En 2017, el comediante Patton Oswalt (cara conocida y voz aún más conocida del cine y la televisión) estrenó su especial de comedia titulado Annihilation. Allí, además de despotricar contra Donald Trump, dedicaba varios minutos de material a la reciente muerte de su esposa.
Con un humor punzante, nada cínico y capaz de permitir las carcajadas de la audiencia, reflexionaba acerca del duelo y de cómo la hija de ambos había sido su motor fundamental para seguir adelante. También contaba una anécdota agridulce en un aeropuerto. En fin, que todos deberían ver ese especial.
Quienes conocen la vida de Oswalt o lo siguen en las redes sociales sabrán que la fallecida era Michelle McNamara, una aficionada a la investigación criminal con una historia tan particular que HBO le dedicó una miniserie documental de seis episodios, titulada I’ll Be Gone in the Dark o El asesino sin rostro, disponible en HBO Go.
McNamara, que tenía 46 años cuando falleció en 2016, se encontraba dando los últimos toques al libro que da nombre a la serie, basado en una investigación de muchos meses acerca de un violador y asesino que cometió varias decenas de delitos violentos entre 1973 y 1986.
En la serie se recorren, con relativo orden y suficiente claridad, dos caminos. Por un lado el del Golden State Killer (también conocido como el East Area Rapist y el Original Night Stalker), repasando la escalada de sus crímenes con el testimonio de varias sobrevivientes.
Por otro lado, repasamos la fascinación de Michelle por esta clase de historias truculentas, el artículo periodístico que la convirtió en escritora y el proyecto de libro que poco a poco la iría absorbiendo.
Si bien es cierto que cada una de estas dos subtramas se merecería una narrativa independiente, la autora estaba tan inmersa en la investigación de este criminal, y resultó ser tan fundamental para que el caso no quedara impune para siempre, que es fácil entender por qué se eligió contar estos hechos.
Otro elemento que une (o ata) a McNamara con el Golden State Killer es la adicción. La adicción de un hombre que buscó venganza en sus víctimas y que necesitó acciones cada vez más violentas para saciar su sed. Y la adicción de una mujer que, como ocurre con peligrosa frecuencia en Estados Unidos, abusaba de la automedicación para callar algunos demonios. Incluso los que ella misma salía a buscar.
No hay morbo en El asesino sin rostro, pero hay una obvia crudeza. Sin embargo, el optimismo termina ganando el partido. El de los detectives amateurs, que unen sus mentes para resolver misterios. El de los policías que, 40 años después, se negaban a abandonar el caso. Y el de una escritora que preparó una carta para el asesino, prediciendo el día en que la Policía finalmente golpeara a su puerta.
Michelle McNamara no llegó a leérsela, porque falleció antes de la publicación de su libro. Pero la llegada del volumen al mundo fue fundamental para que la serie, construida sobre muchas muertes, tuviera un final que no podemos calificar de feliz, pero sí de justo.