En esta nueva novela que acaba de salir por Criatura, Federico Ivanier se sitúa decididamente en esa franja algo elástica que se define como “literatura juvenil”. Quizá más que en otros casos la etiqueta se pone en cuestión y obliga a prescindir de adjetivos, como propone la argentina María Teresa Andruetto. Se ubica, también, decididamente en una tradición literaria y teje con solvencia tanto los hilos de sus referencias como la trama que ubica a Nunca digas tu nombre dentro de la obra del autor. Porque hay temas que se retoman desde puntos de vista diferentes –el vínculo entre padres e hijos adolescentes, la identidad– y hay obsesiones, como la música, que enmarcan la escritura en un universo particular: el de la forma de comunicarse entre padre e hijo mediante una playlist, al tiempo que cargan de sentido lo que ocurre. Hay citas que recorren la novela y que brindan las claves para entenderla, al tiempo que dejan picando al lector inquieto, que se considerará invitado a ir a abrevar en otros lados. Drácula, de Bram Stocker, y El príncipe y el mendigo, de Mark Twain, en la medida en que ocupan al protagonista, son tema de conversación y de reflexión, se cuelan por todos los poros. Y hay también, aunque no se la nombre, una filiación trágica: la ironía, la ceguera y el descubrimiento.

Aunque dialoga con un público de más edad, de alguna manera este título continúa algunas líneas de su novela anterior para Criatura, Las ventanas invisibles (2018): la separación de la madre, la búsqueda en un viaje intrincado, la experiencia de perderse y de encontrar el camino de regreso. Y es ineludible, por supuesto, la conexión con sus libros protagonizados por adolescentes, como Música de vampiros (Alfaguara, 2009), Tatuajes rojos (Criatura, 2014) y Papá no es punk (Loqueleo, 2015).

Narrada en una inquietante segunda persona que interpela al lector constantemente, con un ritmo marcado por el suspenso –hay maestría y oficio en la dosificación de la información, en el paso a paso de la acción–, por los contrastes –lo hermoso y lo terrible, el miedo y la seguridad– y por un equilibrio delicado entre la parquedad y la minucia en las descripciones. Lo que recorre la novela es una historia de amor que se nos devela en la circularidad del relato, cuyas claves se hacen letra en poesía y canción. Hay un viaje, una ciudad limítrofe y de nombre sonoro que el protagonista recorre con la curiosidad y la falta de rumbo del viajero que llega por primera vez y no tiene pensado volver. Hay, también, un protagonista adolescente de la complejidad y hondura a la que nos tiene acostumbrados el autor: lleno de matices, profundamente creíble. Hay, también, una historia cambiante, en la que las vueltas de tuerca tuercen el destino y cambian al protagonista, cuyo nombre jamás conoceremos. Y hay, en el fondo, una cachetada al lector en la pregunta final, in your face. Hay, claro, literatura, que conmueve.

Nunca digas tu nombre, de Federico Ivanier. Ilustración de portada: Florencia Gutman. Criatura, 2020. 108 páginas. $ 460.