“¡A ver, chicos, está hablando Ruben!”, dice una de las comensales, que sube el volumen de su voz para conseguir la atención de los presentes en un momento tan especial. De pie, junto a Elda, su futura esposa, el hombre, de impecable camisa celeste y cabellos blancos, une el índice y el pulgar de su mano izquierda y con el gesto agrega precisión a su novedad: “El viernes vamos a ir a Punta del Este, y va a ser la sexta noche de bodas”. Los presentes aplauden entre risas de felicidad el compromiso y le piden a la novel pareja “un besito”. Adriana y Claudia filman la escena metidas en la intimidad de la familia y sus amigos. Será parte del primer episodio de la miniserie La flor de la vida, y un minuto entre las 200 horas de grabación que sumaron durante tres años de trabajo para este proyecto.

Las directoras de cine y documentalistas Adriana Loeff y Claudia Abend filman, editan, dirigen y escriben todo su material. Adriana dice que además son “intensas”. Fueron compañeras de liceo, y de a poco, mientras estudiaban para matemáticas A y B, se hicieron amigas. Continuaron sus carreras universitarias juntas y su tesis de grado en Comunicación Social terminaría por convertirse en Hit (2008), el largometraje documental que cuenta la historia de las más célebres páginas de la música uruguaya y que logró una excelente recepción del público y la crítica especializada. “Nos conocemos de hace millones de años, fuimos madres al mismo tiempo y vamos por nuestra tercera película juntas. Estamos acostumbradas a hablar en plural”, dice Claudia. “A esta altura pensamos parecido en muchas cosas”, agrega Adriana, para comenzar esta charla, sobre el más reciente de los estrenos de esta dupla de amigas.

Sobre La flor de la vida supimos por primera en vez en 2017, cuando las directoras estrenaron en cines la notable historia de Aldo y Gabriella, “un cuento de hadas enfrentado a la realidad, una historia universal sobre el amor –y el desamor–, las relaciones de pareja y los desafíos de envejecer”.

En el film, entre momentos dulces y agridulces de la pareja de origen italiano, se abren pequeñas ventanas a otras historias igualmente increíbles y emotivas, que son la principal materia prima para la nueva miniserie –que lleva el mismo nombre de la película–, de la que podrán verse los primeros tres capítulos por Vera TV. “La flor de la vida (la serie) recorre las historias de octogenarios atravesando nuevos comienzos y poniendo a prueba nuestros prejuicios sobre el paso del tiempo, los sueños y el amor”, dicen.

Cuando comenzaron con este proyecto, ¿qué era lo que buscaban?

Adriana Loeff: Empezó con una búsqueda de cosas que tal vez al principio no teníamos tan claras. Nosotras estábamos atravesando un momento de nuestras vidas en que veíamos por delante muchos cambios, con cuestionamientos hasta existenciales, y la tentación de ir a hablar con adultos mayores y conocer sus historias era como tener la posibilidad de mirar en una bola de cristal y hacer preguntas acerca de un futuro posible, una forma de preguntarle a personas que están del otro lado de la vida: cómo hiciste, cómo atravesaste tal problema. Empezó así, con una búsqueda muy amplia, no necesariamente tenía que ver con el amor, también con la maternidad, los sueños, las cosas que te salieron bien y las que te salieron mal, y las veces que te diste la cabeza contra la pared. En un principio enmarcamos búsqueda en personas que a los ochenta y pico estuvieran atravesando nuevos comienzos; esa fue la primera consigna. Nos parecía interesante hablar de nuevos comienzos en una etapa de la vida en que se acostumbra a percibir el final.

