En 2009, Quentin Tarantino nos traía una película de venganza histórica ambientada en Europa en plena Segunda Guerra Mundial. La hermosa Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, mal escrita adrede) presentaba a un grupo paramilitar de estadounidenses de origen judío dedicado a matar y arrancar el cuero cabelludo de los nazis.
Al mismo tiempo, la única sobreviviente de una familia judía asesinada por soldados alemanes planificaba una justicia (poética) por mano propia. Todo terminaba en una masacre que reescribía los libros de historia, porque Quentin no se iba a limitar por algo tan nimio como lo que realmente ocurrió.
Prime Video, el servicio de streaming de Amazon, estrenó una esperadísima serie protagonizada por Al Pacino, acerca de judíos estadounidenses que se dedican a “cazar” criminales de guerra nazis establecidos con pompa y circunstancia en el nuevo continente.
No sabía qué esperar de esta ficción y terminé encontrando un entretenimiento delirante, que funciona como secuela espiritual del mencionado largometraje, con momentos de violencia cruelmente realista y otros de violencia desfachatada y desmesurada.
Los primeros minutos son una cachetada a las expectativas. Una colorida barbecue organizada por un político más yanqui que las buffalo wings termina en caricaturesca tragedia después de que uno de los presentes resulta ser un nazi camuflado. Eso apenas nos prepara para lo siguiente.
Jonah (Logan Lerman) es el protagonista de la acción. Se trata de un joven fanático de las historietas y bueno para las matemáticas que vive en Nueva York con su abuela, una sobreviviente de los campos de concentración. El año es 1977.
Las circunstancias lo pondrán en el camino de Meyer Offerman (Pacino, mesurado y genial), quien comanda al grupo de justicieros sin capa que no tolera ver a tantos asesinos viviendo el famoso estilo de vida estadounidense. Estos justicieros se parecen a Los Magníficos: provienen de los sitios más diversos, algunos incluso profesan otras religiones, y cada uno posee una característica destacada que lo hace valioso para el funcionamiento del conjunto (combate, espionaje, electrónica...).
Las dos violencias
Esta creación de David Weil no libra al criterio del televidente decidir quiénes son los malos. Se podrá cuestionar, y los propios protagonistas lo hacen, acerca del descenso a la “oscuridad” que significa pagar ojo con ojo y diente con diente. A la hora de mostrar el sadismo de los oficiales nazis, Hunters apela a una narración crudísima y a algunos detalles que incluso superan la realidad, al menos de acuerdo con las autoridades del Museo Memorial de Auschwitz, quienes consideraron algunas escenas “peligrosas” por entender que alientan a los negacionistas.
Cuando volvemos al presente setentero y vemos a los soldados de Meyer en acción, la violencia es otra. Es excesiva, exagerada... tarantinesca. Las víctimas no son ningunos viejitos que merezcan nuestra compasión, algo que la serie se encarga de remarcar reservándoles algún último acto de maldad antes de morir. De esta manera, los momentos de venganza son cuestionables, pero muy catárticos.
La forma en que Estados Unidos recibió a científicos nazis con los brazos abiertos para evitar que se fueran a la Unión Soviética es algo que ocurrió realmente. Pero conforme el comando de élite va completando sus primeras misiones, descubrimos que existe una gran trama que involucra a un montón de nazis y es realmente digna de un villano de James Bond. Ahí sí, el hunterverso se separa de los hechos reales y los aniquila de un chupinazo.
Del 1 al 10
Esta temporada está formada por diez episodios, el primero de 90 minutos y el resto de una hora de duración. No se hacen particularmente largos, aunque el cierre de la temporada se podría haber resuelto en menos episodios y los amigos “civiles” de Jonah (nuestro Peter Parker) aportan poco.
Sobran las buenas actuaciones, con veteranos de mil batallas, como Carol Kane (desde Annie Hall a Unbreakable Kimmy Schmidt) o Saul Rubinek (desde Los imperdonables a Frasier). Y jóvenes talentos como Greg Austin, que interpreta a un Axel Kicillof del mal.
En resumen, se trata de una serie que no es para todos los públicos. El interés variará de acuerdo con la cercanía a los sucesos representados y el gusto por cierta clase de historias pulp, que en este caso podríamos definir como jewsploitation. Pero al menos habría que darle una oportunidad.