Lo habitual de su diario vivir son páginas de una agenda completa, tachada y corregida cuantas veces sea necesario: “Hago sesiones de tarot, doy clases de distintos tipos (Rider, Crowley, Madrepaz), talleres de escritura y de creatividad, camino sola y luego con mis perros una hora y media por día, y una vez por semana estoy cuatro horas en lo de Fabrizio”, dice en referencia a su productor musical. Además sigue escribiendo y leyendo de forma voraz, aunque ya no piensa que está tan loca o tan sola en sus locuras, que tiene razón, y es sincera consigo misma cuando se pregunta sobre la realidad en su cabeza y la de sus amigos. A propósito de una de sus nuevas canciones se recuerda, con 20 y poco, pensando sobre un ómnibus “¿Se puede estar enamorada de cinco tipos a la vez?”.

La tarde del 23 de diciembre la dejó libre para quedarse en su casa y charlar con la diaria en una cooperativa de Camino Carrasco que se ha vuelto su hogar definitivo, con sus plantas, sus vecinos y sus perros: “Mi vida tuvo muchas separaciones. Conocía gurises en la escuela y después me tenía que ir. Ya no quiero viajar a ningún lado, me voy a morir acá en la cooperativa. Fui de aquí para allá, como un clavel del aire trasplantado. Ahora quiero ser como una especie de ombú”.

Para comenzar, y agradeciendo su gentileza y su tiempo, le pedimos que nos muestre algunas de sus fotos más valiosas: “Acá estoy con mi abuela Soledad”, nos cuenta, y toma con sus dos manos un grueso marco de color azul con un corazón rojo en el medio de cada uno de los lados que protege el recuerdo de una tarde en Piriápolis, las dos abrazadas y sentadas en un banco de madera. Patricia niña –tiene el mismo peinado ahora–, su abuela se ríe y mira al fotógrafo con lentes enormes y de buen aumento. “Ella tendría 80 años ahí. Era una mujer que la peleó sola desde bastante joven. Yo ya la conocí viuda, era gallega, y siempre tuvo un carácter muy independiente. Con mi familia vivimos en Buenos Aires, Piriápolis, Maldonado y Montevideo. Cuando ella vino para acá con nosotros le enloquecí la vida. Yo era una especie de bulímica insoportable. Mi abuela me hacía torta de banana, o de no sé qué, y yo le decía: ‘¡No, no, no voy a comer eso!’, y me preparaba un plato de lechuga. Después iba a la pizzería de abajo, me compraba dos muzzarellas y me las comía a escondidas. Mi abuela me decía: ‘Ay, te vas a enfermar si no comés algo’”.

“Además de médico, es pianista”, cuenta sobre la segunda foto, donde se la ve junto a su padre, con abrigos de invierno. “Me parece que es un músico frustrado. Nunca me lo va a reconocer, pero para mí no agarró por ese lado porque era hijo de gallegos y se esperaba que, por lo menos, estudiara. Yo que soy nieta de todo eso, no sé qué se esperaba, pero hice cualquier otra cosa. Capaz que había un gen de artista por ahí, pero nunca lo supe. Mi abuelo le puso a su bar Granada, por Federico García Lorca”.

En la tercera, Patricia ocupa el centro de un sillón y toca una guitarra mientras su hermana (dos años menor) y su madre son el público de una de sus primerísimas actuaciones. “Cuando era chica inventé un personaje que se llamaba Georgina y cantaba canciones inventadas para entretener a mi hermana. Nosotras nos llevábamos mal, pero cuando íbamos en el auto yo le decía ‘¿querés que venga Georgina?’, y ahí de repente, cantando, nos llevábamos bárbaro”.

En Todo lo que no se cuenta en las canciones de amor –el tercer disco de Patricia Turnes, editado por el sello Feel de Agua– sus preguntas, sus conflictos sin resolver, sus relaciones, reales e imaginarias, esta vez se plantan en un caos asumido y expansivo. Lo subió a la web el martes y de inmediato recibió excelentes críticas y comentarios de identificación con los personajes de las canciones.

Su colega Sylvia Meyer destacó el disco en su muro de Facebook y Patricia, su fan, todavía en las nubes, nos contó sobre la charla que empezaron por chat, y de un proyecto de artistas uruguayos interpretando las canciones de Meyer que vería la luz en 2021.

Coproducido nuevamente junto a Fabrizio Rossi Giordano, Todo lo que no se cuenta... tiene participaciones de Flavio Lira, Ismael Varela, Betina Chaves, Miguel Recalde, Francisco Trujillo y Matías Chouy, y está dedicado a “Daniel y a Momo, nuestros queridos perros que aunque ya no están con nosotros nos enseñaron lo que es el amor”.

