Como cada sábado a las dos de la tarde, llueva o truene, o con 30 grados en enero, los aplausos y las últimas notas de las trompetas de la banda tropical de apertura reciben el bullicioso mensaje inicial del conductor de programa: ¡“Buen mediodía, familia! ¡Bienvenidos a un nuevo programa de Agitando! ¡Estamos en vivo y hoy tenemos un programón!”. Eduardo Colo Gianarelli pone al máximo la perilla de volumen de su micrófono, mira hacia el cielo artificial del estudio principal de Canal 4 y aprieta sus puños como quien festeja un gol.
La escena se repite idéntica desde hace más de diez años. Luego, subido a una ola de humor pícaro pero apto para todo público, y junto con sus compañeros Ana Laura Barreto y Pablo Magno, prometerá y recibirá a figuras de la música, el carnaval, la tevé y el deporte durante cuatro horas. También bromeará con los camarógrafos y otros presentes detrás de cámara, probará helados y ravioles de auspiciantes con el mismo entusiasmo con el que hace caer cada pieza de su dominó sabatino y familiar, liviano y agradable, con el que entretiene a miles de hogares uruguayos.
Su coreografía tiene poco de casual, aunque en la pantalla parezca improvisada y natural. El Colo, nacido el 20 de noviembre de 1985, es uno de los más longevos conductores de la actual televisión uruguaya, al frente del clásico programa de entretenimientos Agitando una más, y ha sabido imponer su estilo limpio, respetuoso y amigable, menos rústico y caótico que el de su predecesor Omar Gutiérrez, pero tan sensible y cercano como el del maragato.
Su carrera televisiva comenzó con un montón de comerciales como niño consumidor de golosinas y como integrante del programa Jugo de colores y siguió como compañero de Omar en la última etapa de De igual a igual.
Se crio en el barrio Goes. Viene de una familia muy carnavalera y es, además de conductor de tevé, aficionado al psicoanálisis, profesor de Matemática y director artístico del conjunto Los Muchachos (actual ganador de la categoría parodistas del concurso oficial). “Ya no se gana con figuras, se gana con conceptos y trabajo en equipo”, me dice cuando le comento lo bien que viene el nuevo plantel de Zíngaros (sus eternos rivales) para el próximo carnaval.
Una de tus prédicas constantes en el programa, más o menos explícita, apunta a romper prejuicios sobre las expresiones de la cultura popular. También te escuché decir que te sentías un poco defensor de los débiles. ¿De dónde viene eso?
Siempre digo que esto es un espacio que generó Omar Gutiérrez y después nosotros recogimos el guante. Omar tenía eso de poner en la pantalla lo que vos no pensabas que podía estar en una pantalla. Rompía todos los cánones: fumaba, tomaba mate, no se cuidaba estéticamente, preguntaba como cualquier hijo de vecino, y todo eso a mí me motivó. Yo fui muy televidente de Omar, siempre. Y cuando a nosotros nos tocó queríamos mantener eso. Obviamente no se podía copiar, porque esas cosas se le permiten a poca gente. Alguien tiene que romper con ciertas tradiciones para que después vengan otros, como pasó con la música tropical; ese pasaje de Avenida Italia para el otro lado lo generó el Fata [Fabián] Delgado, y luego otros se fueron sumando.
Yo vengo de una clase social muy trabajadora, y me siento cómodo en ese lugar. A mí me parece que las sociedades se construyen a partir de la clase trabajadora. Y Agitando es un lugar donde van todo tipo de bandas, incluso las que recién están empezando y tal vez todavía les falta un poco. Desde ese lugar es que me siento, entre comillas, del lado de los débiles. No soy sólo yo, es una idea de toda la producción del programa, la de que todos tengan su lugar para mostrarse. Además, la música tropical es una vía de escape para las clases populares y para los que se dedican profesionalmente a la música, una herramienta para crecer. Históricamente fue así.
“Me gusta mucho hacer el programa, y me agota. Cuando termino de hacerlo es como si se me apagara la luz”.
Estaba haciendo memoria de cuándo se han tomado vacaciones en el programa y no me acuerdo.
Nunca. En agosto cumplimos 11 años de corrido. En algún mundial, quizá, por algún partido. Creo que esa continuidad ayudó a posicionar el programa. Nada es para siempre, pero si Agitando no estuviera en la pantalla, llamaría la atención.
Siempre arrancás muy arriba y mantenés una energía alta durante todo el programa. ¿Esa constancia tiene que ver con una decisión meditada o se fue dando?
A mí me gusta mucho hacer el programa. Me agota, literalmente, cuando termino de hacerlo es como si se me apagara la luz. Pero lo que me pasa es que siento que puedo hacer feliz a la gente –o dejarle algo– en esas cuatro horas. Sé que hay mucha gente que está esperando el programa cada sábado. Increíblemente, nuestro público es gente muy mayor y gente joven, y creo que hay que mimar a esa gente mayor. Me ha pasado, por ejemplo, con el programa que hacemos los 31 de fin de año en vivo, de cruzarme en el súper con una señora que estuvo internada y que me diga: “Fueron mi compañía durante esas cinco horas”.
