La Guerra Civil Española, de Antony Beevor, un libro de casi 1.000 páginas envuelto en papel marrón claro, lo que lo hace parecer un ladrillo de marihuana. “Es droga, ahora se la llevo a los muchachos”, le dice Diego Delgrossi a su vecina, que amablemente le guardó el recado, y se ríe por la humorada.

En la pequeña anécdota, que se produce cuando llegamos a su casa, ubicada en Punta Gorda, se plasman las dos principales facetas de Delgrossi: es humorista y profesor de Historia. La segunda la sigue ejerciendo en su hogar, dando clases particulares (hace tres años que no trabaja en liceos porque no le sirven los horarios). Y la primera estuvo parada, obviamente, en la etapa de más encierro de la pandemia. “Estuve 140 días sin trabajar, viviendo de mi mujer, que es el sueño de toda mi vida, pero sólo lo pude hacer 140 días en 15 años”, bromea de vuelta.

Hoy a las 21.00 Delgrossi vuelve al ruedo en Montevideo Music Box y estrena espectáculo: La nueva (a) normalidad. Cuenta que los humoristas están copando los lugares que habitualmente eran para música en vivo, porque son los que tienen más espacio para que el público esté tranquilo con los protocolos y todo eso. De paso, hace café-concert en un boliche, como hacía Antonio Gasalla hace varias décadas, cuando empezó la movida.

Delgrossi tiene claro que hay una diferencia entre eso y el stand up, ya que “el monologuista comúnmente no se mete con la gente, hace un personaje”. “El stand up es más de guerra, la vanguardia, está bueno que sea así, pero yo hago una mezcla”, dice, mientras termina de romper el envoltorio del libro que le llegó y se dispone a conversar.

¿De qué trata el nuevo espectáculo?

Para escribirlo me basé en ver en perspectiva lo que pasó con otras pestes en la historia de la humanidad: la de 500 a. C. en Grecia, la peste negra y la gripe española. Todos hacían cosas para contrarrestar el virus, que le digo así, pero en esas épocas no se sabía qué era; algunos decían que era una maldición de los dioses, por ejemplo. Y ahora nos pasa exactamente lo mismo: es el siglo XXI, pero estamos igual. Metimos un tipo en la luna, mandamos una sonda fuera del sistema solar y hay cirugías no invasivas; sin embargo, vino este virus y quedamos... Pero igual todos, con cara de doctos, dicen: “No hay que tocar al perro”. [Donald] Trump llegó a decir que había que meterse agua jane en las venas, una cosa bestial. Entonces, de normal esto no tiene nada, porque dentro de un año, cuando veamos que nos saludábamos con el puñito y el codito, nosotros mismos vamos a decir “qué nabos, por el amor de Dios”. Por eso pensé en hacer La nueva (a) normalidad, donde me tomo el pelo a mí mismo por las cosas que hago. Por ejemplo, con mis hijos, que los voy a buscar a la escuela y me pongo el tapaboca, que sirve para taparme la jeta. Eso es fundamental, así la gente no se impresiona. En eso se basa: reírnos de la realidad y de una peste, que no es pavada.

El tema es fresquito, la gente se puede poner muy sensible por algún chiste.

Hoy en día matás a una chinche y de tarde tenés en Twitter a la Asociación de Protectores de Chinches Autóctonas y un nombre de usuario indígena que te llama “genocida”. Si nos vamos a guiar por esa corrección política, el pintor no va a pintar, el escultor no va a esculpir, la coreógrafa no va a hacer una coreografía, etcétera. El humor siempre es transgresor, tiene que ser transgresor, porque si no se transforma en obsecuente. Yo voté a la actual coalición de gobierno, y cuando hago un espectáculo le doy al desafuero de [Guido] Manini Ríos, a la ley de derribo de aviones y a algunos recortes de presupuesto. Ya van dos veces que cuando termino se me acerca alguien y me dice “pero usted es comunista”. Me hizo acordar a “¡señor Heber!” [por el clásico programa radial de Heber Pinto]. Mi objetivo es hacer reír, y el que tiene humor, siendo herrerista o no sé qué, también se ríe, pero el que no tiene humor no se va a reír. ¿Quiénes no tienen humor? Los radicales. Los nazis no tenían humor. Estoy leyendo un libro que se llama Heil Hitler, el cerdo está muerto [de Rudolph Herzog], sobre el humor en la época del nazismo. Había censores para los humoristas en los teatros de vodevil, estaban prohibidos los chistes de Hitler, así fueran positivos –porque está la broma que destruye y la que ensalza–. Es brutal, hoy hay gente más realista que el rey.

