Como quien no quiere la cosa, Justicia infinita está al aire desde hace casi dos décadas. Hoy se emite por Urbana FM, de 12.00 a 14.00, pero supo hacer escuela en el dial de Océano FM. Gonzalo Cammarota es el único que sigue en el programa desde su fundación, actualmente en compañía de María Noel Marrone, pero siente que el espíritu justiciero sigue siendo el mismo.
Ese espíritu es en parte suyo y es muy inquieto: es el mismo que lo hace escribir novelas o arrancar de noche para TV Ciudad a conducir un programa de divulgación científica. Es también el mismo que en plena entrevista con la diaria, en su casa, lo hace cambiar la voz y transformarse en el personaje facho Julio César Migues para ejemplificar un chiste como corresponde.
Después de tantos años y con todos los cambios que hubo en Justicia infinita, ¿seguís pensando que en espíritu es el mismo programa?
Sí. Al principio sentíamos que el programa tenía una suerte de biblia de la que no nos podíamos salir, pero con el paso de los años siento que se fue adaptando a lo que queremos. Es un programa de autor, no tiene un formato. No es como Aquí está su disco, que si mañana llaman para hablar de fútbol o de política no es el mismo programa. Justicia siempre se nutrió de nuestros intereses, entonces, en la medida en que respetemos eso, no tengo complejo en abrazar el cambio: es lo más natural y lo que debe ser. Me preocuparía más que el programa siguiera siendo exactamente lo mismo que hace 20 años.
¿En Otro elefante, el programa que conduce Salvador Banchero, otro de los fundadores de Justicia, también se puede encontrar ese espíritu?
Creo que sí. De hecho, los dos equipos interactuamos porque en la hora de Migues hay un mix, y no me siento distinto que si lo estuviera haciendo con mis compañeros de Justicia de cualquiera de sus etapas, siento que hay una búsqueda similar. Es un programa que obviamente tiene la impronta de Salva, pero con el que me siento súper identificado por razones obvias.
Desde que ustedes arrancaron empezaron a proliferar programas de radio similares. ¿Cómo ves la influencia que tuvo Justicia? Parece que de repente se saturó de ese estilo de hacer radio.
Quizá lo que generamos fue ese estilo de programa de amigos que están hablando. Lo más referencial de Justicia es la charla del arranque, sobre bueyes perdidos, y también varias personas compartiendo el aire, dialogando a la vez, que antes era una cosa imposible. Pero después va en cada uno cómo lo haga. De hecho, a mí ya me pasa que muchas veces me cuesta bastante sostener esas charlas porque ya hablamos de todo lo que se puede hablar. Pero es un espacio tan abierto que una vez que después eso empezó a proliferar, cada programa muta y en la dinámica va teniendo espacios diferentes al otro.
El personaje de Migues lo hacés desde hace 15 años. Arrancó como la caricatura del viejo facho, pero con el paso del tiempo la realidad nos fue mostrando personas cada vez más parecidas al personaje. Un muy buen ejemplo es lo que pasó en la cámara alta con algunas intervenciones del senador Guillermo Domenech, de Cabildo Abierto. ¿Cómo afecta eso a la hora de construir tu personaje?
En los personajes que me acompañan por un largo tiempo voy construyendo un mundo a su alrededor, que para mí termina siendo lo más enriquecedor y disfrutable. El mundo de sus amigos, el vínculo que tiene con las personas que están en el estudio, y ahí hay un costado medio naíf y hasta tierno que tiene el viejo, que lo diferencia bastante de personajes decididamente siniestros que uno puede encontrar en la vida real. Entonces, el personaje va cabalgando entre cierta cosa horrible pero también inocente, que te puede generar cierta ternura, amén de que, como todo reloj roto, cada tanto da dos veces bien la hora. Pero, lógicamente, a mí hay cosas que empiezan a no causarme gracia hacerlas desde el personaje, prefiero ir a un lugar más fértil, alejándome de los discursos más jodidos que empezás a encontrar en la calle. No es lo mismo una oposición un poco desdibujada que un partido de corte militarista, con personas que están en lugares de decisión y pueden realmente concretar esa cosa. Por eso decido qué noticias agarro para hacer humor y cuáles no, sin traicionar al personaje, que es lo que me motiva.
