Suele suceder: cuando una serie de televisión tiene un gran éxito y luego termina, su elenco rápidamente se disgrega buscando una salida que capitalice que es una cara conocida ‒aquí y ahora‒ para el público. Pasó en su momento con los cada vez menos jóvenes protagonistas de Beverly Hills 90210 (con cero éxito), con el sexteto de Friends (con mala fortuna para casi todos ellos) o con todos los mafiosos de Los Soprano, a quienes vimos de pronto hacer nuevamente de mafiosos en innumerables series y películas. Es por completo razonable la intención de mantenerse en la cresta de la ola ‒por pequeña que esta sea‒, y luego del polémico final de Game of Thrones ‒acaso la serie más exitosa del último decenio‒, era lógico que ocurriera lo mismo. Así, la joven Arya Stark (Maisie Williams) ha sido vista en varias películas de horror con poca trascendencia; Jon Snow (Kit Harington) se cortó el pelo y reapareció en dramas criminales (tuvo una notable aparición en la segunda temporada de Criminal UK) y la mismísima Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) intentó el salto al blockbuster de acción con una fallida secuela de Terminator y protagonizó un par de comedias románticas que no vio nadie.
Cómo todos los mencionados, el danés Nikolaj Coster-Waldau busca sostener su carrera ‒sea en cine o en televisión‒ y mantenerse como una cara visible en producciones de mediana trascendencia. Pero quizá la gran ventaja que tiene el antiguo Matarreyes sobre los otros es que es un actor con una extensa carrera previa a su aparición en Game of Thrones, y es asimismo un artista de variado registro. Ya en su país natal se había destacado en el thriller Nightwatch, de 1994 ‒que tuvo una remake estadounidense hecha por el mismo director, Ole Bornedal, con Ewan McGregor en el rol de Coster-Waldau‒ y fue el protagonista de uno de los más grandes éxitos de taquilla en Dinamarca con Headhunters, la adaptación de la novela negra de Jo Nesbo, en 2011. Incluso, mucho antes de dar vida al incestuoso Jamie Lannister, ya tenía un recorrido en la pantalla estadounidense como parte del elenco de Black Hawk Down (2001), Wimbledon (2004) y Blackthorn (2011), entre otras. Es decir, no se trata de un recién llegado ni de alguien que no sepa surfear las inclementes olas de la producción audiovisual, por el contrario; ha elegido bien y variado cómo continuar su carrera luego del final de Game of Thrones.
Juguemos en el bosque
Todo el talento del danés está puesto aquí al servicio de su personaje protagonista, un ex cazador de ciervos que ahora los cuida en su propio parque privado en The Silencing, del director Robin Pront. Nuestro héroe es un hombre marcado por la tragedia, que busca de forma incansable a su hija desaparecida muchos años atrás, de la que no tiene el menor rastro, y que se topa casi sin quererlo con el accionar de un tremendo asesino en serie de ‒adivinaron‒ mujeres jóvenes.
Esto podría ser un thriller estándar de esos tan oscuros que tanto funcionaron en los 90 ‒a la sombra de éxitos que marcaron la tendencia como Seven, de David Fincher‒ pero hay, sin embargo, un cuidado especial en esta producción canadiense, sea por lo hermoso de su fotografía de bosques tupidos y espesos, sea por lo complejos que son en definitiva sus varios personajes (no sólo el de Coster-Waldau sino también la sheriff que aporta Anabelle Wallis, otra antigua estrella televisiva, en su caso de Peaky Blinders) y lo efectiva que resulta la trama, que involucra ‒además de la investigación principal, que llega a buen puerto sin ningún problema y con más de una sorpresa‒ la violencia y marginalidad de esos pueblos cercanos a reservas indígenas (cercanía que permite un secundario del gran Zahn McClarnon, para sumar Longmire a las referencias televisivas), tan privados aparentemente de cualquier futuro.
The Silencing tiene por encima de todo tres virtudes: es efectiva, es concreta y es muy mirable.