Mosul es la tercera ciudad en importancia de Irak, ubicada junto al Tigris, en el norte del país. Con sus 1,4 millones de habitantes y su ubicación junto al río, podríamos llegar a imaginarla como una suerte de Montevideo árabe, rodeada de desierto en lugar de penillanuras.

No es un lugar que acceda mucho a los titulares de los noticieros de hoy. Sin embargo, supo ser noticia allá por 2014, cuando el grupo yihadista conocido como Estado Islámico capturó la ciudad e inició una política de conversiones forzosas, persecuciones, expulsiones y ejecuciones contra la población cristiana, así como a miembros de otras confesiones. Esa “política” redujo la ciudad prácticamente a ruinas.

Especialmente afectado resultó su patrimonio histórico y cultural, que fue blanco directo de los yihadistas: el 27 de febrero de 2015, el Museo de Mosul fue víctima de un ataque que destruyó obras de arte milenarias, muchas de ellas de procedencia asiria, así como bibliotecas y colecciones de manuscritos. Foco principal fue el área de Nínive, conocida hoy como la ciudad de Nebi Yunus, dado que en la zona se encuentra, supuestamente, la tumba del profetas Jonás, mencionado en la Biblia, el Tanaj y el Corán.

El libro sagrado de los musulmanes dice que el profeta Jonás vivió y murió en Nínive, la capital de la antigua Asiria. Quizá por esto, integrantes de Estado Islámico se ensañaron particularmente con la zona en cuestión y en 2014 destruyeron la tumba.

¿Por qué nos importa ahora esto? Porque Mosul, película estrenada recientemente por Netflix, se ambienta precisamente en la devastada zona de Nínive, pero lo hace en 2017, cuando las fuerzas de Estado Islámico (o Daesh, por sus siglas en árabe) se encuentran en retirada y el lugar es una declarada zona de guerra.

Cultura iraquí

Mosul es, entonces, una película bélica, sí, pero es una película distinta. Primero, se aleja del maniqueísmo de “árabes malos, gringos buenos”, porque sólo hay árabes presentes. Todos los personajes son iraquíes, hablan en iraquí, le rezan a Alá.

Nuestros protagonistas son lo que resta del equipo SWAT de la policía local, un grupo que ha peleado sin descanso contra Estado Islámico desde el día uno y funciona prácticamente como una guerrilla, moviéndose en un par de todoterrenos Humvee de aquí para allá.

Tienen una misión, claro, pero tanto para los espectadores como para el joven policía kurdo Kawa (Adam Bessa), el más novel recluta del equipo, el objetivo permanecerá en secreto un buen rato. Lo que sí iremos viendo es el implacable avance del batallón liderado por el recio mayor Jasem (Suhail Dabbach, en un rol que podría convertirlo en el Lee Marvin iraquí) a medida que recuperan, cuadra por cuadra, calle por calle, casa por casa, el barrio.

La base de este drama bélico es el artículo “The Desperate Battle to Destroy ISIS”, de Luke Mogelson, publicado por The New Yorker en 2017. El reportaje reconstruye el accionar de este equipo SWAT en una guerra sin cuartel que ya alcanzaba los tres años, en la que los policías no tenían casi nada más que perder o que no hubieran perdido ya.

El artículo llegó a manos del guionista Matthew Michael Carnahan, quien lo transformó en guion cinematográfico y, junto con la producción de los hermanos Anthony y Joe Russo ‒que de romper todo en Marvel han pasado a ser de los principales generadores de éxitos en Netflix, con la discreta Extraction y esta que nos ocupa hoy‒, hizo su debut como director.

Carnahan se inspira evidentemente en películas bélicas estadounidenses modernas ‒con La caída del Halcón Negro como principal referente‒, pero hay algo distinto, novedoso en su presentación. Acaso por ser una película esencialmente iraquí (aparece un personaje iraní en una de las mejores escenas) en la que los gringos son apenas mencionados y hasta con algo de despecho, quizá por la actualidad de su conflicto, quizá por lo tremendamente humanos que resultan sus protagonistas y su búsqueda, Mosul es, por completo, otra cosa.

Es decir, es una descarnada, vertiginosa y devastadora película de acción bélica, sí. Pero también un relato emotivo, íntimo y personal de aquellos que no sólo pelearon en esta guerra, sino que vivieron en ella. 

Para todo aquel que diga ‒no sin razón‒ que este 2020 no tuvo demasiados estrenos como la gente, acá está Mosul, por lo menos como excepción que confirma la regla.