Claudia Abend: Nuestro trabajo es muy vocacional, es como una especie de sustituto o complemento de la terapia. Por eso necesita su tiempo, decantar, es una búsqueda que muchas veces parte de temas que tenemos por resolver, de dolores y dificultades. Esto es un poco nuestra manera de enfrentarlos y de crecer, más allá del resultado, que después termina siendo una película que queremos que guste y le vaya bien. Estuvimos muchos años investigando y trabajando para la película. Filmamos mucho. Teníamos cientos de horas de material. Es nuestro modus operandi. Cuando llegó el momento de ir a la isla de edición y de encontrar una historia, dijimos: “¿Qué hacemos con todo esto?”. En ese camino, encontramos primero la historia de La flor de la vida (la película), pero al principio pensábamos que iba a ser una película coral.

Adriana: Durante tres años filmamos unas cinco historias en profundidad. Seguimos a los personajes, filmamos un montón de escenas, los llamábamos permanentemente, y recién cuando llegamos a la isla edición nos dimos cuenta de que la película era la historia de Aldo y Gabriella: tenía tantas capas y complejidad que no podía convivir con otras historias.

Claudia: Este tipo de proceso siempre implica una renuncia dolorosa. Hay un punto en el que es necesario hacer un duelo por ese material que uno filmó y por esos personajes con los que uno entabla un vínculo, un poco en pos de la película, que de poco adquiere vida propia.

Una de las cosas que me parecieron más interesantes de la película y la serie es que se aprecia cómo ustedes estuvieron muy encima de todo ese proceso y comprometidas con el vínculo de cada uno de los protagonistas, muchas veces operando la cámara y llamándolos ustedes mismas por teléfono, cada vez que lo necesitaban.

Adriana: Sí, hubo muchas jornadas en que una de nosotras iba sola con la cámara, hacía el sonido, todo.

Fueron aprendiendo mientras filmaban cómo sostener esos vínculos durante tanto tiempo. ¿Se habían marcado alguna pauta previa?

Adriana: La relación con el sujeto que estás filmando, el eventual personaje, es la esencia del documental. No importa que seas una persona con grandes conocimientos de cine; si salís a la calle a filmar y no llegás al alma y no te conectás con la otra persona, no hay película. Nosotras nos permitimos generar vínculos afectivos con la gente. Durante el rodaje no sólo llamábamos para filmar, a veces íbamos de visita sin la cámara y charlábamos de la vida. A uno de los protagonistas lo fuimos a visitar al hospital. Queremos pensar que generamos un vínculo que va más allá de la película. Ellos dejaron una huella en nosotras y nos gusta pensar que fue recíproco. Hay un componente ético y de respeto que siempre está presente cuando te relacionás con alguien que te abre las puertas de su casa y comparte su historia.

“Llegó un momento en que teníamos tanta cantidad de vínculos con los protagonistas que casi dejamos a un lado la vida personal en pos de la película. Es como vivir dos vidas a la vez”.

Claudia: Es difícil encontrar el punto exacto, el feliz y saludable equilibrio entre que estás haciendo un trabajo, queriendo decir algo con una película, pero a la vez lo hacés con historias reales, de personas reales, y estás exponiendo sus vidas para decir algo que muchas veces no es lo que ellas quieren, o las expectativas no son iguales. Nos pasó que llegó un momento en que teníamos tanta cantidad de vínculos con los posibles protagonistas –los llamábamos, conocíamos, íbamos a sus casas a tomar café– que casi dejábamos a un lado tu vida personal en pos de la película. Es como vivir dos vidas a la vez, a tal punto que empezamos a sentir culpa por destinar más tiempo a octogenarios casi desconocidos que a nuestros propios abuelos, y a raíz de eso después terminamos invitándolos y tienen una participación muy pequeña en la película.

Todo comenzó con un aviso publicado en un diario, que decía “Si usted tiene más de 80 años y quiere contarnos su historia, llámenos”. Se podría pensar que hablar con alguien que tiene el deseo de contar su historia cuenta con una ventaja para empezar. Pero en las entrevistas aparece algo más que esas historias. Hay reflexiones muy profundas y muy íntimas sobre la vida, la felicidad, la muerte. ¿Cómo lograron llegar a esos lugares?