Foto: Alessandro Maradei

Foto: Alessandro Maradei

Es curioso, porque venís de una cultura de humor más familiar y aún así recibís quejas.

Si hay alguien que siempre fue políticamente correcto soy yo. Por algo he actuado para gente de todos los credos religiosos, de todas las ideas políticas y de todos los sentimientos sexuales. Que va a haber gente que se queje, y sí; si tenés un restaurante se te van a quejar de que la salsa está fría, y hoy tenemos las redes sociales para que lo manifiesten. Antes había gente que se quejaba de Telecataplúm, Decalegrón, Domingos continuados, La revista estelar y El show del mediodía. En aquellas épocas la gente escribía al canal o llamaba por teléfono, y la telefonista te decía “se saturaron las líneas”, pero sólo había dos teléfonos... Hoy la gente se puede quejar, y está bien, porque es una válvula de escape. A veces se zarpan con el insulto: “Ojalá te mueras, dedicate a otra cosa”. La gente cuando escribe en las redes a veces es como si estuviera hablando en su casa y drogada, pero de repente esa misma persona te cruza en la feria, te saluda y se saca una foto contigo. El desdoblamiento que hay por las redes sociales sirve en parte como válvula, pero uno se tiene que acostumbrar, tenés que engrosar un poquito la piel. Hay colegas que tuvieron que cerrar sus redes sociales.

Me sorprende que alguien se quejara de programas como Telecataplúm o Plop, porque tenían un humor bastante blanco.

Sí, pero se les tomaba el pelo a los militares en “Las noticias cantadas”, y Adhemar Rubbo hacía del Goyo Álvarez. Lo hacía igual, hasta el punto de que una vez se fue en el ómnibus maquillado y la gente lo miraba de costado... Y ni que hablar de Decalegrón, cuando hacían “El Chicho”, con Enrique Almada y Julio Frade. Invito a la gente a que lo mire en Youtube: eran economistas de la dictadura que inventaban impuestos. “Chicho, vos sí que tenés recursos” fue una frase que quedó durante años. Y Pinchinatti era una tomada de pelo a los gobernantes democráticos, hasta el punto de que muchos políticos en 1985 se le quejaron a [Ricardo] Espalter. Además, en una de las ediciones de Decalegrón los actores tuvieron que sacarse el maquillaje en cámara: Pinchinatti se sacó el bigote y dijo que era una parodia. Acababa de llenar el Palacio Peñarol.

¿Por qué hoy no hay programas como aquellos, con sketches, en la televisión de aire?

Los formatos cambiaron y el tiempo pasó. En el medio pasó Videomatch, que fue un gran huracán en el aspecto de formato, comunicación y llegada. Entonces, hubo que aggiornarse. El último programa del que me acuerdo con sketches fue Poné a Francella, hace 20 años, que igual era adrenalínico. Después de eso en Uruguay hubo un par de intentos y no funcionaron. Además, está la cuestión de los costos, que es importante.

Hay un cliché según el cual existe algo así como un “humor uruguayo”. ¿Identificás una forma autóctona de hacer humor?

Sí. El humor, como todo producto cultural, tiene sus características. Hay un humor a la uruguaya, que a veces tiene atisbos de zarparse, pero no tanto. Nosotros veíamos La culpa es de Colón, ese formato que es extranjero, y no nos podemos zarpar como los españoles, los mexicanos o los argentinos porque la propia gente lo rechaza. Nos gusta reírnos, pero hasta acá vamos. Cuando vino el gran actor argentino Martín Bossi, que imitaba a [Néstor] Kirchner y lo hacía bajando como un angelito con un sistema de poleas, de repente decías “está imitando a un muerto”. Yo desde que murieron Wilson [Ferreira], [Liber] Seregni, Jorge Batlle, Juan Pablo II y Fidel Castro los dejé de imitar. Pero el argentino no, te imita a un muerto, a Perón, a Evita... Acá una vez en teatro se hizo a José Batlle y Ordóñez, y si empezás a rascar todos somos batllistas, y el que no es batllista no se anima a hablar en contra, es esa cosa medio peronista que tenemos. Con colegas profesores de Historia hablamos, pero en el común de la gente todavía está esa cosa de prócer.

Ya que mencionabas La culpa es de Colón, que se emite por Canal 12: en los últimos años en la televisión uruguaya se compraron muchos formatos extranjeros, de todo tipo y color. ¿Por qué pasa eso? ¿Falta de creatividad y de ideas?

