“Buenos Aires y Montevideo forman una especie de única ciudad partida al medio por un río”. Con esta frase, del escritor argentino Abelardo Castillo, empieza el documental Charco, que aborda lo que nos une y al mismo tiempo nos separa musicalmente de nuestros hermanos del otro lado del río. La película, dirigida por Julián Chalde, fue estrenada en 2017, pero ahora, gracias a la pandemia de coronavirus, está a disposición en forma online y gratuita hasta que termina la cuarentena en Argentina. Acá ya andamos por la “nueva normalidad” y todo eso, pero igual la podemos ver.

El músico argentino Pablo Dacal es quien narra y guía el documental no sólo haciendo preguntas y relatando, sino también cantando con los músicos más variopintos de acá y de allá. Además, se traslada con su camioneta hacia los lugares fundamentales para entender la raíz de una canción. “La calle Llupes, raya al medio, / encuentra a Belvedere, / el tren saluda desde abajo / con silbos de tristeza”, dice “El tiempo está después”, de Fernando Cabrera. Y allá va el músico uruguayo, en la camioneta, a recorrer su ex barrio, Paso Molino, y recuerda el lugar en el que estaba la disquería donde escuchaba los álbumes cuando no podía comprarlos.

“José Llupes 4382. Ya en 1968 mi padre la vendió. Mirá, todavía está el nombre del constructor, que era muy amigo de mi padre”, comenta Cabrera frente a su ex casa. Luego recuerda los primeros estilos que escuchó, de niño: tango, bossa nova, folclore argentino y el incipiente folclore uruguayo. Eso da pie a que Gonzalo Deniz (Franny Glass) cuente los comienzos de la música de raíz nacional frente a la playa montevideana.

Así como la música tuvo influencia bidireccional, en el documental se entremezclan los paisajes de Montevideo con los de Buenos Aires –bares, plazas, ferias– y también los músicos, tocando versiones de canciones de otros. Una de esas preciosas mezclas se da a los pocos minutos de iniciado el documental, cuando vemos a Hugo Fattoruso sentado en una butaca del Teatro Solís contemplando a Fito Páez mientras canta “No soy un extraño”, de Charly García, claro está, a puro piano. “Acabo de llegar, / no soy un extraño. / Conozco esta ciudad, / no es como en los diarios / desde allá”.

Además de los ya mencionados, entre los entrevistados están Juan Campodónico, Luciano Supervielle, Alberto Mandrake Wolf –en el extinto bar Hollywood, faltaba más–, Ana Prada, Pitufo Lombardo, Washington Benavides, Pablo Lescano (Damas Gratis), Daniel Melingo, Roberto Palo Pandolfo (Don Cornelio y la Zona) y muchos más. En total, aparecen más de 70 músicos, ya sea hablando o tocando.

Foto: Captura

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Pinta tu aldea

El documental usa muchas imágenes de ambas ciudades como pequeños interludios que le dan agilidad y cohesión al montaje. Todas son de las partes más urbanas, y el parecido entre las dos se hace carne, ya que muchas veces, si no entramos en detalles –como las matrículas de los autos o los colores de los taxis–, podemos confundir Montevideo con Buenos Aires, y viceversa. La cortina de un comercio que se cierra, una pizza y un brillante vaso de cerveza pueden ser postales de las dos orillas. La sinécdoque, la parte por el todo, también se apodera de la música.

Por ejemplo, Cabrera, mientras recorre el Rosedal del Prado, dice que en muchas de sus canciones menciona calles o barrios y que con el paso de los años cayó en la cuenta de que mucha gente empezó a utilizar esas canciones como homenajes a los lugares que nombra, como si fuera una postal. “Pero esa no era la pretensión, sino usar la ciudad como escenografía. En realidad, la canción habla de otra cosa, de la peripecia de un tipo, de un amor. La gente dice “la canción que le hiciste a calle Llupes, pero la canción no habla de la calle Llupes”, aclara Cabrera.

Así las cosas, el músico recuerda “Penny Lane”, de The Beatles, como la típica canción que le canta al barrio. Enseguida surge –porque por acá todo desemboca ahí– el tango, la canción “Sur”, con música Aníbal Troilo y letra de Homero Manzi: “La esquina del herrero, / barro y pampa, / tu casa, tu vereda y el zanjón. / Y un perfume de yuyos y de alfalfa / que me llena de nuevo el corazón”.

El documental va y viene al abordar la influencia de acá para allá, de allá para acá y de más allá –el norte– para acá. Por ejemplo, uno de los entrevistados hace un paralelismo entre el rock progresivo –hablando específicamente de Pink Floyd– y el fútbol: lo inventaron los ingleses, pero la gambeta es Argentina. Manal y Vox Dei son “gambetas del rock sinfónico”. A su vez, otro tema que sobrevuela la película es la melancolía del sur, con teorías que incluso tienen relación con cómo nos cae la luz del sol por estos lares.