Adriana: Por un lado, encontramos mucha avidez por contar, que tiene que ver con la etapa de la vida por la que atraviesan estas personas, y que está marcada por la soledad. Sentir que hay gente joven interesada en conocer sus historias era muy importante para muchos de ellos. Yo siento que fue un viaje ese rodaje. Volvía a casa de noche, como si me hubiera ido lejos, y le contaba a mi esposo las anécdotas de lo que me había pasado. Como que te separabas del mundo y entrabas en otro diferente, con personas que comparten valores de una misma generación. Y de nuestro lado, la entrevista es el área documental en la más nos sentimos como pez en el agua. Por eso hacemos el esfuerzo para generar un clima de respeto, de diálogo, de escuchar preguntas y de encontrarnos. Creo que ambas cosas contribuyeron.

Claudia: Es algo que nos apasiona. Nos gusta mucho el cine de Eduardo Coutinho [actor, director y periodista brasileño], nos interesa genuinamente lo que tiene el otro para decir. Nosotras somos ambas docentes de documental, y esta mañana una estudiante me decía que tenía pautada una entrevista, me mostró las preguntas y sus objetivos, y estaban muy bien, pero ella tenía un poco de miedo y me pedía un consejo. Yo le dije: “Lo más importante es que vos te sientes, mires a los ojos a la persona, apagues el celular, te olvides de todo lo que está pasando alrededor y te conectes con lo que tiene esa persona para contarte, y quizás después de que te contesta la pregunta uno las siguientes ya no tienen sentido, y el cuestionario fue un ejercicio felizmente inútil.

La flor de la vida, episodio 1. Foto: Captura

La flor de la vida, episodio 1. Foto: Captura

¿Cómo se hace cuando, por ejemplo, en la película Aldo les confiesa toda su tristeza y su sentimiento de soledad? ¿Cómo se sostienen esos momentos, que forman parte de su trabajo pero también de la vida real de una persona?

Adriana: Nos pasaron todo tipo de cosas. En el rodaje en el Auditorio [Nacional del SODRE] nos pasó de gente que se nos desarmó delante de nuestros ojos. En el corte final de la película intentamos que nuestra presencia se viera lo menos posible, pero nosotras estábamos ahí, por ejemplo, en algún momento, dándole la mano a la persona, y ta, hay momentos en que tenés que respetar el espacio y dejar ser, nunca al punto de la incomodidad. Si la persona está sufriendo yo no la voy a dejar sufrir. Hay gente que lo hace y no me parece mal. Cada uno lo maneja desde su postura. El ejercicio cinematográfico está supeditado a lo humano.

La mayoría de las entrevistas que utilizaron están hechas en el Auditorio Nacional del SODRE, y el lugar tiene un protagonismo muy particular en las historias. ¿Por qué lo eligieron?

Adriana: El primer motivo es que es un lugar increíblemente hermoso para filmar. El segundo es que nos gustaba la idea de la puesta en escena. Nosotras utilizamos iluminación natural en todas las escenas, cámara en mano, para lograr un rodaje bien orgánico, pero para esos diálogos queríamos una verdadera puesta en escena, y nos gustaba ese aspecto más teatral. Después hay un tercer motivo y es que hay una especie de homenaje a Eduardo Coutinho, que utiliza un recurso similar en una de sus películas.

¿Cómo surge esta miniserie?

Adriana: Desde que terminamos la película veníamos con el duelo de tener un montón de horas de filmación, con unas historias increíbles y unos personajes maravillosos, que no habíamos utilizado, y nos quedamos con la idea de que en algún momento con esto íbamos a poder armar una serie. Apareció la cuarentena, la ANII [Agencia Nacional de Investigación e Innovación] hizo un llamado a proyectos que pudieran contribuir a la población durante este tiempo de pandemia, y dijimos: “Es el momento”. La población más vulnerable son los adultos mayores, y qué mejor regalo que mostrar historias en las que ellos son los héroes, los que tienen la voz, y no son otros hablando por ellos. Ganamos, y por los plazos de este fondo asumimos el compromiso de contar estas tres primeras, pero la serie puede seguir creciendo. Tenemos más historias.

