Cabe pensar que incluso de haberse estrenado en el mundo prepandemia en que fue filmada, Normal People, coproducción entre la BBC y Hulu, hubiera sido un éxito. La novela homónima en la que está basada, de la joven irlandesa Sally Rooney, fue best seller en Estados Unidos y estuvo preseleccionada para el premio Man Booker, y la serie era esperada con amplia expectativa.

Sin embargo, cuando se estrenó, a finales de abril de este año, cuando gran parte del mundo ya estaba en cuarentena y con la paranoia a flor de piel, esta serie sobre una relación amorosa a lo largo de cuatro años, filmada en primerísimos planos que crean una intimidad pocas veces tan lograda en una serie televisiva, tocó un nervio particular en los espectadores, ávidos de contacto humano, más allá de los choques de codos y rostros sólo vistos a medias.

La historia es así: Marianne y Connell (los desconocidos y talentosos Daisy Edgar-Jones y Paul Mescal) son compañeros en el liceo desde hace años. Saben que se sienten atraídos el uno por el otro, pero vacilan en hacer algo al respecto porque se imponen sus roles en la jerarquía social: por un lado, la madre de Connell trabaja de limpiadora en la enorme casa de Marianne, por el otro ‒y lo que termina teniendo más peso, porque al fin y al cabo son adolescentes‒, Connell es popular en el liceo mientras que Marianne es una paria.

Cuando finalmente ceden a su atracción, lo que podría ser un precioso primer amor crece torcido por el ocultamiento y la culpa. Las cosas llegan a un punto de no retorno con el baile de fin de año (en Irlanda los adolescentes tienen el debs, casi lo mismo que una prom yanqui, excepto que el propio liceo es el que sirve el alcohol, y generosamente) y todos salen heridos, pero el reencuentro en la universidad, donde Marianne ahora es reina y Connell tambalea, y la constatación de que la atracción nunca se fue, abre nuevas posibilidades.

El cuento no es nuevo, y no tiene por qué serlo; se sabe que en el amor, particularmente, a los humanos nos encanta tropezar con la misma piedra. Pero Normal People lo narra con belleza y delicadeza, y es difícil no sufrir exquisitamente con los protagonistas todas y cada una de las estúpidas decisiones que toman.

La adaptación de la novela (en la que participó la autora) entrañaba una dificultad considerable: ¿cómo transmitir en imágenes una historia contada casi exclusivamente a través de monólogos internos, sin recurrir a las voces en off? Ahí tal vez radique lo notable de la serie: nuestro acceso al mundo interior de Marianne y Connell se da a través de una cámara que registra en intensos primeros planos cada mirada, cada expresión mínima de los protagonistas, al tiempo que separa al resto de los personajes usando planos más generales, haciendo del pequeño mundo de Marianne y Connell un paisaje nítido y envolvente. Esto no sería posible sin las finísimas actuaciones de Edgar-Jones y Mescal, cuya química es verdaderamente mágica y constituye el corazón de la serie.

Las escenas de sexo, de las que hay varias (mejor no verla en familia), son otra clave: la serie se detiene en ellas con tiempo y atención, y si bien son explícitas, están filmadas de tal manera que no caen en lo pornográfico ni en lo cursi, sino que transmiten las dudas, la ternura, el descubrimiento, la lujuria que sienten los protagonistas en cada etapa de su relación de forma tan honesta que se hacen imprescindibles para la narración.

Para días lluviosos

Si bien es una serie romántica de las que da gusto mirar en días lluviosos, también es una exploración oscura y melancólica de las dinámicas de poder en las relaciones amorosas, y cómo las presiones externas, la neurosis y la falta de comunicación pueden arruinar los vínculos más valiosos. Connell y Marianne son, efectivamente, personas normales, si bien un poco demasiado sensibles, y sospecho que todos los que ya miramos los 20 en el espejo retrovisor podemos reconocernos en uno o muchos de sus resbalones, con una mezcla de alivio y nostalgia (o darnos cuenta de que seguimos en la misma y llamarnos al orden).

En las seis horas que dura en total (son 12 capítulos), con saltos temporales irregulares entre capítulo y capítulo que abarcan cuatro años, se tocan varios otros temas: la presión social y sus estragos, las diferencias de clase, la ansiedad y la depresión, la violencia familiar y sus efectos en la autoestima y la sexualidad, el suicidio de un amigo y la pérdida de la inocencia, el desarraigo, la orfandad y también la libertad que vienen con la adultez.

A través de estas viñetas Marianne y Connell quedan rondando en nuestra cabeza una vez apagada la pantalla, para aparecerse de vez en cuando en el verso de una canción, o mezclados con un recuerdo propio de aquellos años idiotas y luminosos.