En el video de “Pike” –el más nuevo de los tracks de Punky Pher– una mujer de pelo naranja, vestida en redes y telas transparentes, mastica chicle, baila al ritmo de un pegadizo colchón de dembow dominicano y funk carioca, y repite “esto se va a pike, chico”.
Hay llantas en el suelo, una escalera sucia, y la amenaza de un encendedor. Punky, con el torso desnudo, la describe, y avisa que ella tiene “fuego en las venas, pegao como stickers”, y que “esquiva las balas enrollada cual sushi”. Casi al final del embrujo, la mujer suelta sus auriculares, arrastra un pico con mango de madera, y se adorna con lentes protectores, dispuesta a derribar, sin piedad, la pared más grande del taller.
Del otro lado de los ladrillos, la pintura conserva un celeste claro y sin fisuras. Fernando Pintos (28), alias Punky Pher, tiene una remera estándar sin una sola arruga. Sentado frente a un escritorio en una pausa de su teletrabajo como creativo publicitario y diseñador gráfico, su atención se mueve desde el centro del monitor a un costado cuando su abuela le abre la puerta para preguntarle algo del mediodía. También viven allí su madre y su novia, a unas cuadras de la cancha del Liverpool Fútbol Club. “Belvedere es actitud”, dice Punky. “Es ‘no soy pero intento, no estoy ahí en la movida pero casi. No importa si estoy lejos, voy igual’. Acá hay una mixtura cultural y social que te hace vivir situaciones muy diversas, y una sensación de efervescencia continua. Tiene lo que tienen los barrios: te da calle, pero tampoco es un gueto. Sentís que estás cerca de las oportunidades”.
Luego de unos cuantos años involucrado en el hip hop, a través del rap y el grafiti, en abril de 2020 sorprendió especialmente con “Tarde libre”, una producción audiovisual para Instagram –también puede verse en Youtube– en la que su cabeza es la estrella de un banquete barato y colorido, hecho con sus ideas, su dirección de arte y los beats del productor Sebastián Peralta.
Si está muy ansioso escucha discos de Nirvana o Pity Álvarez. Como tantos de su generación, alguna vez quiso ser como Eminem, emulando su corte de pelo y colgando el póster de Slim Shady en su cuarto de adolescente. Durante este año pandémico siguió mostrando nuevo material en cada cambio de estación, y lo terminó con Doce en punto, un EP de cinco canciones, deformes, oscuras y desafiantes. Se tiene prometido un LP para 2021, y tal vez no sólo haya rap en sus próximas composiciones.
“Amo la simbología”, dice, y se nota en sus letras y videos. En algún momento de esta charla con la diaria hablamos de sectas, de su padre y su afición por la obra de Carlos Bernardo González Pecotche (más conocido como Raumsol, el padre de la logosofía), de su adicción a los videos de Youtube con actualidad argentina, de la tranquilidad que consigue cuando finaliza una nueva obra, y de sus breves festejos con una cerveza o un fernet.
¿Qué querías hacer cuando escribiste “Pike”?
Tiene toda una historia detrás. Una vez fui a un baño del Shopping Tres Cruces y me encontré con un funcionario de limpieza dominicano, que estaba con su celular rapeando arriba de un dembow. Yo me acerqué y le dije: “Amigo, está muy bueno ese rap, ¿en qué andás”? Me hizo acordar a mí, que también busco espacios entre mi tiempo de laburo para escribir nuevo material o para practicar. Nos pasamos los teléfonos, entramos en contacto y empezamos a laburar para hacer un tema juntos. Al final no nos pusimos de acuerdo, pero me quedé con eso de “pike pike pike” de lo que habíamos laburado. Pensé: “Lo voy hacer yo solo, entonces”. Hablé con [el beatmaker] Ojos Finos, él tenía un beat, le agregué la segunda estrofa, y después fui a lo de Juan Pablo de Mello, seguimos haciendo el beat, lo dejé durmiendo un tiempo, y después fui para lo del Seba Peralta y mezcló mejor el beat. Es como una ensalada de frutas.
En la gacetilla de prensa de tu EP se habla de “un proyecto musical alternativo”, y en todo lo que hacés hay algo de lo marginal, o raro para la escena. ¿Te identificás con eso?
Sí, me re siento un outsider en todo sentido. Soy muy especial en cuanto a mi forma de ser. Cuando arranqué con la música le mandé mensajes a todo el mundo de la movida del rap: “Che, ¿vamos a hacer un tema?”, y como que no había feeling, o me decían que sí por compromiso. Con los toques, lo mismo. Nunca supe por qué, pero bueno, me agarré de eso y dije: “Voy a hacer la mía”. También es un personaje. Digamos que me volví más caricatura para poder tener una identidad que todavía sigo buscando. Pero tal vez, sí, ser un outsider me define.
Más allá del personaje y del hecho que te hizo sentir así, ¿vos cómo te ves?
No me gusta perder el tiempo. Me vinculo con la gente para crear algo. Es decir, con un objetivo artístico. No me junto a tomar una birra para hablar de otros, o qué sé yo. Me embola salir a la playa y quedarme todo el día ahí, al sol. Me gusta estar haciendo cosas, me calma la mente. Y también me gusta mucho aprender de los demás, me encanta escuchar. Ahora estoy hablando porque ta, tengo que hablar, pero en general soy muy callado.
¿De qué cosas te fuiste nutriendo para mejorar en tus letras, en tus rimas?
Nunca fui un gran lector. Siempre fui más gráfico. Me embolaba leer, prefería interpretar y recibir imágenes, porque tenía mucha memoria visual. Por ejemplo, si tenía un examen de Historia, me armaba mis propias técnicas de estudio. Dibujaba garabatos al lado de los textos, y les ponía colores.
Por otro lado, mi padre [Dardo Pintos] es escritor, poeta, pintor, y tiene un montón de habilidades. Me crie con libros en la vuelta, pero por sobre todo me fui contagiando de su lenguaje, muy rico y formal. Aprendí pila hablando con él y escuchándolo. De chico yo usaba palabras y recursos que otros niños en mi barrio no tenían. A veces no sé de dónde saco las rimas que se me ocurren, pero seguro mi viejo tiene mucho que ver. ¿Un dato curioso? Tiene 93 años. Ahora está como en otra dimensión. Nunca voy a saber de qué está hecho, pero me inspiro mucho en él. Después, mi gusto por la música viene de mi abuelo, que tocaba la guitarra y le gustaban las payadas, y de mi madre y mi hermano (guitarrista y cantante). Siempre fui muy bicho, de estar rodeado de mi familia, por eso creo que es una gran influencia en todo lo que hago ahora.
Hay, por los menos, dos elementos muy presentes en la estética de lo que hacés. Por un lado, algo de lo religioso, y también un interés particular por la descomposición de las cosas, por su fin.
A veces quiero vomitar algo y no sé bien por qué. Pero creo que sí, todo el tiempo me estoy eliminando, desechando lo que hago. Estoy constantemente con “esto ya está, vamos para otro lado”. A veces soy muy duro conmigo, me odio y me amo a la vez. Me acuesto re deprimido, triste y en la mala, y al otro día me levanto y grabo un tema. Soy muy extremista conmigo. Me atrapa esa adrenalina. Es la muerte y la resurrección constante, y ahí está el vínculo con lo religioso. No soy católico, alguna vez recé pero creo en otras energías.