Un día antes de esta entrevista, Patricia transpira felicidad por la avenida 8 de Octubre. En un whatsapp nos adelanta detalles sobre el video de una de las canciones que está a punto de filmar, nos pide que no nos olvidemos de mencionar el concierto por streaming de su banda paralela, Los Paquitos, y sin detener su marcha ni el micrófono del teléfono sigue buscando el comercio donde venden cinturones de karate. Acaba de conseguir su primer cinturón marrón, y esa es otra de sus alegrías de diciembre.

“Tuviste un año excelente y el que viene será mejor”, le dijo en su última clase su profesor de artes marciales. “¿Por qué me gustan las personas así de motivadoras?”, se pregunta. “Creo que las necesito, no podría vivir sin ese tipo de personas. Como Fabrizio, que conmigo hizo un poco de madre, y también de payaso”.

Sos de tener muchas actividades. Cuando empezás con una nueva, como el karate, ¿qué pensás? “¿Probemos con esto a ver cómo funciona?”.

En este caso fue distinto. Tenía veintipico, estaba muy angustiada, re loca, era “yo soy la escritora y estos pendejos de mierda de la Católica no saben quién es Onetti, y los profesores son todos idiotas”. Era la omnipotencia y al mismo tiempo la impotencia, tenía mucha rabia, y me vinieron ataques de pánico. Estuve muchos años con un psicólogo, que era amigo de Felipe Polleri, muy existencialista; me sirvió, pero era mucha arqueología. Luego caí con otro, reichiano, que me dijo: “¿Querés curarte o venís acá a perder plata?”. “Bueno, sí, dale”, le dije. “Listo, te vas a tener que ir a correr tres veces por semana con pesas, y además vas a ir tres veces por semana a karate”. “¿¡Qué!? Me muero”, le contesté, y me dijo: “Sí, vos estás muy acá, en la cabeza, te falta bajar a la tierra, hacer raíz. Cuando hay un exceso de pensamiento el cuerpo se puede enfermar”. Me dio dos direcciones: una era la de Carlos Rossi, y la verdad que el karate me cambió la vida. En la misma época, además, empecé a hacer música. No digo que funcione para todos igual, pero a mí me ayudó a canalizar mi energía. Y cuando hay días que me cuesta salir, yo soy mi propio perro: me saco a caminar, a hacer karate, me digo “¡vamos, no te quedes, que si no le metés volvés a la mala”.

Diseño: Carolina Gil (Polyester)

Diseño: Carolina Gil (Polyester)

Este nuevo disco da la sensación de algo que quedó totalmente liberado. En el primero (Lentes oscuros, 2017) la instrumentación y la producción acompañaban tu deformidad, en el segundo (Yo tenía una vida, 2018) intentaron combinar tu estilo con un montón de cosas, y en este parece que estás vos bien en primer plano y todo lo demás te sigue de atrás en tu jugada.

En estos años de conocernos y trabajar juntos con Fabrizio mejoró nuestra comunicación y profundizamos nuestros lazos personales y musicales. Queyi –una cantautora española que vive en Uruguay desde hace años– me dijo una vez: “En la música todo son horas de vuelo, querida Patricia...”. Y así lo veo ahora. Esa frase explica todo. Ella me lo decía para cuando recién empezaba y te parecía imposible, cuando yo le contaba que me daba vergüenza hacer tal o cual cosa en la música, exponerme en público, por ejemplo. Con Fabrizio tenemos muchas horas de vuelo, y sería totalmente injusto si dijera que el disco es sólo mío. Son mis composiciones, pero muchas de ellas nunca hubieran salido así si no fuera por el toque en la producción que les dio Fabrizio a mis maquetas originales. Realmente las transformó. Lo “liberado” que encontraste en el disco puede tener que ver con una liberación mía, muy personal. Este año leí un libro de Paul B Preciado, El manifiesto contrasexual, y en un momento el autor dice que escribió el libro que le hubiera gustado leer a él. Un poco me pasa lo mismo con este disco. Siento que por ahí suenan muchas canciones de amor en las radios, o por cualquier lado, que no están contando las versiones más fidedignas de este sentimiento, lo que de verdad les pasa a estos seres humanos. Siento que no son canciones honestas, y no me representan. Por eso quise ser lo más sincera posible. Preciado también dice: “Un libro puede funcionar como un dildo, penetrando el pensamiento de una época y convirtiéndose en una técnica capaz de hacer temblar el discurso normativo e imaginar otra sexualidad posible”. Otra máxima que me inspiró mucho es una frasecita de [John] Cheever que encierra bastante su filosofía: “No disimular nada ni ocultar nada, escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad; escribir sobre mi torpeza sexual, el sufrimiento de Tántalo, la magnitud de mi desaliento –creo entreverlo en sueños–, mi desesperación. Escribir sobre los necios sufrimientos de la angustia, la renovación de nuestras fuerzas cuando aquellos pasan; escribir sobre la penosa búsqueda del yo, amenazado por un extraño en correos, un rostro apenas entrevisto en la ventanilla de un tren; escribir sobre los continentes y las poblaciones de nuestros sueños, sobre el amor y la muerte, el bien y el mal, el fin del mundo”.

