Fetch the Bolt Cutters, de Fiona Apple (estilo inclasificable)
Canciones que se sostienen más que nada sobre la percusión de instrumentos poco convencionales para la música pop, que remiten ineludiblemente a la veta cavernosa de Tom Waits, como la del disco Bone Machine (1992); una voz limpia, que no miente, sin efectos extravagantes; tomas que parecen improvisadas, en las que se deja hacer y ser, y no importa si al final quedan sólo los coros como ecos fantasmales: son los ingredientes que hacen que Fetch the Bolt Cutters sea no sólo el mejor disco de Fiona Apple sino de toda la música que salió a lo largo y ancho de la Vía Láctea en los cinco meses y medio que llevamos de este bendito 2020. No sólo por sus cualidades musicales sino porque además es una patada a toda esa maraña de sonidos artificiales que están de moda hace demasiado tiempo.
Tomemos, por ejemplo, la canción “Newspaper”: gracias a la percusión rudimentaria, a la melodía de voz casi hablada y obsesiva –por momentos, a punto de quebrarse–, a la ausencia de estribillo formal y a los coros celestiales, desprende un halo de música tribal, una vuelta al origen de todo, lejísimos de lo prefabricado para ganar clics. También nos topamos con un derroche de virtudes swingueras, como en la lenta y adictiva “Ladies”, en la que de paso Apple muestra sus grandes aptitudes vocales, llegando casi al falsete.
“Relay”, otra canción grande del disco, tiene una melodía pegadiza, de pulso country, que repite como un mantra unos versos que se podrían tatuar en las listas de verdades del mundo: “Evil is a relay sport, / when the one who’s burnt / turns to pass the torch” (la maldad es un deporte de relevos, / cuando el que se quemó / gira para pasar la antorcha). En el último minuto de la canción paran todos los instrumentos, y tanto Apple como Maude Maggart, su hermana, que hace coros, quedan solas entonando una especie de vocalizo que dan ganas de dejar todo e ir a abrazarlas.
“People like us we play with a heavy balloon, / keep it up to keep the devil at bay, / but it always falls way too son” (la gente como nosotros juega con un globo pesado, / lo mantenemos en el aire para mantener al diablo acorralado, / pero el globo siempre cae demasiado pronto), canta Apple en “Heavy Balloon”, quizás la mejor del disco, que por muchos motivos –empezando por el estribillo agresivo y terminando por la letra– es la más tomwaitseana de un álbum que ya se puede decir que va a ser el mejor del año, aunque falte la mitad (Apple les da ventaja. Vamos, saquen algo mejor, si pueden).
All Visible Objects, de Moby (electrónica)
En la última década la estrella de la eléctronica Moby terminó de consolidar su alejamiento del recurso de usar samples de viejas canciones de música popular estadounidense –blues, gospel, soul, etcétera–, como supo hacer en el genial y multivendido Play (1999), para abrazar el downtempo atmosférico, lacrimógeno, de muchas capas, con melodías cantadas por él o por invitados. A su vez, también se le dio por canciones más apuradas, densas, casi rockeras, pero sin llegar a lo crudo del irregular Animal Rights (1996). Todo esto, adornado con letras que pintan una visión bastante pesimista y apocalíptica, acorde a lo hipersensible que el músico se ha mostrado como civil ante las maldades de turno –es un famoso vegano militante, por ejemplo–.
Así las cosas, en 2016 editó el denso These Systems Are Failing, que incluía la bajonera “Are You Lost In the World Like Me?”, mientras que al año siguiente completó un paisaje negro con More Fast Songs About The Apocalypse. Como si se viniera el apocalipsis de verdad y hubiera que aprovechar el tiempo, luego lanzó Everything Was Beautiful, And Nothing Hurt (de lo mejor en plan downtempo) y Long Ambients 2 (tres horitas y media de música ambient, como para hacer todas las poses de yoga que existen).
Ahora acaba de lanzar All Visible Objects, en el que mezcla lo atmosférico y lacrimógeno con el estilo más pistero, que lo hizo famoso a principios de los 90 –con el single “Go”, antes del sampleo a rabiar–, mechado con su activismo. “Too Much Change”, el tema central del disco –por su duración, de casi diez minutos–, tiene lo pianero baladoso –con la voz de la cantante Apollo Jane–, pero de repente se va colando el pulso dance, como una amenaza, hasta materializarse en un break instrumental de corte rave noventera, una lucha bipolar de estilos.
“What are we supposed to feel?, / and what are we supposed to do? / There’s too much change” (¿qué se supone que debemos sentir?, / ¿y qué se supone que debemos hacer? / Hay demasiado cambio”, dice la canción. ¿La “nueva normalidad”? ¿El cambio climático? ¿El mundo líquido? ¿La hamburguesa vegana? Elige tu propia desventura.
The New Abnormal, de The Strokes (rock)
Siete años después de su último LP, Comedown Machine, la banda de Julian Casablancas volvió con un disco que por el título parece un guiño a los tiempos que corren –con tapaboca y manteniendo distancia–.En 45 minutos está todo lo que podemos esperar de una banda como The Strokes. El rock con llevada muteada contrarrestada con punteos afilados y la voz susurrada de Casablancas, como si recién se levantara de la siesta (“The Adults Are Talking”); el impulso más bailable y festivo, con olor a synth-pop (“Brooklyn Bridge To Chorus”, pero no tan olorosa como “At the Door”, que a su vez tiene una melodía con un dejo de nostalgia que está entre lo mejor el disco).
Como acá tenemos “Domingo”, de Buceo Invisible, The Strokes se despachó con “Why Are Sunday’s So Depressing”, la canción sobre la depresión dominguera que le tocó por padrón a Manhattan. Curiosamente, a lo largo de toda la canción no hay rastros de la respuesta. O sí...
Song For Our Daughter, de Laura Marling (folk-pop)
El folk cálido, certero e introspectivo de la inglesa Laura Marling está de vuelta con Song For Our Daughter, un compendio de canciones para su hija ficticia. Si nace algún día, lo hará en un mundo como el de ahora, en el que “sólo el fuerte sobrevive”, como reza “Only the Strong Survive”, probablemente la mejor del disco, con un insistente –pero cálido– arpegio de guitarra acústica, sobre el que Marling construye una melodía relajada, que por momentos puede parecer incluso de canción de cuna, pero de repente tira “and I won’t write a woman / with a man on my mind” (y no voy a escribir a una mujer / con un hombre en mi mente).
Cuando el disco se va terminando, con “Hope We Meet Again” y “For You”, queda la sensación de que si esa hija ficticia algún día se materializa, en estas canciones tendrá un recoveco para resguardarse.