O sea que por ahora no pensás dejar el personaje porque la realidad lo supera.
No, porque empecé a encontrar otras cosas con las que divertirme, más allá de estar reclamando golpe de Estado o ciertas cosas. Pero esto que estamos discutiendo ahora, de lo que salió a decir [el ministro de Defensa Nacional, Javier] García con respecto al militar que fue juzgado... No me causa gracia estar haciendo una declaración encendida para que personas que cometieron crímenes de lesa humanidad queden libres o sin juzgarse, entonces, no voy a transitar por ese lugar. Prefiero que la carga gruesa del personaje vaya por lugares más saludables y que podamos divertimos todos sin sentir que al final eso es lo mismo que escuchamos en el Parlamento.
Y te habrá pasado que alguno se identificó de verdad con algo que dijo tu personaje.
Obvio, el día que hablé con [el ex diputado colorado Daniel] García Pintos, hace muchos años, era una y otra, a cuál de los dos... Porque, depende de quién tenga enfrente, sé adaptarme e irlos envolviendo con el discurso. Si te quiero llevar para el lado oscuro de la fuerza, te llevo.
De 15 años hasta ahora en la radio también empezaron a proliferar los personajes conservadores, como el periodista deportivo, por ejemplo. ¿Cómo lo analizás?
En la caricatura del periodista deportivo hay un costado también medio conservador –y ni siquiera en la caricatura, en muchos lugares–, con esa cosa de “política y fútbol no se mezclan” y ciertas muletillas. Pero yo no sé qué tantos otros personajes hay, porque Darwin [Desbocatti] es como un viejo pero no es un viejo facho, no va por ahí. Está esa línea del periodista deportivo, pero eso podemos rastrearlo y viene de lo que hacían [Jorge] Esmoris y el Eyhe [Gonzalo Eyherabide], por ejemplo, en TV Ciudad [Malo pero nuestro].
Se discutió mucho en todos lados a partir de lo que pasó con el personaje Edison Campiglia, de Rafael Cotelo, sobre si de esa forma, aunque sea humor, no se legitima cierto discurso. ¿Te has puesto a pensar en eso?
No creo que haya límites con el humor. No se puede poner un límite, y me parece aberrante que se lleve a la Justicia. Me parece aberrante lo que le hicieron a Rafa, porque es Rafa, lo conocemos. Hay muchos de los que hicieron fila para pegarle que lo conocen personalmente y saben que es un tipo generoso, buena persona. En Uruguay sabés a quién le estás pegando. El límite lo va poniendo cada uno y lo aprendés con el tiempo, en qué te metes y en qué no. Con respecto a lo de legitimar ciertos discursos: no creo que se esté haciendo. Yo no estoy legitimando el discurso de un facho sino caricaturizando lo que es. Si te quedás con el final nomás, con que un día Migues dijo tal cosa... Hay que entender el contexto. Es como lo de Campiglia: sí, dijo eso, pero una semana antes dijo lo mismo de los chinos, de los de Canelones o de los hinchas de Nacional.
¿Cómo se va aprendiendo ese límite que se pone cada uno?
El humorista solo se va regulando en función de la sociedad en la cual está. El transgresor de hace 20 años no es el mismo que el de ahora. Entonces, el foco hay que ponerlo en la educación: ¿por qué nos reímos de estas cosas? Pero yo no creo que el humor deba ser el que tiene que dar esa batalla. Sí, bárbaro, me gustan los humoristas que se meten con los grandes, me gusta el humor que te hace reflexionar, pero me gusta el humor en todas sus formas. Es como la lectura, cuando empiezan a decir: “Ah, bueno... ¿cómo publicaron tal libro?”. Esos eruditos que creen que determinadas cosas no se pueden publicar. Dejate de romper las pelotas. Si arrancás leyendo la biografía de Sergio Ramos porque te gusta el fútbol, estás entrando en la lectura, vale. Obvio que no es Borges, pero no todos tenemos que leer a Borges, y con el humor pasa lo mismo.
