Casi como una corriente o tradición, los programas culinarios se presentan con mayor frecuencia y diversificación en Netflix (¿o acaso el algoritmo me los propone únicamente a mí?). Pero no sólo de propuestas nuevas se nutre la oferta, sino también con la continuidad de sus probados éxitos. Aquí, entonces, tres series de probada efectividad –recetas, viajes y concurso– que reaparecen en la grilla del servicio de la N con especial atractivo en casi todos sus casos.

Entrada: Las crónicas del taco

No hay nada más mexicano que un taco, y la serie creada por Pablo Cruz (productor de, entre otras, la exitosa serie sobre Luis Miguel) lo repite episodio a episodio (con toda razón, por otra parte).

Ya su primera encarnación durante el año pasado había dejado con ganas de más –fueron tan sólo seis episodios o tipos de taco, que para el caso son lo mismo–, y ahora retoma con la misma fuerza y formato, elevando las opciones en siete nuevas variables: suadero, cochinita, cabrito, americano, burrito, birria y de pescado.

La estructura es casi siempre la misma: una presentación del taco en cuestión, sus ingredientes, la tradición que le da fuerza y años de presencia, algo de su historia, en caso de haberla (normalmente en hermosas, graciosas e imaginativas animaciones), y las variantes que el taco en cuestión ha desarrollado, desde su formato más básico hasta sus posibles reinvenciones en nuestros días.

Y qué duda cabe de que es una estructura por completo efectiva: provoca que se nos haga agua la boca inmediatamente y lamentemos de todo corazón no encontrar fácilmente en nuestro mercado muchos de los ingredientes (por momentos cuesta conseguir cilantro, por mencionar tan sólo un elemento habitual de la cocina mexicana).

Sin embargo, si la temporada pasada se sentía algo corta, aquí pasa a la inversa. Siete tacos nuevos son demasiados y no todos tienen la misma historia, complejidad o desarrollo en su correspondiente crónica.

Tres de estos episodios sí convocan toda la atención: el de suadero (un taco especialmente urbano, compuesto por varios tipos de carnes grasas y que se sirve en la misma calle), el de cochinita (o cochinita pibil, con su compleja elaboración de horas de horno bajo tierra y el achiote como ingrediente clave) y el de la birria (chivo hervido y asado, servido con su consomé caliente).

Los otros cuatro episodios no tienen tanta historia o contenido y, por momentos, parecen algo estirados. Por su parte, y ya dentro de la misma estructura del programa, se reitera el concepto de que los propios tacos narren en off su historia –sí, los tacos tienen voz–, lo que sale bien las menos de las veces y suena muy tonto casi siempre. Detalles mínimos ante unas imágenes que disparan la imaginación en búsqueda de esos sabores.

Plato principal: Street Food, Latinoamérica

Street Food: Asia fue una de las mejores experiencias televisivas del año pasado, al menos en la variante “viajes y comida”, por lo que no es sorpresa que su segunda entrega, centrada en nuestro continente, logre estar al mismo nivel.

La serie creada por David Gelb y Brian McGinn escoge, entre las muchas opciones, quizá las más obvias, pero lo son justamente por contener riqueza en su cocina, variedad en su comida y una tradición culinaria que se remonta casi siempre a períodos precolombinos.

Son seis ciudades las que representan en episodios individuales a un mismo número de países: Buenos Aires a Argentina, Salvador de Bahía a Brasil, Oaxaca a México, Lima a Perú, Bogotá a Colombia y La Paz a Bolivia.

Los platillos pasan frente a nuestros ojos a toda velocidad y con el mismo grado de contundencia: asado, empanadas, feijoada, tacos, tlayudas, ceviche, bandeja paisa, las bolas de papa; en fin, de todo. Cada episodio, centrado, como el nombre de la serie lo indica, en la oferta callejera, muestra entre tres y cinco platos típicos de la ciudad escogida, ya sea en puestos, mercados o locales mínimos. Usualmente, además, se explica la evolución de alguno de los platos desde su origen callejero a una versión en restaurante, como muestra de la apropiación (por completo debida) del concepto en la alta cocina.

Acaso lo que termina por ser algo redundante es el esquema. En cada capítulo hay una historia central que se destaca mayoritariamente por su inicio trágico, por el sufrimiento o las desgracias que pasa el cocinero o la cocinera en cuestión y cómo logra levantarse a través del trabajo y la venta callejera. Que no se me malentienda: cada caso suena verdadero, sincero y por completo auténtico. Pero que cada capítulo termine por mostrar a un protagonista de similares características termina por ser reiterativo.

Esto no afecta en lo absoluto la parte culinaria del asunto (uno termina babeando frente a la pantalla), pero el golpe bajo y la emoción fácil pueden funcionar sólo las primeras veces.

Sugar Rush, Netflix, 2020

Sugar Rush, Netflix, 2020

Postre: Sugar Rush, extra sweet

Admito que los muchos realities o documentales sobre postres no son santos de mi devoción, ya que mi gusto suele inclinarse por lo salado. Sin embargo, hará un par de años conecté con el concurso Sugar Rush y terminé enganchado.

Quizá sea por lo imaginativo de su propuesta, por lo desafiante de su competición (compiten reposteros y panaderos profesionales, nunca amateurs) o por lo calmo y respetuoso del accionar de su jurado (alejadísimo de la humillación y farándula que rodea las muchas versiones de Masterchef), lo cierto es que apenas llegó esta tercera temporada del programa estadounidense, ahí estaba yo para devorarla en poco rato.

El esquema es muy sencillo: cuatro parejas de reposteros se enfrentan en una competencia que tiene en cada ocasión un tópico motivacional diferente (un color, un lugar, un recuerdo, prácticamente cualquier cosa). En una primera ronda, se enfrentan creando muffins (o magdalenas, como solíamos pedirlas en la panadería) y se elimina a una pareja. La segunda ronda son dulces y nuevamente hay una pareja eliminada, lo que lleva a las dos parejas finalistas a enfrentarse con una gran torta de varios pisos.

La variante este año para el show que tiene como jueces a la repostera Candance Nelson y al afamado australiano Adriano Zumbo (el mismo de Zumbo’s Just Deserts, también en Netflix) es el ingrediente “extra sweet” del título, que a pesar de lo que uno podría pensar, no es excepcionalmente dulce, sino todo lo contrario: deben incluir componentes muy poco apropiados para la repostería (condimentos, hierbas o incluso carne) en la instancia final.

En cada programa quien llega a la final y vence se lleva 10.000 dólares. Nada de competencias interminables: Sugar Rush es palo y a la bolsa.

Nueva normalidad

Con la notable excepción del último ejemplo –grabado este año y con los participantes ya saludándose con los codos y manteniendo distancias–, tanto Las crónicas del taco como Street Food fueron filmados en 2019, por lo que muestran calles colmadas de gente, fiestas a la hora de comer y multitudes que se mueven de aquí para allá. Así que el efecto “apetito” es superado por momentos por la nostalgia ante algo que se hacía comúnmente y hoy se ve como un bien preciado (y ni te cuento de soñar con viajar a conocer lugares y probar platos diferentes). O sea, mirar estas series puede traer cierta melancolía colateral, aunque siempre se pueden sacar ideas y probar hacer estas recetas en casa.