La primera es la historia de Elda y Ruben. ¿De las otras dos qué se puede adelantar?

Claudia: Tenemos la historia de Juan José. Un hombre de origen muy humilde que trabajó desde niño y que sufrió toda la vida por su condición de analfabeto. Nos contó cómo tuvo que inventar excusas y diferentes historias para no confesar que no sabía leer ni escribir. Cosas que de repente uno ni se imagina porque no se pone en los zapatos de la persona. Por ejemplo, que no podía leer un cartel en la calle, entonces paraba a alguien y le decía: “Perdón, no traje los lentes. ¿Tú me podrías decir qué dice ah?”. No podía llenar un formulario, se vendaba el brazo, se inventaba lesiones, no era capaz de hablarlo en su propia familia. Hasta que finalmente, cuando llegó a los 80, decidió ir a un escuela para aprender a leer y escribir. Tenemos todo el proceso filmado, y es realmente muy emocionante.

Adriana: El capítulo siguiente es la historia de una esposa y madre de toda la vida que al llegar a su jubilación se termina separando, queda sola y decide volcarse al deporte, que era su gran vocación, y ahora, a los 85 años, es campeona de atletismo.

¿Cómo recibieron las y los protagonistas lo que quedó plasmado en la pantalla?

Claudia: Ese fue uno de los desafíos más grandes para nosotras, y también una de las satisfacciones y uno de los grandes miedos. Siempre tenés ese temor de cómo lo va percibir el otro. Con Aldo y Gabriella lo súper teníamos, a pesar de que ellos eran una pareja muy desprejuiciada. Imaginate lo que es que te sienten a ver en una pantalla tu historia.

Adriana: Que otro te cuente tu propia historia no es lo mismo que que la cuentes vos, además.

Claudia: Aparte es un documental; en un punto es una mentira, una versión. Aldo y Gabriella reaccionaron muy bien. Miraron la película y lo vivieron con cierta nostalgia, con una sonrisa, tuvieron una experiencia linda. Lo mismo ocurrió con los demás; todos los personajes de lo que nosotras llamamos “el coro griego”, que son los invitados a la sala del teatro a participar y contar sus historias. En la noche de la première de La flor de la vida, nuestra fantasía era llegar y tener en sala dos, tres filas de todos esos veteranos sentados, a los que habíamos visto tanto mientras filmábamos y después en horas y horas en la sala de edición; yo sentía que los conocía tanto y me sabía de memoria cada una de sus palabras. Y así fue, allí estaban. Una de las veteranas se había transformado en una inspiración para mí. Habíamos filmado una hora con ella hace no sé cuántos años, y cuando la volví a encontrar esa noche, la abrazaba y le decía: “¡Cómo estás, Marta!”. Para ella yo no era nadie, y para mí era tanto. Ella estaba como desconcertada, pero para mí era muy emocionante volver a verla.

Algo que me resultó fascinante fueron las vestimentas impecables con las que se presentaban los entrevistados.

Adriana: Eso tiene mucho que ver con los valores que te mencionaba hoy. Es todo, también es la caballerosidad, el modo de expresarse, parte de un código de formalidad que ellos conservaban y que te habla de una diferencia generacional. Nosotras en el rodaje estábamos de championes, todas zaparrastrosas, y ellos nos hacían sentir que había una etiqueta que respetar, pero a la vez eso nos retrotraía a otros tiempos.

Claudia: Las imágenes de Elda y Ruben, ahora en el primer episodio de la serie, no las podés creer, son de mentira. Esa elegancia, esa formalidad, esa vestimenta que ningún director de arte del planeta hubiera logrado igualar, dan ganas de que siga existiendo esa gente de otra generación, que prácticamente ya no queda.

La flor de la vida (la película) y los dos primeros capítulos de la serie están disponibles en Vimeo, y los tres capítulos de la miniserie también se podrán ver en breve desde la plataforma de Vera TV.