¿Cómo es hacer humor con la hipersensibilidad actual?
Si pensás todo el tiempo, siempre va a haber alguien al que le va a joder un chiste. Porque si hablás del divorcio te va a salir uno: “A mí lo peor que me pasó en la vida fue que se divorciaran mis padres, y vos estás haciendo un chiste con eso”. Bueno, superalo, flaco, yo qué sé. Ahora, si me encarnizo y agarro de punto, ahí sí, ya estamos en el bullying. Uno tiene que ser consciente de ese tipo de cosas, y es algo muy difícil de regular. Pero hoy en día las masas se autorregulan, aunque no del todo, porque dos por tres suceden linchamientos en las redes que son muy jodidos. Todos tenemos derecho a pifiarla y a equivocarnos.
A vos te pasó.
Sí, las últimas dos fueron las peores que me pasaron, que yo ni siquiera quise hacer. En una me pasó de boludo, la última. Estaba acá [en casa] haciendo DJ Sanata, vi una cosa y me confundí: pensé que era un jugador de fútbol pero era otro, y la referencia que estaban haciendo era por otra cosa... Es horrible, el piso se te va, es como estar en una montaña rusa, la angustia... Imaginate que abrís tus redes sociales y lo único que recibís es odio. No es gente diciendo “bo, me parece que te equivocaste”, o un amigo, personas con las que tenés cierto vínculo, que te pueden escribir por privado o por teléfono y decirte “cuidado con esto”. Recibís durante horas, a veces días, mensajes de gente que pasan los años y te sigue diciendo cosas. De repente, decís: “Bo, sacamelá, me estás hablando de algo que pasó hace 20 años, no seas malo”. Es desesperante, realmente, te genera una angustia muy grande ver que uno tras otro te ponen: “estúpido”, “mierda”, “no servís para nada”, “ojalá te mueras” y las cosas más bajas que se te ocurran. Por supuesto que no está bueno, pero es cierto que con las redes sociales, si te pasás de rosca, te das cuenta, entonces, hay cierto control para el caso de que estemos golpeando más de la cuenta a una persona o a determinada minoría. Pero hay que dejar ser.
¿Cómo viviste que Océano FM haya terminado con su programación hablada? Imagino que ratificás que fue acertada la decisión que tomaron ustedes en 2019, de irse de la radio.
Sí, yo estoy muy contento con la decisión que tomamos, aunque no se hubiese dado este desenlace, que tampoco fue sorpresivo porque los comentarios que nos hacía el director de la radio, Pablo [Lecueder], era que la radio no estaba bien. Creo que nosotros, como equipo, necesitábamos un cambio. Ya hacía unos años que se venía desgastando un poco el vínculo, así que no tuve que reafirmarlo con esto. Lo que pasó ahora me entristeció mucho por mis compañeros, porque sé que hay algunos que la están teniendo muy difícil, porque no es el mejor momento de los medios. Por suerte, en estos días vi que M24 renovó un poco la programación, con gente nueva, que es una buena noticia. Pero me entristece por los compañeros que quedan sin laburo y sin micrófono.
¿La ida de ustedes tuvo algo que ver con la supuesta vuelta de Orlando Petinatti a Océano FM?
Fueron muchas cosas, eso también influyó, y poder irnos, porque yo vivo de mi trabajo. Rápidamente, cuando entraron a aparecer ciertas cosas en el escenario... No es un secreto: más allá de que no manejo el mismo código de comunicación, el recuerdo que yo tenía de trabajar con Petinatti no era bueno, entonces, no tenía ganas de compartir la radio con él. Pero además venían pasando otras cosas, por las que tanto mis compañeros como yo sentimos la necesidad de irnos. Y lo que terminó pasando no fue por el coronavirus, sino por un proceso muy largo. Hay que remontarse a unos cuantos años atrás. No era el mejor ambiente creativo y propicio para laburar, por lo menos para nosotros, en el último tiempo.
