Fufú va para un lado y para el otro, se inquieta por las visitas. Luego se acomoda al lado de su “dueña”, Laura Canoura, que bautizó así a su gata porque antes tenía otro minino con nombre largo y al final le decía “bichi”. “Por amigos que tienen gatos aprendimos que responden a nombres cortos. Bueno, vamos a entendernos, responde cuando quiere”, acota Canoura.

La cantante se presentará el jueves a las 21.00 en el boliche Blast (Uruguay 960), junto con el guitarrista Carlos Gómez, con un repertorio de canciones que en su mayoría nunca interpretó en vivo. Canoura conversó con la diaria sobre el nuevo espectáculo, el impacto de la pandemia y cómo la intérprete le invade terreno a la compositora, mientras Fufú también gana espacio en el sillón.

¿Cómo te lleva la “nueva normalidad”?

En el comienzo de la pandemia me fui a vivir con mi hermana Cristina y con mi mamá, de 96 años recién cumplidos. Las personas que ayudaban a mi hermana a cuidar a mi vieja obviamente estaban haciendo cuarentena en sus casas, y mi hermana sola no iba a poder, entonces se nos ocurrió que la solución era que me fuera con ellas. Por un lado fue genial porque me permitió una convivencia con mi hermana que nunca había tenido, porque ella me lleva diez años: cuando yo era muy adolescente se fue del país, exiliada, y volvió casada y con hijos, entonces, los meses que estuve viviendo con ella fueron geniales. Pero por otro lado fue difícil, porque soy una tipa súper solitaria, me gusta mucho mi nido. Me di cuenta en esos meses de que estoy muy acostumbrada a estar sola y en silencio. Cuando todo empezó a normalizarse un poquito pude volver a casa y recuperar mi lugar de trabajo. Mientras estuve fuera de casa no me enfoqué nunca en mi trabajo, mi lugar artístico.

La cantante quedó afuera.

Sí, Laura se fue a vivir allá y en casa quedó la cantante. Cuando vine acá pude engancharme con pensar un poco mi lugar. Coincidió, además, con que este año con Andrés [Bedó] nos separamos; era mi pareja, además de ser músico y tocar conmigo. Eso también movió una cantidad de cosas a nivel artístico.

¿Se viene una canción sobre la separación?

No... Bueno, sí pero no. Yo estaba muy trancada compositivamente, desde hace muchos años. Capaz que le tengo que dar la razón a mi amigo Alfonso Carbone, que dice que a él no le sirve que yo esté bien afectivamente porque no compongo. Con Hugo Fattoruso estuvimos haciendo algunas cosas. Gracias a él empecé a volver un poquito. Lo llamé y le dije: “Bo, estoy re trancada con la composición”.

Sos boba para elegir a quién llamar...

Claro, es un compinche en ese sentido. Laburé mucho con él, tengo muchas canciones creadas a medias. Hugo escupe música por minuto.

Va a hacer mandados y te saca un disco.

Ahí está. Y bueno, me mandó una música de la zona difícil de Hugo, porque tiene varias. Y empecé con mucha dificultad. Después me comentó que estaba trabajando en una milonga y le dije que tenía una letra de hace un tiempo que podría funcionar. Se la mandé, la convirtió en una canción y me dijo: “Capaz que preferís que te mande una balada”. Me mandó una balada y la melodía quedó.

¿Estás pensando en términos de un disco ya?

No sé en qué términos pensar, porque ahora estamos tratando de terminar un disco que grabamos en vivo en el Auditorio del SODRE en octubre del año pasado [al conmemorar sus cuatro décadas de carrera]. Digo “tratando” porque la pandemia en ese sentido también complicó bastante: había que corregir cosas y regrabar algunas partes de temas, pero eso fue imposible. Cuando se pudo lo hicimos, y ahora estamos en la etapa de la mezcla, Pablo Macedo, Andrés y yo, compartiendo el trabajo. Entonces, en lo discográfico lo próximo para salir es eso, más algunos proyectos que estaban encajonados, de cosas ya grabadas.

¿Cómo te cayó pensar en los 40 años de carrera?

Fue bravo, porque para encarar un espectáculo así no tenés más remedio que revisar, repasar y ordenar, aunque el espectáculo después no fue revisionista: había algunas cosas de mi pasado musical, pero sobre todo cosas nuevas. Me pregunté dónde quedó esa mujer valiente, arriesgada, que era capaz de saltar de un proyecto a otro sin pausa, solamente por curiosidad. A mí me movió la curiosidad por lo menos durante 35 años; después, a medida que vas creciendo y madurando los temores van ganando: “¿Está bien lo que estoy haciendo? ¿No estaré perdiendo el tiempo? ¿Será este el camino?”. Durante muchos años ni lo pensaba así.

