó bien grabada, puede ser por eso. Hay como una idea de que podría haber quedado mejor plasmada, pero para mí no quedó bien.
¿La canción “Buenos días, presidente” sigue vigente?
Siempre estuvo. En realidad era para [Julio María] Sanguinetti, porque cuando asumió [en 1985] hubo una guerra contra los jóvenes. Fue un gran impulso creativo, más allá de que nos fumamos las razias y los calabozos, cosas que los chicos de Instagram no conocen: creen que son revolucionarios porque hacen fiestas clandestinas. Clandestina es cuando te jugás la vida, pelotudo.
Hablando de Sanguinetti: hay un hecho que es parte de la mitología del rock posdictadura, que ustedes tocaron en un acto del Partido Colorado (PC) y algunos seguidores de la banda los criticaron.
Me acuerdo perfectamente. Un día vino nuestro mánager y nos dijo que había un acto del PC o un festival, no sé qué, y nos invitaron a tocar. Dijimos “por supuesto, vamos para ahí a cantar lo nuestro”, por ejemplo, “Buenos días, presidente”. Algunas personas no interpretaron eso adecuadamente, pero estaban ahí, viendo lo que pasaba. Y tocaron otras bandas, no fuimos solos. Nosotros no tocamos para la lista 85 ‒que fue la que organizó el asunto‒ sino contra ellos. De hecho, en escena rompimos sus listas, pero a nosotros además nos pagaban por eso. Fue muy gracioso. Después, lo que interprete la gente me lo paso bien por el forro. Porque siempre hay algún que otro pelotudo tratando de llevar agua para su molino. La posta es que nosotros siempre tuvimos algo para decir y que a veces los que critican no tienen nada para decir. Es muy fácil criticar al que hace, sentado en tu casa, mirando una pantalla, hoy está en boga. Me encantan los haters, porque sólo hablan de lo bien que hago algunas cosas. Las pocas cosas que hago bien son las que me critican.
¿Para vos en la pandemia hay algo orquestado a nivel global?
Para mí es un ataque biológico. Hay un virus, por supuesto, y hay medidas que cercenan nuestra libertad y derechos. Yo quiero respirar y no me cabe ni ahí que me obliguen a usar un bozal. Y ni en pedo me voy a vacunar ni me voy a hacer ningún tipo de test. Creo que hay un terrorismo biológico orquestado para lograr control total de cada uno de los aspectos de nuestras vidas. Es así de simple, es una dictadura global.
Ahora está de moda decir que el hip hop es el nuevo rock. ¿Qué pensás?
Nosotros hicimos punk rock porque era una manera súper fácil de tocar, no tenías que ser un profesional, eras un pibe de barrio que con tus instrumentos podías hacer un barullo bárbaro. Y el rock era sumamente viral para la gente que tenía nuestra edad en aquel entonces. Pero yo lo veo como un vehículo. Podría haber sido el reggae, que también tiene alto contenido social, pero a nosotros nos pegó esa fuerza y lo vimos como una herramienta. Del mismo modo que hoy se usa el hip hop, es una herramienta de comunicación. Yo lo veo desde ese lado y no estoy cerrado en un género. No escucho la música de antes, sino la de ahora, y colaboro con artistas de ahora. Aprendo cosas y a su vez puedo pasar una experiencia. El punk rock cayó como anillo al dedo para las inquietudes que nosotros teníamos, que era cuestionar lo que vivíamos. Hoy hay otros vehículos y me parece sumamente válido. Estoy con la gente que hace hip hop en la calle, con los que hacen freestyle; en cualquier esquina alguno te rapea y eso está buenísimo. Después, los artistas encumbrados ya son harina de otro costal, los que se hacen que tienen calle pero son ricos. Ese tipo de basura siempre lo apesta todo y no tiene legitimidad para mí.
¿Cómo está tu relación con Nattero?
Somos primos, imaginate... Es una vida en esto, ya está. A veces tocamos, a veces no; a veces nos hablamos, a veces no. Es así con todo el mundo, en todos los ámbitos: cuando hay grupos humanos tenés conflictos, y cuando sos familiar hay conflicto. Lo importante es lo que sucede arriba de un escenario. Ahí hay algo más que Víctor Nattero y Juan Casanova, hay canciones que ya tienen vida propia y pertenecen al acervo cultural de una nación.
Estás fumando. ¿Cómo te llevás con los vicios?
Gracias a mi gran amigo Alejandro Fernández, más conocido como Pedro Dalton, cuando él dejó el alcohol yo también. A mí Pedro me re sirvió, porque lo tengo como un referente en todo aspecto, y dije: “Ta, vos dejaste, yo dejo”. No lo pude seguir en el pucho y fumo porro a cara de perro, pero en realidad lo que me mataba era el alcohol. Hace cuatro años que no tomo más.
¿No lo extrañás?
No, para nada. Ya me las tomé todas. Me da asco, es increíble.