Hay dos Guy Ritchie. Por un lado, el creador de hiperkinéticos policiales negros humorísticos, que saltó a la fama en 1998 con Lock, Stock and Two Smoking Barrels (que sigue siendo, muy probablemente, su mejor película) y que marcó un estilo en el que la comedia negra, el golpe y porrazo, la narrativa cronológicamente desordenada y los personajes inolvidables se daban todos la mano para contar thrillers criminales londinenses.

Ese estilo se afirmó en 2000 con Snatch (que cuenta con uno de los mejores personajes que Brad Pitt hiciera jamás) y luego se continuó con Revolver (2005), RocknRolla (2008) y hasta con sus dos adaptaciones de Sherlock Holmes (2009 y 2011) protagonizadas por Robert Downey Jr. y Jude Law.

Luego, está el otro Guy Ritchie, uno que tímidamente ha tratado de apartarse del anterior –sea por interés económico o circunstancias puntuales, como estar casado con Madonna– para estrellarse estrepitosamente contra el fracaso o la decepción. Ese fue el que hizo en 2002 la infame Swept Away (con Madonna, justamente) y producciones recientes como King Arthur (2017) o la anodina Aladdin (2019).

Podemos concluir que cuando Ritchie se aparta de lo que sabe, pierde. Entonces, cabe alegrarse de que no sólo regresa al estilo de cine que mejor le sale, sino de que lo hace a la enésima potencia.

Muertes, traiciones y un infortunado intento de retiro

Mickey Pearson (Matthew McConaughey) es un estadounidense radicado desde su juventud en Londres y ha construido, con sangre e ingenio, un verdadero imperio narco, aunque concentrado pura y exclusivamente en la producción y distribución de marihuana.

Consciente de que envejece, decide retirarse y le plantea a su colega y competidor Matthew Berger (Jeremy Strong) la posibilidad de venderle el paquete completo: las drogas y el circuito de venta. Pero, claro, la simple idea de retiro sugiere debilidad así que, cual tiburones, distintos agentes de la escena criminal comienzan a rondarlo.

Entra en acción Fletcher, un taimado detective privado (Hugh Grant) y narrador de esta historia. Una noche se apersona en casa de Ray (Charlie Hunnam), la mano derecha de nuestro protagonista, con la intención de chantajearlo, ya que los movimientos de Mickey han puesto en marcha un buen número de muertes y traiciones millonarias que a nadie le conviene que trasciendan.

Si con el paso de los años Quentin Tarantino se ha vuelto más indulgente y se permite minutos y minutos de diálogos de sus personajes sin la amenaza de un buen corte de edición, parecería que Ritchie se acerca al mismo estado. No sólo hay un regodeo en sus creaciones, sino en su estilo. Nunca antes la narrativa fragmentada y desordenada estuvo tan presente, y el relato salta para adelante y para atrás, se reitera, varía, especula, se ríe de todo lo anterior y va siempre más allá.

Claramente esto no es para todos los paladares, incluso para aquellos que gustamos del estilo del director. Pero la situación se ve salvada, en definitiva, por su elenco. Si bien McConaughey compone su protagónico medio de memoria, es el trío compuesto por Hunnam (el protagonista escondido, en definitiva), el reptilesco Grant y un enorme secundario a cargo de Colin Farrell (con pocos pero muy agradecidos minutos en cámara) el que impulsa y lleva adelante esta trama de traiciones y giros dramáticos. El guion triunfa, sobre todo, en sus aspectos más cómicos gracias a mafiosos muy educados, amables, casi que escapados de otro tiempo. Unos verdaderos caballeros.