En este nuevo espectáculo te vas a presentar en formato íntimo, con el guitarrista Carlos Gómez, con un repertorio que en su mayoría nunca cantaste.

Hay 10% de canciones que forman parte de mi repertorio, pero no de lo más conocido ni más popular, sino de lo que tenía ganas de volver a cantar. El resto son canciones que muchas las conocí este año, preparando Cantoras [programa de radio que conduce por Emisora del Sur] o simplemente navegando y escuchando música por ahí. Hay otras canciones que conozco de toda mi vida, pero que nunca canté.

¿Recordás cuál fue la primera canción que cantaste entera?

Hay un mito familiar que dice que cantaba “Nel blu dipinto di blu”; no sé, en media lengua, porque tendría dos o tres años. Y en público –familiar– cantaba de Mocedades, Zitarrosa, Los Olimareños, esas cosas.

¿Cuáles son las canciones que descubriste ahora?

El repertorio es sobre todo rioplatense. Me gusta mucho Juan Quintero, lo escucho bastante seguido, me interesa lo que hace y escribe. Juan Falú me gusta muchísimo también, y está incorporado al repertorio. Después tengo alguna cosa del Darno, y voy a cantar una de Gardel.

¿Cuál?

“Golondrinas”, que tal vez esa es conocida. Hacía tiempo que tenía muchas ganas de hacer nuevamente un espectáculo con un guitarrista. Durante mucho tiempo hice uno con Jorge Nocetti, también con Julio Cobelli. Siempre tuve guitarristas tocando conmigo que marcaron una sonoridad completamente distinta. Cuando tocás con un pianista hay una sonoridad mucho más importante, abierta; en cambio, el guitarrista te arropa, te pone un chalcito encima.

¿Cómo te llevaste con la guitarra?

Supe tocar bastante bien, pero en Rumbo casi todos tocaban mucho mejor que yo y me di cuenta de que necesitaba focalizarme un poco más en el canto. Me alegra que haya sucedido así, pero me apena un poco porque perdí el vínculo con un instrumento que es importante.

Foto: Federico Gutiérrez.

Foto: Federico Gutiérrez.

¿No componés en la guitarra?

Algunas veces, pero mis canciones más elaboradas creativamente son las que compongo sin ningún apoyo musical. Las dos o tres canciones que tengo que compuse letra y música sin apoyo de un instrumento son más libres, vuelan por lugares armónicos y sonoros distintos, más creativos. La torpeza que tengo con la guitarra no me ayuda mucho, me limita.

Viste que en las nuevas generaciones la cantautora y la guitarra van unidas.

Claro, es una prolongación. Capaz que si cuando empecé no me hubiera encontrado con Rumbo y hubiera seguido desde ese momento mi carrera solista hubiese sucedido lo mismo.

¿Pensás que tuvo demasiado peso Rumbo en tu carreara solista?

Un poco, al principio seguro, porque la gente esperaba que me quedara amparada por esa sonoridad, esa forma de cantar y ese repertorio. Pero justo la separación de Rumbo coincidió con mi cercanía a Jaime Roos, que era otro universo, y por suerte me arrastró hacia un lugar completamente distinto, que valoro enormemente.

Ya que vas a cantar una de Gardel: desde el punto de vista de lo políticamente correcto, pero sobre todo desde la perspectiva de la igualdad de género, muchos tangos están bravos. ¿Te ponés a pensar en eso a la hora de elegir cuál cantar?

Sí, pero eso fue desde siempre. No es ahora que los que cantamos tangos nos damos cuenta de que existe un repertorio que no envejece bien.

“Mientras la compositora avanza un casillero, la intérprete avanza 50. Como cantante popular, me siento con derecho a cantar cualquier cosa”.

Claro, pero una cosa es lo que viene de uno, porque puede no gustarte cantarlo, y otra es “me gusta, pero no lo voy a cantar porque capaz que me apedrean”.