Vieja viola

En 2018, Dacal fue entrevistado por el medio argentino Artezeta a raíz del documental, y habló así de su pasaje por nuestro país: “El proceso de producción fue muy largo. Fue cambiando mucho. A veces la pasé mejor, otras veces peor, pero en líneas generales fue una fiesta, muy lindo, con momentos muy especiales como el viaje a Uruguay. Allí fue donde más charlé con gente que no había conocido antes. Entendí, y realmente descifré, el candombe, la murga, un montón de cosas que estaban más confusas en mi visión”.

Dacal, que nació en 1976, también afirma que es parte de una generación argentina “que le abrió la puerta a la obra uruguaya”, ya que hasta la generación de los 90 “no hubo tanta relación”, pero sí se dio el camino inverso, de la influencia que tuvo la música argentina en los uruguayos, desde los 60. “Son todos fans de Charly y [Luis Alberto] Spinetta. Sin embargo, acá se lo conoce a Eduardo Mateo a partir de fines de los 90. La primera que empezó a hablar fue, creo, Juana Molina. Después se abrió la puerta y empezamos a conocer al Príncipe, a Cabrera y al Negro Rada”, señala.

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Pero la influencia va mucho más atrás. En el último tramo del documental el músico Acho Estol, del grupo de tango La Chicana, esboza una breve genealogía de la música rioplatense a través de la guitarra, y repasa que la fundación de Buenos Aires, en 1530, estuvo a cargo de 200 andaluces. “Seguro traían una guitarra, una vihuela, un laúd, un rebab; las primeras guitarras, que eran descendientes de instrumentos árabes, que quedaron acá para siempre. Desde que estuvo el gaucho fue con la guitarra. Toda nuestra colonización fue a la mano de la guitarra. Esta música tiene 400 años de verdad”, sentencia.

“No es el río que llega, no es el río que va. Es la valija que alguien olvidó en el muelle, llena de ropa, retazos de tela, géneros. La milonga es otra cosa; una sensibilidad, el ritmo de esta zona, más allá del abismo de lo anónimo, la mitología de los primeros payadores, el duelo sin tiempo, un argentino y un oriental”, dice Dacal y, como no podía ser de otra manera, el documental se va cerrando un duelo, en forma de payada, entre él y Martín Buscaglia.

El sonido de la calle

Algo que merece especial atención del documental es su banda sonora, compuesta por versiones de canciones clásicas rioplatenses, que le valió el Premio Gardel de 2018 como mejor álbum de banda de sonido de cine/televisión. El disco está disponible, como casi todo, en Spotify y Youtube, bajo el nombre Charco: canciones del Río de la Plata.

Sin ánimo de camisetear, vale destacar las versiones de canciones uruguayas encaradas por uruguayos. Por ejemplo, “Nombre de bienes”, uno de los himnos de Eduardo Mateo, interpretada por Hugo Fattoruso –piano y voz, obvio– con Rey Tambor (Diego Paredes, Fernando Lobo Núñez y Nicolás Peluffo), en una versión candombera y viajada. Jorge Drexler da en el clavo con una cálida y por momentos hasta dulce versión de “El tiempo está después”, de Cabrera, en compañía de los destellos de teclado de Luciano Supervielle.

“Vientos del sur que me traen el frío, / vientos del sur, no me dejen dormir, / porque el sueño se parece a la muerte”, canta Franny Glass, que también baña de calidez a “Vientos del sur”, de Dino, con la ajustada dosis de melancolía, en una gran versión, que respeta bastante el arpegio original de guitarra y cambia el tarareo por un silbido que suena como ese viento que ya sabemos de dónde viene (no en vano es de las primeras que suenan en el documental).

Cabrera arremete con una versión de la milonga “De Corrales a Tranqueras”, compuesta por Osiris Rodríguez Castillos, y Mandrake Wolf hace de las suyas con “Ángel de la ciudad”, de Gustavo Pena, El Príncipe, que le calza tan perfecta que parece hecha por él, pero por desgracia sólo dura un minuto.

Entre las canciones argentinas vale destacar la versión que hace la cantante Sofía Viola de “Fuiste”, uno de los himnos de Gilda, a puro charango. Esta canción, y varias más de la banda sonora, están grabadas al aire libre –en la vereda, un parque, una plaza, etcétera–, en una sola toma, dotando de naturalidad y espontaneidad no sólo a la música, sino al sonido, que es el nuestro, el popular, el de la calle.