Aunque uno puede llegar a creer que sólo existen en las películas o como protagonistas de extraños reality shows, los supervivencialistas hicieron pie hace ya bastantes años y se sostienen firmemente hasta el día de hoy. Si bien existen como posible colectivo desde 1930 ‒en Europa no pocos recordaban la Gran Guerra y tenían a bien prepararse para la próxima‒, fue la aparición de la energía atómica y las dos bombas que sacudieron a Japón y el mundo lo que les dio verdaderamente impulso, a partir de la década de 1950.

Los métodos de supervivencia ante el colapso económico, los refugios subterráneos, los preparativos para la guerra nuclear que no tardaría en avecinarse entre Estados Unidos y la Unión Soviética; todos esos elementos popularizaron a estos supervivencialistas ‒o preppers, como se los conoce hoy‒, normalmente vistos como paranoicos más o menos inofensivos, con una gran predilección por acumular víveres, provisiones, pertrechos y, en tiempos recientes y algo más absurdos, papel higiénico.

Sin embargo, no son pocos ‒nuevamente, en América del Norte‒ los que asocian esta preparación con una necesaria defensa, por lo que junto con las latas de atún y los generadores eléctricos han comenzado a acumular armas, bombas y municiones, además de entrenar continuamente, de forma de estar preparados para cuando el orden mundial se venga abajo y todos deban pelear con uñas y dientes por lo suyo. 

Este formato de supervivencialistas es el que más alcance ha tenido en la ficción, normalmente presentados como pasados de rosca ‒cuesta poco imaginarlos así‒, dispuestos a dispararle al vecino que se acerque demasiado (y ni te cuento cuando el vecino tiene otro color de piel).

Asociados tanto en la ficción como en la realidad con grupos fundamentalistas bastante reaccionarios y con un número cada vez más creciente en el mundo (y la pandemia global no debe haber ayudado), los preppers o supervivencialistas son hoy por hoy personajes recurrentes de la pantalla grande o chica, algo a lo que viene a sumarse esta contundente producción canadiense, llamada originalmente Jusqu'au déclin o Hasta el declive, en una traducción aproximada y que Netflix prefirió estrenar como Modo supervivencia.

Allá en la selva se escuchan tiros

Antoine (Guillaume Laurin) se prepara. Ensaya fugas junto a su familia a altas horas de la madrugada, mira tutoriales en Youtube sobre como conservar arroz durante 20 años, escucha radio y mira televisión siempre atento a la debacle, sea económica, sanitaria o como venga. Sea como sea, él estará preparado.

Es una gran noticia, entonces, que Alain (Réal Bossé), uno de los popes canadienses del supervivencialismo, lo invite a un campamento ‒secreto y clandestino, obviamente‒ para aprender de primera mano todo lo necesario para afrontar ese anunciado fin del mundo.

Antoine viaja hasta el medio del bosque donde, con los ojos vendados, Alain lo llevará todavía más al medio de la nada. Y uno podría estar esperando ya lo peor, pero lo cierto es que durante su primer tercio esta historia no asoma por los caminos previsibles.

Ya en el campamento, Antoine conoce a los otros participantes. Si no fuera porque practican tiro y arman bombas caseras, todos aparentan ser gente más o menos normal (con ideas algo… extremas, está bien). Y aunque a veces asoma cierto carácter oscuro en su anfitrión, lo cierto es que lo pasan bien. Es más, cabe entender que Alain ‒por completo solitario‒ usa el campamento como una suerte de casting para invitar a vivir con él a aquellos candidatos ‒con sus familias‒ que mejor se adecuen a sus métodos de supervivencia.

Aprovechar, entonces, su refugio aislado, preparado y autosustentable tanto para la Tercera Guerra Mundial, la caída de los mercados económicos o un virus que se contagie por no usar tapabocas. Todo esto, claro, hasta que ocurra un accidente y la realidad se imponga como siempre lo hace: mostrando los dientes y lo peor que tiene el carácter humano para ofrecer.

No cabe dar más detalles del argumento de este thriller de acción, porque en sus giros y sorpresas está gran parte del disfrute. Sí destacar la tremenda mano para la acción seca, austera y descarnada de su director (debutante, qué sorpresa) Patrice Laliberté, y lo bien elegido de su elenco (con particular destaque para Bossé, quien aprovecha mucho y bien su personaje cargado de matices). Un relato muy a cuento con los días que vivimos ‒lo que explica seguramente que se haya vuelto tendencia en Netflix‒ y que reflexiona, allá lejos en las montañas de Quebec, sobre el mundo tal y como lo vivimos hoy, concluyendo que tener un arma a mano difícilmente sea una solución para nada.