No podés andar así por la vida para armar un repertorio, ni para hablar ni para opinar en una nota. Porque la mirada a las diferencias entre hombres y mujeres es de 180 grados: de un extremo al otro hay un gradiente. Entonces, uno puede estar más cerca de un extremo, del otro, del medio, de acuerdo al momento, la coyuntura o en relación a que lo estás diciendo. Siempre me jacté de ser una persona independiente en lo político, pero también en lo filosófico: me siento con la libertad de opinar y de hablar, con mucho respeto, y de no hablar cuando el barullo es demasiado. Creo que a veces uno se tiene que retraer y no hablar por respeto a lo que opinan, sienten o viven los otros. Yo me doy cuenta de que en el ámbito de la música las mujeres más jóvenes viven las cosas de una manera, en algunos aspectos, muy diferente a como las vivo yo, que soy de otra generación. En el espectáculo eso también está contemplado: hay algunas canciones que pintan situaciones… Es como si vos mañana te negaras a ver cuadros de Goya porque muestran una realidad sangrienta. ¿Qué hacés? ¿Retirás a Goya de los museos? Y así con todas las artes.

No se podría ver La naranja mecánica.

Por ejemplo, ¿no la vemos más? Depende mucho del contexto. En este espectáculo junté dos canciones que para mi gusto son muy anacrónicas, por lo que cuentan. “Fina estampa”, de Chabuca Granda, que pinta una situación que ya no volveremos más a vivir: “fina estampa, caballero”, el “chapín de seda” y yo qué sé. Y también voy a cantar “Nunca tuvo novio”, un tango con una letra que hoy es completamente anacrónica, pero cuento una historia, pinto una realidad que fue. Ahora, si ese tango lo integrás a un repertorio y no explicás nada, simplemente lo cantás porque te gusta la melodía o lo que dice, es raro. Con el tango pasa en muchas canciones. Por ejemplo, la de “34 puñaladas” [“Amablemente”, de Edmundo Rivero e Iván Diez] no lo cantaría, ni siquiera en este ámbito que te digo.

Me quedé pensando en eso de que estás trancada con la composición. ¿Qué es lo que te tranca?

Me aburro, me distraigo; soy muy dispersa. Y mientras la compositora avanza un casillero, la intérprete avanza 50, porque siento que puedo cantar cualquier cosa –no necesariamente bien– porque tengo el derecho como cantante popular. Yo les digo a mis alumnos: “En el canto popular no hay nada que esté bien o mal, todo es posible”, porque vos y yo podríamos poner una decena de ejemplos de voces que son, teóricamente, no agradables, y sin embargo...

En Uruguay hay muchos ejemplos. Acá no tenemos ni un Sinatra ni un Elvis.

No, lamentablemente, porque estaría buenazo: yo ya los estaría llamando para cantar juntos. Trabajé de forma inconsciente, y ahora un poco más consciente, para que la intérprete fuera compositora, es decir, enfocar el repertorio que voy a cantar como si lo estuviera recomponiendo. Entonces, la intérprete invadió mucho el terreno. Me gusta mucho lo que hago, me divierto.

Capaz que si te obligás a componer ya deja de ser algo lúdico.

Claro, hay gente que lo tiene mucho más fácil. Como lo que hablábamos de Hugo: además de que es muy creativo, no tiene ese superyó arriba que te está diciendo todo el tiempo: “¿Vas a hacer eso? ¿Estás segura? Pero eso ya lo hicieron”.

¿Cómo viste la movida que hubo de algunos músicos a raíz de la pandemia para intentar que hubiera un apoyo por parte del Estado? ¿Creés que no se movieron como deberían?

Eso sin duda: los músicos somos los más desorganizados del gremio artístico. Siempre miramos con mucha envidia a los teatreros, que tienen décadas de experiencia en ese sentido. Los músicos tenemos un ego muy grande, y hay algunos que lo tienen tan grande que les ocupa toda la casa; hay otros que lo dejan arriba del escenario y ya está. No supimos actuar organizadamente. Hubo gente que sí lo hizo, que también se llevó sus palos, porque por supuesto que no somos un colectivo de santos: hay de todo, todos tratamos de llevar agua para nuestro molino, ya sea el personal o el colectivo al que representás. Creo que los apoyos que hubo a nivel musical fueron escasísimos. En muchos casos, sin mirar las situaciones particulares.

¿A vos cómo te afectó?

Lo que pasa es que yo soy “techito verde” desde hace como 30 años, porque los primeros diez años de mi carrera trabajaba en otra cosa, era montajista, editora. Entonces, me agarró sabiendo desde hace muchos años que mi vida es así: de altibajos. Hay épocas que te va muy bien y épocas que te va mal, dentro del mismo año. Hay gente que trabaja mucho en verano y muy poco en invierno. Yo, al revés, trabajo bastante más en invierno que en verano.

Tu música no es muy veraniega.

No es muy fiestera. No es para “piripipí”.