Mencionaste a Omar. ¿Te fijás en otros conductores como referencia para tu trabajo?
Marcelo Tinelli me gusta. Es muy creíble. En todo lo artístico me gusta que las cosas sean creíbles, y Marcelo tiene esa capacidad. De la nada te hace creíble una cancha de fútbol en un estudio de televisión. Matías Rosende, un compañero de Agitando de los primeros años, un día me dijo: en la televisión todo es mentira, y es verdad. El desafío es hacer creer que eso que pasa no es mentira. También me gusta mucho la frescura del Coco Echagüe, del Rafa Cotelo, del Piñe [Jorge Piñeyrúa]. Lo que hacen ellos me parece sumamente creíble.
¿Cómo aprendiste a pararte frente a la cámara, a moverte con naturalidad?
A puteadas literales, por la cucaracha, de Jorge [Barreto, uno de los productores]. Yo además miro mucha tele, cualquier cosa. Me gusta la televisión en vivo, que creo que es la que va a sobrevivir. El carnaval me dio mucho, aunque yo me siento más bailarín [estudió ballet seis años] que actor. Nosotros, desde que comenzó el programa, los martes y los jueves tenemos reunión de producción y los martes vemos casi todo el programa para corregir, ver qué estuvo bueno, qué no, las equivocaciones de gramática, de lo que sea. Discutimos mucho sobre qué cosas enganchan, cómo manejar los ritmos del programa.
El programa ha cambiado mucho desde el comienzo. Da la sensación de que esos cambios tienen bastante que ver con tus opiniones.
Toda la gente que va a Agitando se va muy contenta y habla de la energía que hay ahí y de cómo funcionamos como equipo. Esto para decirte que hay un pienso constante, pero es de todo el equipo que hace el programa. Hacemos rondas creativas, de las que surgió, por ejemplo, [el concurso de estudiantes] Tu Gran Viaje; esa fue una idea de Matías Rosende. El mes pasado hicimos un segmento de preguntas y respuestas a partir de una idea de un productor. La nota musical fue una idea mía. En el cambio tenemos que ver todos.
Parecés disfrutar especialmente el segmento en que hacés entrevistas mano a mano.
Me encanta. Además me gusta leer mucho y producir para armar esas notas. No soy el periodista que pregunta aquello que sé que al entrevistado puede incomodarlo. Me gusta movilizar desde otro lugar, desde el conocimiento del entrevistado, y siempre busco preguntar lo que no encontré en otras entrevistas que se le hayan hecho.
¿Pensás estar en Agitando toda tu vida?
Me pasa que le tengo mucho cariño a la productora que hace el programa [Unidad Publicitaria], con Óscar y Jorge Barreto. El programa atravesó todos los momentos importantes de mi vida. Fijate que lo hago desde hace 11 años. Tengo 34, me recibí a los 28, me casé a los 31, tuve un hijo a los 32, tuve la oportunidad de comprarme una casa y un auto con la ayuda de Agitando. Capaz que me van, capaz que se termina, eso escapa de mí. Pero a mí me costaría irme.
En el carnaval participás por lo menos desde dos lugares: como integrante de parodistas Los Muchachos y como conductor de un programa que tiene como invitados a muchos conjuntos y figuras de carnaval. En un ambiente especialmente competitivo, siempre te has mostrado como alguien muy conciliador.
Me pasan dos cosas: soy antiproblema y, como parte de Los Muchachos, que compite en una categoría difícil y reñida como la de parodistas, tengo que tratar mejor y darles para adelante a los otros conjuntos antes que al mío, y hacer sentir bien a todo el mundo. Creo que lo hemos logrado. En estos diez años me he comido que Zíngaros vaya al programa y dé la vuelta con la copa, y después nos tocó a nosotros. El carnavalero en esos tres, cuatro meses, es carnavalero y competitivo. Su cabeza pasa únicamente por el carnaval.
Vos incluido.
¡Yo también! Te levantás y te acostás pensando en carnaval. La conversación con tu pareja, con tu familia, en un asado; todo es carnaval. Cuando yo estaba estudiando profesorado de Matemática, en los meses de carnaval me costaba muchísimo concentrarme.
En Uruguay todavía existen grandes prejuicios respecto del carnaval. Desde tu lugar de protagonista, ¿cuál dirías que es su esencia?
El contacto con la gente, la cercanía. Que la gente del barrio Manga, que muchas veces no puede pagar una entrada más cara, reciba, con una entrada muy económica como la de los tablados municipales, el mismo espectáculo que la gente del tablado del Monumental de la Costa, y se pueda reír y emocionar.
Después está el concurso, que es otra cosa. Yo lo amo, me encanta, es una gran motivación para salir todos los años, pero las superproducciones que se arman hoy para el Teatro de Verano son imposibles de llevar a los tablados de barrio. El carnaval necesita tomar algunas decisiones. ¿Qué es el carnaval? Por esencia, no es el concurso, son los tablados de barrio. Tal vez hay que barajar y dar de nuevo. Y también pasa que cuando te metés en el concurso te olvidás de todo, y me incluyo. La mejor ropa la llevás al Teatro de Verano.
