Tantas veces escuchamos “crisis es igual a oportunidad”, que se convirtió en una frase que paspa. Sin embargo, es cierto que muchas veces las limitaciones potencian la creatividad. Y si no, busquen cuántos proyectos surgieron en este annus horribilis.

Uno de ellos fue la miniserie web Estrella fugaz, ambientada en un futuro cercano aun pandémico y protagonizada por tres personas aparentemente normales, que fueron parte de una extinta agencia espacial. Sus superiores enviaron a un hombre a las estrellas diez años atrás, en plena vieja normalidad, y ahora está de regreso.

¿Qué harán con él? ¿Le revelarán lo que ocurrió con la Tierra? ¿Y qué hace esa niña extraña que habla como un robot? Estas interrogantes serán respondidas en el transcurso de cuatro breves episodios salidos de las mentes muy especiales de la productora argentina Sarna.

Alejo Rébora, director de este grupo, cuenta sobre el tipo de obra que buscan: “Un cine que pone más empeño en lo sensorial que en la historia. De ahí el nombre de la Sarna, que refiere a un ácaro que se mete bajo la piel y cava túneles que generan picazón y ardor, a la vez que es sumamente difícil de eliminar”.

“Puestos a generar contenido en esa línea, surgió otra constante: la de permanentemente plantearnos metas más lejanas y objetivos más ambiciosos. No quedarnos con las opciones que nos permitían los presupuestos nulos, sino forzar la técnica para contar lo que tuviésemos ganas con lo que hubiera a mano”, dice.

Fueron destilando los preceptos del cinepunk, un “hacelo vos mismo” transformado en “grabá ya”, según sus propias palabras. “Películas que existen porque sí, y debiendo sólo a lxs amigxs, es decir, obras que nacen y se desarrollan sola y exclusivamente por la energía de las personas involucradas en ellas”.

Entre sus puntos más altos se encuentra la trilogía TRASH, con largometrajes estrenados en 2010, 2013 y 2019. Las dos primeras entregas (TRASH y TRASH DOS: las tetas de Ana L) costaron unos 1.000 dólares cada una; la tercera (TR3SH: la concha de su madre) costó el doble.

Una mujer con los senos cortados, el raíd para recuperarlos y colocárselos de vuelta, momentos en que “todo se va a la mierda en varios sentidos”; ese caos narrativo termina siendo la demostración práctica del cinepunk que predican. “Son películas construidas literalmente con basura, donde fue buscado el dejar en evidencia lo peor, más oscuro y sucio de cada situación y lugar, y aun así hacerlas crecer hasta lo ridículamente gigante a base de esfuerzo, dedicación y respeto por el trabajo de todas las personas implicadas”, comenta Rébora.

Fueron diez años de trabajo que trajo satisfacciones, ya que ganaron premios y estrenaron sus films en varios países, aprovechando el Taller de Cinepunk Aplicado, que incluía un microcine portátil que dio vueltas acá. “Atravesamos Uruguay con paradas dando el taller y proyectando pelis en Rivera, Tacuarembó y Montevideo. Fuimos recibidxs siempre con muchísimo entusiasmo, y de cada uno de los encuentros salieron buenísimos momentos, ideas, relaciones, contactos, y se sembró y alimentó el entusiasmo necesario para que la maquinaria del under siga siempre en marcha por todos lados”, afirma el director.

Para este año tenían pensado seguir recorriendo rutas del interior de Argentina, y sonorizar una película que comenzó a filmarse en 2007. “Al instante de ponerse a grabar los doblajes de la primera de las protagonistas, todo el mundo a su casa por corona. Plaf, cachetada y a esperar. Lo que creímos que estaría terminado este año, terminará siendo en 2021. Nada grave para una película que viene cocinándose desde hace más de diez años”.

Estaban en la productora viendo qué hacían. “Era algo recurrente juntarse ahí a trabajar, proyectar o simplemente pasar el rato. El funcionamiento de familia numerosa hacía que alguien siempre estuviera en la vuelta”. De pronto, anunciaron la prohibición de circulación a partir de esa misma medianoche. “Manoteamos equipos casi al tuntún, pensando más en la posibilidad de matar el tiempo con ellos en el encierro que en algún proyecto concreto. Repartimos cámaras, grabadoras de sonido y algunos trípodes. Yo me llevé la computadora grande para aprovechar a avanzar en los proyectos demorados en etapa de edición”.

De convivir en un lugar común y “meter un asadito al menos una vez al mes”, pasaron a comunicarse por Whatsapp y ver cómo adaptarse al espacio y tiempo de cada uno. Una convocatoria virtual del festival Fantaspoa, de Porto Alegre, los impulsó a realizar un corto desde el aislamiento. “De esa experiencia salió Eclosión, un cortometraje de siete minutos que finalmente se alzó con el premio a mejor corto internacional en el Fantaspoa At Home”.

