En julio de este año, cuando la aplicación Disney+ apenas llevaba ocho o nueve meses disponible para el público estadounidense, se registró un aumento dramático en la cantidad de suscripciones. Esto no se debió a una película secreta de Marvel, series originales ni archivos secretos de Walt Disney, sino a un musical.
Para comprender este fenómeno hay que remontarse a comienzos de 2015, cuando Lin-Manuel Miranda (autor del libro, las canciones y la música) estrenaba la que sería quizás su obra definitiva, pese a tener en ese momento 35 años recién cumplidos. La trama sigue la vida de Alexander Hamilton, uno de los llamados “padres fundadores” de Estados Unidos, pero de una forma bastante particular.
Cantada de principio a fin, cuenta con un elenco diverso en el que figuras políticas destacadas como George Washington y Thomas Jefferson son interpretados por afroestadounidenses. “Nuestro elenco se ve como se ve América hoy y eso es intencional”, dijo Miranda en su momento. Además, la música combina los musicales clásicos con el rap y el hip hop.
Estos factores, sumados a la excelencia del resultado final, convirtieron a Hamilton: An American Musical en un fenómeno histórico, que no paró de agotar funciones en la escena independiente, saltó a Broadway y continuó cosechando éxitos, incluyendo 11 premios Tony (los más importantes de la industria) y un Pulitzer.
La compañía se multiplicó, con estrenos en Chicago, Los Ángeles y lanzamientos previstos para 2021 en Europa y Australia. Mientras tanto, quedaban millones de personas con ganas de ver o de volver a ver esta obra y la empresa del Ratón Mickey lo sabía, por eso desembolsó 75 millones de dólares para adquirir la filmación realizada en 2016 de la obra. Y si tomamos en cuenta la explosión de suscripciones y que sea hasta ahora la película más vista de este año, fue la jugada correcta.
La historia de esta noche
Lo primero que hay que señalar es que Hamilton es una obra extensa. La versión filmada dura dos horas y 40 minutos, incluyendo créditos y 60 segundos de entreacto. De hecho, ese es un gran momento para cortar el visionado y retomarlo en otro momento, sobre todo si no estamos acostumbrados a espectáculos de tal extensión (aunque al otro día veamos diez episodios seguidos de una serie).
El guion nos cuenta la versión mirandizada de la vida de Alexander Hamilton, primer secretario del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, a quien la mayoría de nosotros solamente conocemos por haberlo visto en un billete de diez dólares. Por lo general, ajeno.
Por suerte, la forma elegida para contarlo hace que todo fluya a buen ritmo. Hay momentos de beatboxing, riñas de gallos, un puñado de anacronismos y buenos golpes de humor. La música nos acompaña desde el minuto 1 hasta el 160, y no suele haber dos temas seguidos que no incluyan un potencial hit, de esos que dan ganas de volver a escuchar cuando termine la función. Son muchos como para nombrarlos.
En cuanto a las actuaciones, Lin-Manuel se luce como el héroe epónimo, pero hay compañeros que se lucen aún más, en especial Daveed Diggs, quien interpreta primero al marqués de La Fayette y en la segunda parte se come cada escena en la que le toca ser el mismísimo Thomas Jefferson. Las hermanas Schuyler, Eliza y Angelica (Phillipa Soo y Renée Elise Goldsberry, respectivamente) también se destacan, y las contadas apariciones de Jonathan Groff como el rey Jorge III son muy disfrutables.
Las coreografías no son un rubro que particularmente me interese, pero están a la altura del resto de la obra, utilizando un sencillo piso giratorio y una escenografía prácticamente fija con gran tino. Quizás los últimos minutos de Hamilton sean los de ritmo más lento, ya que cuentan circunstancias poco favorables para nuestro protagonista, pero a esa altura el examen está salvado.