Este año arrancaste a conducir un programa nuevo en TV Ciudad, Todo tiene un porqué, de divulgación científica y cultural, contenidos en los que no habías incursionado en televisión. ¿Cómo te sentís en ese rol?
Me encanta. Nunca había trabajado con un formato televisivo, que te facilita muchísimo porque rápidamente entendés todo lo que tenés que hacer. Además, te ahorra el ensayo y error, que me pasó mucho las otras veces que hice televisión. Entrás en esa búsqueda de vamos para acá, para el otro lado, y muchas veces termina siendo una ensalada de voluntades. El formato está buenísimo, y creo que además es bien del perfil de la televisión pública.
Un programa como ese, a las 20.00, sería difícil verlo en un canal privado.
Sí, pero los canales privados van por un lugar distinto, están jugados mucho más a otro tipo de cosas y se van acomodando a las necesidades del momento. Ahora estamos con noticieros de cerca de tres horas y media. El otro día hablábamos al aire con Nole [Marrone]: si vas sumando los horarios de noticieros en el día te da que es la mitad de la programación.
¿Sería inviable hoy hacer en la televisión privada un programa centrado en el humor como fue en un momento La culpa es nuestra?
Depende de cuál, porque hubo muchos La culpa es nuestra. Yo no creo que sea inviable, el tema es decidir qué programa queremos hacer y que todos estemos de acuerdo. Eso a veces es lo difícil, conjugar tantos deseos y voluntades. Yo no puedo conformar a diez personas que opinan distinto. Uno cree que en el primer bloque tiene que ir esto, y el otro otra cosa, pero hay un solo primer bloque, eso es objetivo: si metemos esto no podemos meter lo otro. Entonces, muchas veces quedás en el medio de ese tire y afloje. No creo que sea inviable, pero sí cambiaron muchas cosas con respecto al humor y a las posibilidades de hacer humor.
De hecho, en la televisión abierta no hay un programa de humor puro, y al mismo tiempo el humor está en los móviles en vivo de cada programa.
Sí, pasa que es difícil hacerlo, porque hay cuestiones que tienen que ver con lo presupuestal. Acá se respeta muchísimo estos formatos, que ahora hay muchos: vos compraste MasterChef, Got Talent, Pasapalabra, etcétera, y lo hacés como te dicen. Pero con el humor, a la hora de tratar de entender cómo funcionan esas cosas, siempre se cree que lo podemos cambiar. Los intentos de sitcom que hubo acá... Los capítulos duran 22 minutos por algo, no es que los gringos son pelotudos: lo vienen haciendo desde hace no sé cuántas décadas y lo hacen de menos de media hora por algo, no es porque no tienen tandas para poner. ¿Qué te pensás, que no les gustaría vender una hora de tanda en Friends? Pero acá si lo tienen que hacer de media hora la ecuación no sirve, y bueno, entonces, no lo podés hacer. Pero no trates de estirarlo. Si no, la querés hacer como una telenovela costumbrista, como las argentinas. Y si querés hacer lo que se hace en Estados Unidos, se precisan guionistas. Le tenés que pagar a la gente que escarbe. Si no tenés en cuenta estas cosas, te va a ir mal.
Y a su vez está el tema de la omnipresente solemnidad actual.