Ese corto y otros 13 conformaron la Antologia da pandemia, película adquirida por una distribuidora canadiense que “se fue a recorrer festivales y mercados”. Ahora forma parte de un proyecto grande que, según ellos, ya no les pertenece. Pero era algo pendiente, que demostró que el cinepunk podía adaptarse “a cualquier normalidad”.

“La partida de Eclosión fue positiva”, cuenta Rébora. Sin embargo, las ganas de producir no se detenían... ni tampoco el encierro. “El resultado lógico fue producir otra cosa al toque. Y de paso aprovechar para darles bola a nuestras redes sociales, cosa que siempre se nos escapó y a las que nunca les dedicamos tiempo”.

Gente encerrada

Estrella fugaz es otro corto filmado en cuarentena, pero tiene diferencias. Continúa el precepto cinepunk de hacer las cosas más jodidas de lo que podrían ser. “Evitar lo más posible el Zoom fue la primera piedra de la construcción de la historia. Trabajamos la ingeniería inversa de ver quiénes teníamos cámara y sonido, y armamos el resto desde ahí”.

Al igual que en el proyecto anterior, buscaron exagerar las conductas que surgen en la gente encerrada. “Por eso, si bien la conversación grupal y el recurso de la pantalla de la computadora grabada sirve para pivotear entre personajes, tiene mucho peso lo que cada cual hace en soledad”. En cuanto a la idea, también apareció en una suerte de ingeniería inversa.

“Nacho Bruno, de los más antiguos miembros de la Sarna, descubrió que gracias a su entrenamiento corporal y de danza podía hacer movimientos ‘flotantes’, que sumados a sostener la cámara de cierta forma resultaban un muy convincente efecto de gravedad cero”.

A partir de ahí surgió el resto: “Un astronauta que, mandado durante diez años al espacio, termina su misión y encara la vuelta para encontrarse orbitando una Tierra diezmada por un virus tremendo, con todo el mundo en cuarentena y sin agencia espacial que le dé instrucciones, salvo unos desempleados técnicos que por error terminan cargando con semejante responsabilidad”. Fieles a su discurso, pensaron que “si a la Sarna la empujan a grabar individualmente y entre cuatro paredes, nada más lógico que llevar a cabo una de ciencia ficción, con naves en el espacio”.

Lo que más costó fue ubicarse delante de la cámara. “Los cinco personajes de Estrella fugaz son dos directores de fotografía, una productora, una niña en edad escolar y un realizador, que estaba convencido de que su sola presencia delante del lente era motivo para arruinar cualquier toma y había tenido pruebas empíricas de ello”. Pero era la única manera. “No había chance de hacer que actuase otra persona, y si queríamos que el proyecto se concretase, había que apechugarla. Y allá fuimos”.

“La dinámica de cada uno de los planos fue poner la cámara, poner el sonido, ir a ponerse en cuadro, medir el foco, volver para poner a grabar los aparatos, volver corriendo a actuar intentando cagarla lo menos posible, decretar mentalmente el momento del corte, volver corriendo a frenar los aparatos, revisar lo grabado. La mitad de las veces había pasado algo como estar fuera de foco, o con la cabeza cortada, o con el volumen bajo. Así que, si bien con el correr de los episodios fue aceitándose, todo el proceso fue bastante trabado”.

El astronauta armó solo su escenografía de módulo espacial y se grabó en largas madrugadas, “siempre fumando varios porros ‘porque el guion lo requería’. Las conversaciones grupales entre lxs otrxs tres sí fueron grabadas en vivo, donde se capturaba el zoom en la computadora, y además cada unx en la cámara por fuera. Las partes en soledad las fue administrando cada cual según sus posibilidades”.

El resultado final fue muy satisfactorio. “Sirvió no sólo para distraernos de la situación de encierro y vencer el desasosiego de sabernos alejadxs a la fuerza, sino como severo entrenamiento técnico ocupando áreas que normalmente no hacíamos”. También sirvió para incorporar a más gente del equipo y hasta para colaborar con gente nueva, como El Muff, quien compuso la música original. “En este mismísimo momento estamos preparando el lanzamiento de la banda de sonido como disco, se va a estrenar en nuestro canal de Spotify y demás plataformas musicales”.

“La respuesta del público fue excelente. Recibimos muy lindas críticas en general, y buena repercusión por parte de la prensa. La emisión semanal sirvió para hacer una campaña de difusión progresiva, basada en el boca a boca, a la vez que sumergió al equipo mismo de la Sarna en la lindísima sensación de nervios del estreno, donde nos juntábamos virtualmente a ver y comentar cada capítulo mientras seguíamos de cerca las estadísticas de cada video y nos emborrachábamos juntxs... casi como se usaba antes”.

Por supuesto que estas cabecitas no piensan detenerse, con dos proyectos de largometraje entre manos: una comedia costumbrista con tintes de ciencia ficción y un thriller “muy climático” asociado a la productora argentina Morboque, con apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales argentino. “El cinepunk es como andar en bicicleta por el carril del medio: perder el impulso es morir aplastado”.

Estrella fugaz puede verse en el canal de Youtube de Sarna.