Las películas de “robo perfecto” enfrentan todas el mismo problema: sostener la verosimilitud de lo asombroso. Porque las condiciones dadas para realizarlo son casi siempre llevadas al límite: especialistas imposibles, habilidades inexistentes, genialidad absoluta, un timing tan preciso que permita que todo ocurra sin tropiezos, una serie de casualidades oportunas que logren que nada se interponga.
Es decir, cuando uno mira una “heist movie” (o “caper movie”: nunca he logrado discernirlas) tiene que jugar el juego que la película propone y suspender la credibilidad el tiempo y las veces que haga falta. Pero de repente uno está ante El robo del siglo, la reciente película de Ariel Winograd, y se topa con que casi todo lo que está viendo es real, histórico y auténtico. No queda otra que rendirse ante la evidencia y asumir, aceptar, que la realidad supera siempre a la ficción.
Hechos reales
El año es 2005. Fernando Araujo (Diego Peretti) camina por una avenida bajo tremenda tormenta. Fuma un porro, esquiva los charcos y se detiene bajo techitos. Justamente, bajo un techito es que descarta la colilla. La colilla se va por una tapa de desagüe. Araujo se queda mirando la tapa. Mira a su alrededor, está frente a una sucursal del Banco Río. Cómo poseído por una repentina inspiración, corre. Sigue el curso de los desagües hasta llegar al río. Encuentra ahí una salida, un enorme ducto. Suma dos más dos: por el ducto se puede llegar abajo del banco.
Así, comienza a planear el mayor robo en la historia de Argentina (y que rankea alto en el mundo entero), que se realizaría en enero de 2006 y ocuparía todos los titulares de la prensa de la vecina orilla (y tuviera su eco acá también, cómo no). Sería llamativo por el ingenio de los asaltantes, por la increíble preparación conllevó y por ciertos detalles –armas falsas, un mensaje digno de Robin Hood dejado en la bóveda– que terminarían por volver extremadamente simpáticos a los ladrones.
Pero no nos adelantemos. La película sigue al dedillo el esquema de este subgénero –película de ladrones, digamos– y comienza lógicamente con el plan del robo. Araujo no es un criminal profesional y necesita entonces a uno. Entra en juego el uruguayo Mario Vitette (Guillermo Francella), un ladrón de guante blanco que –al principio bastante reticentemente– aportará su experiencia y financiará el golpe.
Como suele ocurrir con estas historias –en la realidad y en la ficción–, se necesita un equipo de “especialistas” que sortee las dificultades específicas que irán surgiendo, y así es que se irán sumando diferentes personajes: el mecánico Sebastián El Marciano (Pablo Rago), el hombre de acción Alberto (Rafael Ferro), el bueno para todo Doc (Mariano Argento) y el chofer Paisa (Juan Alari). Todos ellos, entonces, serán piezas imprescindibles para el gran plan que Araujo irá pergeñando.
No sería correcto detallar ese plan en esta reseña, porque el gran disfrute de la película es ver cómo se sortean las dificultades que van surgiendo y cómo el ingenio de los asaltantes brilla ante cada escollo (cabe aclarar que el guion está escrito por el propio Fernando Araujo junto al productor Alex Zito, así que tenemos información de primera mano).
Made in La Pampa
La película, entonces, se divide en tres partes bien delimitadas: la preparación del robo, su ejecución (a la que se suma un tremendo Luis Luque en la piel de Miguel Sileo, el negociador de rehenes involucrado desde el lado de la Policía, al que la película deja bastante bien parado) y, como una suerte de epílogo, lo que pasó después del robo.
En todos los casos –consulta en Google mediante– la película recrea la realidad casi de forma extremadamente fiel. Las mayores diferencias pueden encontrarse en las protestas que hizo en redes sociales y en la prensa el propio Mario Vitette, quien acusa a Araujo de darse mayor protagonismo del que tuvo, pero, en definitiva, para la película esto es secundario.
Porque lo que importa –a la película y al espectador– es el resultado. Y El robo del siglo es otra muestra –que se suma a La odisea de los giles, Mi obra maestra, El cuento de las comadrejas– del tremendo nivel que el cine argentino ha alcanzado en esta suerte de comedias/thrillers policiales, en los que todo funciona perfecto: el elenco, con destaque obvio para Peretti y Francella; la producción; la tensión de la trama, y el lucimiento de un estilo propio y local, a pesar de los obvios referentes estadounidenses.