Las mejores series de televisión un día se terminan. Las peores también, excepto esos culebrones estadounidenses que llevan 50 años al aire, con nombres como Ricos y escandalosos o La belleza y el dinero.
Esta vez nos toca despedir a una de las buenas, una comedia que arrancó con una premisa atrapante y un elenco ajustadísimo, que sobre el final de la primera temporada nos sacó la alfombra de abajo de los pies y nos hizo caer de culo. Mientras nos tomábamos un analgésico, nos enseñó acerca de la vida, utilizando como excusa lo que sucede después de que termina.
The Good Place partió con un buen pedigrí, ya que se trata de otra idea de Michael Schur, el mismo creador de las también recomendables Parks and Recreation y Brooklyn Nine-Nine. Una persona que en pocos minutos hizo que desapareciera mi enorme odio hacia Andy Samberg merece todos mis respetos.
Los primeros segundos del primer episodio marcarían el tono de las cuatro temporadas. Eleanor (Kristen Bell, nacida para el papel) abría los ojos y se encontraba en una sala de espera en la que todo era beige, excepto por las palabras “¡Bienvenida! Todo está bien” escritas en la pared.
A continuación, Michael (Ted Danson, nacido para el papel) abre una puerta y la invita a pasar. Le cuenta que está allí porque murió y que ahora comienza la siguiente etapa de su existencia.
Eleanor, preocupada, le pregunta a dónde fue a parar después de haber cantado flor. “No es la idea de cielo o infierno con la que te criaste”, contesta Michael. “Pero en términos generales, en el más allá hay un lugar bueno y un lugar malo. Vos estás en el lugar bueno”.
Claro que en esta clase de historias, como en casi todas, algo tiene que salir mal, y en pocos minutos descubrimos el primero de los varios grandes giros que tendrá la trama: Eleanor no fue una buena persona, así que no se merece un lugar en el lugar bueno. ¿Podrá el profesor de ética Chidi (William Jackson Harper) ayudarla a mejorar como ser humano?
Aparte de la religión
El mismísimo Schur se encargó de aclarar en 2016 que su idea de la vida después de la muerte no está dictada ni toma partido por ninguna religión. “Las personas que están ahí son de todos los países y todas las religiones”, contó a The Hollywood Reporter. “No solamente los cristianos de Europa pueden llegar al cielo”.
La serie, entonces, no es religiosa. “Yo la concibo como espiritual y ética”, agregó en su momento, y a lo largo de los episodios se introducen conceptos filosóficos que (obviamente) son tratados con la profundidad de una comedia de veintipocos minutos, pero que dejarán al espectador entusiasmado, a diferencia de muchas clases de filosofía.
Chidi le enseñará a Eleanor y luego al elenco ampliado (que incluye a Jameela Jamil como Tahani y a Manny Jacinto como Jason) acerca de la conducta de las personas en sociedad, el acto moral y los distintos encares a lo largo de la historia. También del castigo por nuestras malas acciones, lo que terminará replanteando el concepto entero del más allá y la vida eterna. Y les queda tan bonito, que merecería ser cierto.
¡Me aburro!
Tranquilo, Homero Simpson. La serie tiene suficientes risas como para atraer al gran público. A los cinco personajes mencionados hay que sumarle a Janet (D’Arcy Carden), una inteligencia artificial pronta para cumplir los deseos de los buenlugarcistas. Con el correr de los episodios aparecerán más personajes secundarios, incluidos Jason Mantzoukas como el legendario Derek y Maya Rudolph como la jueza interdimensional.
Los guiones se aprovechan de la ambientación y de las buenas actuaciones para contar una gran historia en 53 episodios, que puede ser dividida en cuatro grandes arcos y que a la vez nos da una pastillita de entretenimiento en cada envío unitario. Siempre con la dupla Bell-Danson como pilar fundamental de la acción y la comedia. Y siempre (algo que no es menor) con una visión bastante optimista de las personas, en especial en su capacidad de aprender de los errores e intentar ser al menos un poquito mejor que ayer.
Con guiones que bajan a tierra ideas que parecían complejas, muchos momentos de humor y un plantel de primer nivel, no es extraño que The Good Place haya estado tan bien considerada por la crítica y el público. Y ahora que terminó, podemos verla (o volver a verla) como obra finita y redondita. Como una hostia, pero acá no hablamos de religión.