Sacar un conjunto de parodistas hoy es inviable. Sale tres millones y medio de pesos, y si gana saca 200.000 pesos. No es negocio, a no ser que generes una marca como Agarrate Catalina, que puede viajar por el mundo. Tampoco es un negocio para los componentes, que, ponele, cobran 70.000 pesos y ensayan seis meses con viajes, locomoción. Es una locura.
En eso de la locura, pienso en cómo lo vive el periodista de carnaval Gastón Lepra, pero en realidad es un atributo de muchos de sus protagonistas.
El carnavalero tiene cierta bohemia, cierta inconsciencia, es como medio pastelero, en el sentido de que busca hacerte reír de una forma, y si no, cambia. Su fin es que te diviertas, y eso lo tenés que encontrar. No es “yo hago lo que a mí me gusta y punto”. Porque si hago lo que a mí me gusta y nadie se ríe o se emociona, es al santo botón. El teatro es distinto: vos presentás una propuesta y la gente te elige. Acá no, porque vos vas a la gente. El carnavalero es distinto. Lo que hicimos en el primer tablado este año con Los Muchachos es totalmente diferente de lo que hicimos en el último. Vas cambiando cosas todo el tiempo. Vos ves nuestra primera ronda y la liguilla [en el concurso oficial], y hay 30 o 40% del espectáculo distinto.
Una de carnavalero: ¿qué recordás de tu paso por humoristas Los Carlitos?
Hermoso. Carlitos 1999, ganamos y aprendí mucho. Me acuerdo de la sarta de disparates que me decía Cachito de León arriba del ómnibus. Aprendí que el nuevo tiene que cuidar lo que dice. Muchos hablan del carnaval como algo transgresor, pero en la interna hay muchos códigos tradicionales. Los viejos tienen su lugar, y el que entra debe respetar ese lugar. Hay algo de acomodar el cuerpo, pero yo considero que está bueno, que se puede aprender de eso.
En tu rol de docente estás en contacto permanente con adolescentes. ¿Qué percibís de ellos en esta época de pandemia?
Hace unos días tuve la oportunidad de participar como moderador de un foro nacional de estudiantes que organizó Plan Ceibal para hablar sobre la pandemia. Lo primero es que no es lo mismo un liceo cerrado en un pueblito del interior, donde ese es su centro de reunión más importante, que, quizá, un liceo en Montevideo, donde los adolescentes tienen otras posibilidades. El nivel de reflexión de los adolescentes es tremendo. Hay que escucharlos un poco más, porque nos pueden enseñar un montón en este momento en que estamos, y no sólo por la pandemia. Siempre digo que hay que mirar para atrás, para ver lo que se hizo antes, pero no se puede extrapolar lo que se hacía antes a ahora. Tenemos otros adolescentes, otros intereses, el mundo es otro. Hoy los adolescentes no miran al liceo como un medio para llegar a recibirse de ingeniero.
Me voy a meter en una materia que no es la mía. ¿Para qué sirve hoy un cuaderno doble raya, cuando los chiquilines están todo el día con una computadora? Y se siguen utilizando.
Hay que lograr cautivar a los adolescentes desde otro lugar, y en este cambio de paradigma total que estamos teniendo hay que darles diferentes piolas para que agarren.
Ya dijiste algo, pero entonces, ¿hay que hacer la famosa reforma educativa?
Sí. Pero en los cambios tienen que estar los docentes y los estudiantes. Desde un escritorio es facilísimo cambiar cosas, pero cambios sin los que están todos los días trabajando y estudiando son imposibles. Hay que trabajar con los que están adentro.
“Que la LUC no tenga participación de los docentes y estudiantes está mal”.
Falta valorizar la labor docente. Desde el aspecto económico es indudable que en los 15 años de gobiernos del Frente Amplio el sueldo del docente mejoró. Pero sigue pasando que el docente hace mucho más que sus 20 horas de clase, y además ha habido muchas campañas de desprestigio hacia nosotros. Te pongo un ejemplo. No sólo hay que decir “tenemos unos docentes hermosos”, los actos tienen que acompañar ese discurso. Se suspendieron las vacaciones de julio, ¿pensando en quién? Los docentes seguimos trabajando igual o más. No estoy diciendo que esté mal, pero uno ve dónde está el foco.
Que la ley de urgente consideración no tenga participación de los docentes y estudiantes está mal. Hay que discutir, el derecho al pataleo. Puede ser que en muchas cosas no tengamos la verdad, pero en la mesa tenemos que estar, como los representantes de los estudiantes. Se dice que los chiquilines nos enseñan mucho, que la enseñanza es horizontal, y después no se los deja participar. Hay que discutir y cambiar muchas cosas, pero tenemos que estar todos sentados a la mesa.