¿Habrá algo que cause más claustrofobia que un submarino? En 1981 Wolfgang Petersen consiguió no sólo filmar una película basada en exponer los efectos del encierro a grandes profundidades, sino también demostrar que el cine alemán, hasta entonces confinado al circuito de festivales, podía ofrecer productos comerciales y de alta calidad.

La película, por supuesto, se llamó Das Boot (El submarino) y es uno de los picos del cine bélico. Su enorme repercusión posibilitó la edición de una director’s cut que dura seis horas, y también su adaptación a formato de miniserie televisiva.

Cuando hace unos años corrió la noticia de que estaba por lanzarse una secuela en forma de serie, los enamorados de aquella tragedia ejemplar (mueren todos los protagonistas) quedamos desconcertados: ¿cómo continuar una historia tan perfectamente cerrada?

C’est la résistance

En la serie, cuya primera temporada, de 2018, está ahora disponible en la plataforma gratuita Pluto.tv, el submarino en cuestión no es el U-96 de la historia original, sino otro que se lanza al mar unos meses después. Sin embargo, el libreto está basado en la misma novela de Lothar-Gunther Bucchei, que no se limitaba a relatar los padecimientos de una única tripulación, sino los de varias de ellas estacionadas en el puerto francés de La Rochelle en 1942 y 1943, es decir, cuando Alemania empezaba a perder la Segunda Guerra Mundial.

Pero la mayor diferencia con la película no son los personajes, sino que la acción de la serie tiene doble escenario: seguimos a la tripulación de un submarino, con su propia dinámica interna (capitán aristócrata e inexperiente, primer oficial ambicioso, hacinados marinos pendencieros), pero también hay, y aquí está la novedad, una intriga en La Rochelle que involucra a los ocupantes alemanes y a la resistencia francesa.

El aporte no sólo es narrativo –se añade otro subgénero, similar al de espías–, sino también político. Cuando apareció la película no era tan arriesgado proponer la identificación inmediata con un grupo de combatientes alemanes, porque en la década de 1980 el nacionalismo todavía estaba controlado (el país mismo seguía dividido en dos) y también por esa extraña idea, que persiste, de considerar a la marina de guerra ajena a los aspectos brutales de toda fuerza armada. Hoy, con la derecha extrema en auge, sería ingenuo (o fascista) presentar a los “buenos marinos” aislados del conflicto ideológico que enmarcó la Segunda Guerra Mundial. Por eso, toda la trama “en tierra firme” de la serie deja claro que había dos bandos con rasgos colectivos bien marcados, más allá del afecto o la repulsión que puedan causarnos los individuos que los integraban.

La acción en el puerto, además, permite emparejar bastante la representación de género. Y es en el elenco femenino donde se encuentran las figuras más reconocibles de la serie: como personaje central está Vicky Krieps (protagonista de Phantom Thread –El hilo fantasma–, la última película de PT Anderson) y como cabeza de la résistance aparece la estadounidense Lizzy Caplan (Masters of Sex, Extintion).

Total, pura ganancia. La idea de El submarino original queda intacta, y aunque algunas de sus escenas clásicas se replican aquí (la tensión extrema ante los bombardeos enemigos, la inmersión forzada más allá de los límites técnicos, las esperas en silencio angustiante), el desarrollo es el de una serie de intriga bélica y no el de un drama psicológico difícil de superar.