Existen místicas sobre la escritura, que te atrapa, que se vuelve inevitable, que llega como un impulso, o escritores que no pueden más que escribir. ¿Te pasó algo así con las canciones? Hiciste tres discos en bastante poco tiempo.

Siempre digo que la vida es corta. Mi pareja, Diego, se ríe de mí. Me dice: “Pero vos pensás que la vida es corta desde que tenés 25 años, desde esa edad ya tenías angustia de muerte...”. Y sí. A veces cuando veo que la gente posterga cosas o sufre al pedo les digo esa frase, para que aprieten el acelerador a fondo y elijan. “La vida es corta”. Tengo ese chip de ser productiva, de aprovechar el día todo lo que se pueda, aunque no sea siempre para disfrutar. Yo tengo el trauma de dejar una obra, cosas escritas, un diario, discos, no sé por qué. Te diría que no lo puedo evitar. Si yo supiera grabar discos sola seguro los sacaría más seguido. En un punto mi vida es una carrera contra el tiempo, contra la edad, contra el destino, el deterioro, el envejecimiento, capaz que contra la vida. Componer canciones es algo que te ayuda a lidiar con el vacío existencial, ¡y tener una banda como ahora ni te digo! Creo que fue a Onetti que le pasó una vez cuando era joven. Salió a la calle, se puso a mirar a todos los que se cruzaba y decía “este también se va a morir”.

¿Por qué elegiste este estilo de letras para tu música? Quiero decir, sos una lectora y escritora de toda la vida. Podrías haber seguido un camino más clásicamente metafórico o poético, pero de algún modo seguiste el que ya aparecía en tus libros.

Nunca pensé demasiado lo que estaba cantando. En la escritura vengo del método levreriano, que no tiene nada que ver con pensar; al contrario, el que piensa pierde. Más bien me dejo llevar. A veces al componer me propongo hablar de algún tema puntual, pero trato de no controlar, dejo que la canción me sorprenda y siempre lo hace, siempre está viva. Eso es lo que más me gusta de componer, debe ser una de las pocas instancias en las que no controlo nada, en las que me dejo ser. En general me pasa eso con la música en general, me lleva. Por otro lado, me gusta el realismo de escritores como Raymond Carver, Richard Ford, John Cheever, ese estilo. Me agrada que los escritores o los poetas imiten la realidad, incluso los escritores clásicos, cuanto más realistas, más me gustan. En el cine soy muy fan de un coreano que se llama Hong Sang-soo. Algunos dicen que es el nuevo Éric Rohmer. Tanto el coreano como el francés dan en la tecla, filman de una manera que cuando ves las películas te parece todo muy natural, muy sincero.

Contame de tus más nuevos intereses. Lo que sea.

Siempre me interesaron las plantas, los perros, los pájaros. Hace poco, por ejemplo, me dio por plantar yuyos al frente de mi casa: carqueja, guaco, cedrón, salvia, etcétera. Les pido consejos a las señoras del barrio o en la peluquería, me dijeron que tirarles huevo a las plantas es bueno, todos los días como huevo y les tiro las cáscaras; evitan que los bichos se las coman. Después cosecho algunas de esas plantas, hago infusiones con flores: tilo, rosas, jazmines, hibiscos, ceibos. Me gustan mucho las plantas y los animales, cada vez soy más fanática de la naturaleza. Por eso salgo a caminar como una hora y media todos los días, llueva o truene. Les doy de comer a unos perros que están abandonados en el barrio. Además, con el tiempo encontré que hay vecinos que aman a los animales. Como yo, esas personas les llevan comida y agua a los perros de la calle. Incluso hay una vecina que se dio cuenta de lo que yo hacía y empezó a mandarme una bolsa de alimento cada dos meses. Yo le llamo “el merendero”. Si no les llevo comida me siento muy mal; es como un toc que tengo, como que son hijos de alguna manera. Ellos dependen de mí, pero yo también de ellos. Y tengo a mis perros. Cuando empezó el año tenía cinco, pero ahora la manada quedó reducida a tres. Sueño con un mundo en el que ningún perro sufra, eso me interesa más que ningún otro ideal. El tema de los perros me llega muy profundo. A veces pienso: “El día que me muera lo único bueno es que no voy a tener que sufrir más al ver perros abandonados en la calle”. Tal vez mi próximo disco sea sobre plantas o animales, algo así. Ya hay unas cuantas canciones que vienen germinando en esa dirección. Cuando toco la guitarra miro por la ventana, veo y escucho a los pájaros. Sé que tengo una visión idílica de la naturaleza, la veo como un lugar en el que no existe el mal, y esa idea, aunque sea mentira, me hace bien.

Hoy Patricia Turnes y Los Paquitos serán parte del cartel de Utopía, festival de música nueva, que se podrá ver vía streaming en el canal de Youtube Gaiaestudio a partir de las 20.00.