Sí, si bañás todo con solemnidad ya no se puede hacer chistes sobre más nada y todo el día te va a sonar el teléfono. Nosotros [en La culpa es nuestra] hacíamos chistes de humor político, y estaba Carlitos [Tanco, creador de Darwin Desbocatti]. Vos me dirás que ahora Carlitos está en la radio, sí, pero una cosa es estar en la radio y otra en la televisión. Me acuerdo de que era la época de [Juan Pedro] Damiani echando gente por teléfono y Peñarol no andaba bien. Un día, en el estudio apareció un hincha de Peñarol que quería boxear a Jorge [Piñeyrúa]: “Bo, ¿qué te pasa con Peñarol?”. Y le dijimos: “Flaco, no nos pasa nada, pero nos cagamos de risa porque echan a la gente por teléfono”. ¿No soy sensible a la situación del director técnico que se queda sin trabajo? Me da pena que [Gustavo] Matosas se quede sin trabajo, preferiría que no se quede sin trabajo, ahora, convengamos que la situación de que pierdas un partido y tengas que estar mirando el teléfono porque te van a mandar un mensaje para echarte termina siendo graciosa.
Recién mencionaste a DJ Sanata. ¿En ese personaje no hay algo de consumo irónico de la música tropical?
Arrancó siendo como un consumo irónico porque Justicia infinita era un programa muy identificado con el rock, pero no por mí. Yo gracias a Justicia conocí muchísima música, porque Salva es el más melómano, y además es un tipo al que no le gusta bailar.
Eso es bien de rockero.
Claro, y de rockero lindo, que nunca tuvo que ir al fango a pedir por favor que pasen una cumbia porque con Soundgarden no hacemos patria: no voy a poder acceder a una chiquilina ni en pedo. Entonces, yo siempre fui mucho más abierto con mis gustos musicales. De hecho, la parte musical de La Bajada entró conmigo y con esa cosa bizarra de música que no sonaba en el programa pero en mi vida estaba absolutamente integrada. En los últimos años me han tenido que pasar letra, porque como no salía y no me daba tanto con las nuevas generaciones me quedé tildado. Pero de la época en la que yo salía lo re tengo. No es que era fanático e iba a la IASA a bailar ni nada, pero nunca tuve mayor problema y además me gusta mucho bailar.
Estuviste militando en El Abrazo, la novel agrupación del Frente Amplio (FA), y durante la campaña electoral te mantuviste bastante activo en las redes con la opinión política. ¿Cómo analizás la magra votación que tuvo el sector?
No sé si fue magra, nos quedamos en la puerta de alcanzar el diputado. A mí me dio pena porque desde que empecé a trabajar con ellos y a darles una mano lo hice porque creo que realmente ahí hay una voz que ahora no sé si está representada. El Abrazo representa un montón de sensibilidades que valía mucho la pena que estuvieran en el Parlamento, porque hay una porción mayor de lo que fue esa votación. En las elecciones a veces la gente suele volcarse por figuras más conocidas, por cabezas de lista. Pero después lo que termina pasando es como en el MPP en su momento: yo no creo que la gente haya votado al diputado número diez de Montevideo. Fue una lástima, capaz que nos faltó un poquito de tiempo, porque la agrupación surgió muy sobre el pucho, por fines de agosto, o sea que tuvimos dos meses.
¿Pensás que esa exposición militante que tuviste, capaz que como nunca antes, te pudo hacer perder algún oyente?
Si perdí a esa gente, bien perdida. La otra vez me hicieron acordar: la primera nota importante que nos hicieron fue en la revista Freeway, en 2003. Un amigo me recordó que yo ahí ya dije a quién había votado, y después lo dije en 2009, e hice campaña en 2014, también en redes. Si vos consumís las cosas que yo hago, te gustan y un día digo “voto a El Abrazo, al FA”, ¿vas a decir “ah, yo no lo escucho más”? Tampoco tenías que ser muy genio para darte cuenta de qué votaba. Pero además, salvo cosas border... como pasa dos por tres con actores de Hollywood, que de golpe te enterás de que el tipo está en la Asociación Nacional del Rifle y va a la frontera a tirarles a los mexicanos, eso capaz que ya no me gusta tanto, pero yo estoy en democracia, manifestando lo que creo.