Una se acostumbra a que haya duplas creativas que no fallan. La escritora e ilustradora María Wernicke y la editorial argentina Calibroscopio, especializada en libros álbum, suelen dar libros poderosos y bellos cuando trabajan juntas. Los ejemplos son numerosos y delinean una trayectoria extensa y fértil; menciono sólo tres, a modo de ejemplo: Papá y yo a veces (2010), Hay días (2012), Cuando estamos juntas (2016).
Aunque cambia de un texto a otro en su singularidad, es posible identificar un estilo en el que el uso del blanco del fondo y el despojamiento son elementos fundamentales. No en vano, uno de sus primeros títulos, en el que trabajó en la ilustración junto con la escritora Iris Rivera, fue Haiku (2011).
En una entrevista con la diaria, en la primavera de 2017, la autora hacía hincapié en que en el proceso de escritura hay una ardua búsqueda, la de “empezar a sacar, a sacar y a sacar, a no tener adornos. Pulir y que quede lo esencial”. Aunque sostenía que la brújula en ese camino no era tanto la belleza, sino buscar lo que se quería contar, es innegable que en sus ilustraciones y en sus textos anida la belleza. Una belleza callada, a veces áspera, medida.
Por todo lo anterior, cuando se anuncia un nuevo libro de Wernicke –y encima publicado con el cuidado de Calibroscopio– una presta atención. Hace unos meses salió de imprenta Contracorriente, y hubo que esperar un poco a que cruzara el charco, pero valió la pena. Contracorriente narra el encuentro de dos personajes solitarios, en un delta donde se entretejen islas y finos cursos de agua. El vínculo con el entorno natural es protagonista: animales, plantas, cielo y agua que corre son signo, y el hombre que surca esos canales en su bote conoce su lengua, sabe leerla, interpretarla. “Les sigue la corriente”, “conversa con ellos”. Ese vínculo fluido, casi corporal, contrasta con el relacionamiento distante con la gente: “mucho no se entiende” y le dicen “no, no, no” cuando pide trabajo.
La presentación del hombre da paso a la acción cuando se produce un quiebre en la rutina que corre lenta y constante como el agua del río: “hasta que le dicen sí”. Estas cinco palabras establecen un paralelismo entre el hombre y la mujer que le encarga un trabajo. En las páginas que siguen se suceden trabajos y se instala una nueva realidad: mientras el hombre trabaja, la mujer lee para él en voz alta. La inmersión en la palabra que fluye transforma al hombre, lo hace viajar en sueños, le despierta una curiosidad inesperada. La letra invade el entorno, al tiempo que se deja invadir, que se funde al oído atento del hombre con la lengua de la naturaleza que él aprendió a dominar: las palabas que ella le arrima le suenan “como agua que baja”, “como lluvia de semillas”, como “abejas zumbando en el panal”.
Contracorriente es, por supuesto, una historia de amor. Una historia de amor de palabras y por las palabras. En sus páginas habita la poesía. En cada palabra, en cada silencio, en la ligazón inseparable entre ilustración y texto. Y una agradece el trabajo de hormiga de Wernicke al sacar, sacar y sacar, para quedarse con la belleza en estado puro, para que las palabras digan, susurren, invadan, seduzcan.
Contracorriente, de María Wernicke. Calibroscopio, Buenos Aires. Distribuye Dinámica.