The Expanse sigue siendo un enorme secreto a voces: una serie de excelentísimo nivel que prácticamente ve muy poca gente. Por tanto, empecemos por una breve semblanza y luego concentrémonos en su mejor temporada hasta el momento, lo que es bastante decir.
La expansión
El año es 2200 o por ahí. El Sistema Solar ha sido colonizado por completo, pero hay tres focos poblacionales relevantes: la Tierra, obviamente (y la Luna, que le pertenece), Marte (que se ha independizado y supo ser enemigo acérrimo de la Tierra) y el Cinturón de Asteroides (que responde a la Tierra y su producción sirve para mantener a todo el sistema solar).
La humanidad, entonces, se clasifica de la siguiente manera: terrestres, marcianos y centurinos (quienes se refieren a los primeros simplemente cómo “interinos”, por estar del lado de adentro del cinturón de asteroides).
La relación entre los tres conjuntos es tensa, y el proceso que se ha visto a lo largo de estos años y temporadas no ha ayudado a mejorar nada. La guerra siempre ha sido una opción –entre terrestres y marcianos, entre interinos y centurinos– y la aparición de la primera presencia extraterrestre –una protomolécula con una capacidad destructiva asombrosa– no ayudó en nada. A lo largo de sus primeras temporadas vimos cómo esta guerra fría sostenida entre tres se iba calentando hasta llegar a una suerte de enfrentamiento directo.
Los protagonistas son muchos y su desarrollo es muy cuidado. En un principio, teníamos al policía Joseph Miller (grande, Thomas Jane) y la tripulación de la nave Rocinante (Steven Strait, Cas Anvar, Dominique Tipper y el gran robaescenas Wes Chatham) tratando por todos los medios de evitar la destrucción masiva que implicaba la famosa protomolécula, bailando al mismo tiempo el complejo mambo de las relaciones entre la Tierra, Marte y los habitantes del Cinturón de Asteroides, siempre al borde de una guerra total.
Obviamente, no eran los únicos personajes involucrados, sino que la trama política se instalaba con contundencia. Alguien, allá por su comienzo, llegó a decir que “es como Game of Thrones en el espacio”, pero no cabe duda de que hoy The Expanse supera largamente esta referencia.
Al mismo tiempo se abría paso su desarrollo narrativo dentro de la más pura ciencia ficción: es una serie profundamente arraigada dentro del género y capaz de abrevar del cientificismo más duro como de la space opera más rutilante, todo procesado a su manera y en beneficio propio.
The Expanse es una serie desafiante y que exige mucha atención de sus espectadores. Tanto como para entender sus conceptos científicos, como para poder seguir el entramado sociopolítico que varía temporada a temporada, suma y resta personajes al por mayor, y propone –amén de todo lo anterior– protagonistas tremendamente tridimensionales y complejos, cuya historia personal se entremezcla con la general de la trama, obligando a un estado de concentración que está lejos de la idea de poner la tele para distraerse.
Por el contrario, distraerse con The Expanse es perder absolutamente el hilo y no entender de pronto quién es quién, qué está haciendo ahí o cómo se relaciona ahora con tal o cual otro personaje. Por tanto, distraídos, abstenerse.
¿Y dónde estamos hoy?
Muy coherentemente, el mundo de The Expanse se ha expandido. La aparición de anillos extraterrestres trajo posibilidades infinitas a mundos igualmente diversos. Pero la colonización de dichos mundos pasando a través de estos anillos ha demostrado ser tan complicada como podía esperarse. Ya en la temporada anterior quedó claro que las rencillas entre todos los grupos humanos involucrados eran tales que no podía procederse a esta suerte de colonización de manera simple. Allí están, esperando que todos se pongan de acuerdo, cosa bastante improbable.
Esta temporada tiene un punto de partida mucho más mundano, pero que complejiza bastante su narrativa: los protagonistas (aquellos que llegaron vivos hasta este momento, al menos) se toman acaso un respiro que los destina a distintas partes para solucionar sus conflictos o asuntos personales, por lo que cuando la situación explote –y al estar esta narración apoyada sobre un barril de pólvora con la mecha siempre encendida, no sorprenderá a nadie que así ocurra– queden todos dispersos por el sistema solar, peleando cada uno su propia batalla.
Ocurre, sin embargo, el milagro: hemos acompañado tanto y durante tanto tiempo a estos personajes (los mencionados y los muchos secundarios que los creadores de la serie, Mark Fergus y Hawk Ostby, son capaces de construir en escasos minutos y volver importantísimos instantáneamente) que su destino nos interesa como el que más. Porque el destino de esta serie, de este mundo, reside en el de sus personajes, y todos –héroes o villanos, que bien pueden ir cambiando de lado cada tanto– tienen algo para decir, algo que nos interesa, algo que nos conmueve, nos emociona o nos divierte.
Aceptar el desafío que propone The Expanse es eso: dejarse fascinar por una estructura compleja que adapta los siete libros creados por James SA Corey (seudónimo tras el que trabajan los escritores Daniel Abraham y Ty Franck) y maravillosamente bien presentada, con toda la producción de Amazon detrás.
La serie ya anunció su fin en la próxima –la sexta– temporada. Es un viaje inolvidable el que propone, y el que nadie que ame las buenas historias podría permitirse perder.