En realidad es porque somos muy pocos y la mayor cantidad de cosas ya están inventadas. Entonces, ¿cómo vas a competir con los creativos de Radiotelevisión Española, RAI, Deutsche Welle o BBC? Y ni que hablar de todas las productoras que hay en Estados Unidos… Entonces, es utópico pensar que en Uruguay vamos a inventar un formato de programa. Además, el que lo inventa lo vende al exterior, no lo va a quemar acá. Es como si una química farmacéutica descubra la vacuna contra la covid-19: la descubre en el Clemente Estable, pero al rato la mujer se va para un laboratorio de Alemania.

O sea que hoy hay una cabeza más empresarial. Antes, cuando estabas en Plop, capaz que era más artesanal.

Totalmente, porque antes los canales eran empresas familiares. Pasa con las empresas familiares hasta el día de hoy: ves que hay un cambio de firma y esa cosa familiar muy uruguaya que había, que me parecía bárbara, desaparece. Pasó con Tienda Inglesa, que fue un antes y un después de Henderson. El tipo te daba una confianza que es la misma que teníamos nosotros cuando estaba el ingeniero [Horacio] Scheck en Canal 12. O en una distribuidora cuando estaba el judío grande, que había venido de Polonia; ahora está el nieto y no es lo mismo, o vendió la franquicia y quedó “un consorcio internacional”. Cuando en un país de 3.400.000 habitantes no sabés quién es tu jefe hay algo raro, para mí es malo. En Estados Unidos las empresas dicen: “¿Hoy qué es, martes? Despedime a 5.000 personas”. Eso acá no tiene que pasar.

Foto: Alessandro Maradei

Foto: Alessandro Maradei

En las elecciones nacionales de 2019 integraste una lista de Julio María Sanguinetti. ¿Cómo ves el devenir del Partido Colorado (PC) con el alejamiento de Ernesto Talvi?

Es un partido que todavía no está acéfalo porque Sanguinetti es un referente ineludible. Es como si mañana no hubiera líderes jóvenes en el Frente Amplio [FA]: mientras estén José Mujica y Tabaré Vázquez, por más que no se candidateen, son tipos a los cuales la militancia va a visitar para ver qué dicen: subís al monte y tenés el oráculo. Mientras esté Julio María está todo bien, pero hay que formar jóvenes. La cosa es tener esa cuestión de los veteranos, por experiencia. Ahí tenés: los que decían “ah, Sanguinetti, el viejo” y no sé qué... De repente el más joven, el que ganó la interna y todo desapareció, se fue para la casa.

Y tampoco es tan joven.

Lo que pasa es que en Uruguay sos joven hasta los 80. Pero vamos a ver, creo que el batllismo todavía no murió. Por algo yo me defino como batllista.

¿Ves batllismo en las políticas del actual gobierno?

Analizar un gobierno a cinco meses de asumir y en medio de una pandemia sería muy injusto. Pero sí, creo que hay batllismo, primero porque estamos nosotros, que somos los primeros que vamos a poner el grito en el cielo donde a alguno se le ocurra decir que hay que vender Ancap o Antel. Antel durante el gobierno de Sanguinetti no fue vendida: se desmonopolizaron los teléfonos móviles y hoy tenemos una linda oferta. Yo tengo Ancel y me han ofrecido planes y cosas para competir. ¿Vos te ibas a imaginar hace 20 años a Ancel trayendo iPhone? En la vida... Sin embargo, está trayendo. Es la competencia, pero con las reglas que el Estado ponga. Eso es fundamental, porque si dejás que las reglas las ponga Mr. Smith desde una oficina en Manhattan se va a complicar.

Comentabas al principio que hacés humor con el desafuero de Manini. ¿Qué opinás de ese tema?

Bueno, ya es un afuero, porque no hay desafuero. Ahí hay una cosa rara, es todo política, todo cocina. Los que estamos en la mesa no sabemos lo que pasa adentro, nos van a servir el plato ya... El pueblo en este caso quedó medio por fuera. Están nuestros representantes, en los cuales hay que confiar. Nos gustará o no, dentro de cuatro años pondremos nuevamente el voto a favor o en contra. Yo lo hice. En 2004 no me tembló el pulso: voté al FA, a la lista 2121. Yo ya había sido convencional departamental del PC, pero no me tembló el pulso porque no soy un talibán.

La nueva (a) normalidad, de Diego Delgrossi. Hoy a las 21.00 en Montevideo Music Box (Dámaso Antonio Larrañaga 3195 y Joanicó.). Entradas desde $ 410 a $ 500 en Abitab.