“Cuando me llega una historia de Magdalena para ilustrar es una buena noticia, el disfrute está asegurado”, afirma el ilustrador Óscar Scotellaro en esa sección titulada “Nos cuenta” que suele cerrar los libros para niños de la editorial. Y sí, es lo que también nos pasa a los lectores al tener entre manos un nuevo título de la autora: su trayectoria nos predispone porque ya hemos leído un montón de sus libros y sabemos de su solvencia narrativa, de su imaginación desbocada, de la fluidez con la que va creando mundos, personajes, situaciones.

Casting para nieto es una novela corta, ideal para los que empiezan a independizarse en eso de leer libros, porque, además, atrapa desde la primera página. No es que la trama juegue al suspenso, sino que, por el contrario, la clave es más bien la del final consabido que esperamos que se concrete y disfrutamos ir viendo cómo se desmadeja. “El aviso era tentador, pero Felipe no se decidía”. Así arranca, sin más vueltas. Felipe, un niño de nueve años, lee un aviso en el diario, en el que “una aspirante a abuela” anuncia que está en busca de un nieto o nieta. Lo que pone en juego ese puntapié inicial es la crónica de un feliz encuentro, que en la urdimbre de la narración presenta a Felipe y su historia personal, y una búsqueda que tiene dos puntas, porque el deseo de la abuela de tener nieto se completa y se decodifica en el deseo de Felipe por ser elegido como nieto.

La anécdota es bastante disparatada, pero se sostiene. Y tiene esa impronta gozosa que suele habitar los libros de Helguera. Felipe decide ir al peculiar casting, un poco por curiosidad, un poco porque le gustaría probar eso de tener una abuela, y otro poco para zafar de lo que tenía que hacer esa tarde: acompañar a su mamá a un cumpleaños infantil en el que ella está contratada como payasa. Decide ir y va, aunque imagina que tiene pocas chances de ser elegido, y se convierte en observador en la sala de espera del estudio donde se hacen las entrevistas para seleccionar al nieto o la nieta. Ese lugar que se le presenta como la sala de espera del dentista lo pone frente a un espejo en el que observa y se observa, puede comparar, aquilatar las virtudes y los defectos de unos y otros.

Esa situación extraña le ofrece a Felipe un punto de vista inesperado, y su mirada es una combinación equilibrada de asombro e ilusión. Felipe pasa por diversos estados de ánimo a medida que los aspirantes a nieto y los adultos que los acompañan (y a veces patrocinan) pasan ante sus ojos como escenas de una película. Helguera consigue que la mirada atenta y crítica de Felipe no sea una mirada que juzga, sino que analiza y es capaz de verse en el reflejo de cómo se comportan los demás. Esa galería un poco hiperrealista lo atemoriza y lo desanima, y decide no pasar al lugar donde se hace la entrevista. Por supuesto, finalmente Felipe resulta ser el nieto elegido por la aspirante a abuela, pero esa pequeña anécdota, que habilita un final feliz y un después que cada lector podrá imaginar, es sólo el marco en el que se esbozan varias historias.

En primer lugar, la novela está atravesada –aunque resulte obvio decirlo– por la abuelidad. Abundan en la literatura para niños los libros sobre abuelos y nietos, y es natural que así sea, ya que se trata de un vínculo entrañable. Por un lado, suele ser fuente de los mejores recuerdos de la infancia; por otro, es un espacio de libertad en el que la crianza se libera de presiones, se disfruta, se presenta como una segunda oportunidad. Hay abuelas entrañables en la propia obra de Helguera; también disparatadas, exageradas, tiernas. Pero más allá de ese vínculo de abuela y nieto que se esboza y aparece como promesa, como posibilidad, como ilusión compartida, la novela delinea, como al pasar, a un niño solitario, una madre que tiene que hacerse cargo sola de su hijo y una historia, la de Felipe, marcada por las ausencias, en la que ese binomio frágil que conforma con su mamá es, precisamente, su fortaleza.

Helguera comenta en su página de “Nos cuenta” que si las abuelas no existieran habría que inventarlas. Cuenta sobre sus ganas de ser abuela, y de su nieta Emma. Es que en las abuelas –y los abuelos– hay una historia de permitirse, de hacer posible, de ser cómplice. La novela cuestiona, además, qué significa ser abuela, qué lugar se les da a estas especies de hadas modernas.

En el casting la mayoría de los niños –muchas veces transformados en meros vehículos de los puntos de vista o las pretensiones de sus padres– expone lo que pretende de una abuela: que cosa, que teja, que cocine. Cuando Felipe se queda solo con quien después descubrirá que es la señora que publicó el aviso, le responde que con su abuela le gustaría “pasear, ir a la playa, a caminar por ahí...”. “No sé...”, arranca, y es fundamental porque ahí radica la honestidad de su deseo: es una especie de ensueño a partir de ese no saber que empiezan a surgir, una tras otra, las posibilidades de disfrute compartido que le vienen a la cabeza, porque con esos pequeños momentos insignificantes se tejen las relaciones entre las personas. “Quiero cuentos, historietas y novelas, pero no las que andan a botón; yo las quiero de la mano de una abuela que me las lea en camisón”, cantaba, hace décadas, María Elena Walsh en “Marcha de Osías”, y aunque no es esa la abuela del cuento, en ese punto de la historia se me representó esa estrofa: una abuela que acompaña a imaginar.

Vale la pena zambullirse en esta novela que, aunque es breve, abre un abanico de historias, personajes y lecturas, con el tamiz personal de la autora, en el que humor y amor van de la mano. Y sí, las ilustraciones de Scotellaro nos regalan un Felipe de grandes ojos asombrados como hubiéramos imaginado.

Casting para nieto, de Magdalena Helguera, ilustrado por Óscar Scotellaro. Alfaguara, 2020. 80 páginas. $ 390.