Cerca de fin de año y a las cinco de la tarde, la Ciudad Vieja está soleada y en silencio. Al final de la calle Misiones un edificio reciclado en tonos crema conserva un pequeño ascensor del siglo XIX, que nos ayuda sin apuros a llegar hasta el piso tres.
La agencia de publicidad donde el músico Federico González, de La Foca, se desempeña como economista y contador tiene todas sus ventanas y puertas abiertas. En las largas mesas de madera maciza suele haber un enjambre de creativos que teclea suavemente frente a sus monitores siempre encendidos. Pero ahora no hay nadie, ni una radio prendida, ni el tono de un teléfono urgente, ni siquiera un delivery de campera hinchada.
Caminamos por todos los recovecos de una casa a estrenar y sólo hay sillas vacías. En una de las habitaciones encontramos regalos sin abrir, tarjetas con dedicatorias, perfumes, rectángulos envueltos con esmero, y canastas de Navidad protegidas con papel celofán.
Finalmente en la más desordenada de las oficinas descubrimos la desgarbada figura de González. Carga biblioratos en sus brazos, y dos calculadoras Casio, una grande y otra de bolsillo, le defienden la localía de su escritorio.
Nos ofrece un café y salimos un rato a la terraza. Cuenta que fue el único de sus cinco hermanos que salió hincha de Danubio. El resto, como su padre, se hizo de Liverpool. Llegamos al fútbol por el nombre del proyecto que reunió sus nuevas canciones, que originalmente fue Los Cheques de Viera, por un episodio de 2005 que involucra a un árbitro de nombre Olivier y los gritos de un hincha acerca de los asuntos todavía por resolver de ese hombre de negro que corría por el césped de Jardines del Hipódromo.
Luego hablamos de una foto vieja y una canción nueva. La foto la subió su hermano Ismael a las redes sociales, y la canción es la número cuatro. En pleno verano de La Paloma, en Rocha, se puede ver a un numeroso grupo de niños y niñas, primos y hermanos, de pelos rubios con arena, descansando un rato de la playa. “Nos sentaban a todos, partían una sandía en varios pedazos y, bueno, ‘no rompan los cocos’. Mis abuelos tenían casa allá, y mi madre fue quien nos sacó esa foto”, recuerda, y rememora la felicidad de esa postal, que era costumbre de cada verano y que ahora cuelga de una pared en la casa de su padre.
En el caso de Federico, su pelo se ha vuelto blanco, y apuesto a que su postura encorvada tampoco es nueva. Le gusta embromar con su parecido a Gabriel Peluffo, y reconoce que más de una vez lo han parado por la calle convencidos de estar frente a la leyenda de Los Estómagos.
Con su banda de todas las horas, La Foca, desde hace más de 15 años colecciona y comparte canciones tristes, melancólicas, pero de extraña belleza.
En los últimos shows, y con el auge del movimiento indie rioplatense, sus colegas más jóvenes y los nuevos aficionados al género comenzaron a acercarse para comprobar si era cierto que eran tan buenos como desconocidos, y el resultado son sus dos últimos discos (Ceres y Venus, 2016, y La Fórmula, 2019) en las listas de los mejores del año.
Durante 2020 el cantante y compositor siguió compartiendo con sus fans y amigos fragmentos, demos, versiones casi finales de nuevas canciones, y este 24 de diciembre sorprendió con una tarjeta virtual de Navidad y un enlace para escuchar Un avión en Navidad, el nuevo EP de Los Cheques. Cinco canciones luminosas donde el miedo no ocurrió, o lo hizo hace mucho tiempo. Cinco melodías de su guitarra y su voz, y la producción de su hermano Ismael González y Nicolás Molina.
Quería empezar por tu oficio de economista. Siempre me costaron las matemáticas, los números, y entender los grandes conceptos de la economía. ¿Cuál es el secreto para que se vuelva más fácil?
Para mí hay como un orden. Es como saber cierto algoritmo, es un lenguaje, y si fuera una película, después de que estudiaste muchos años y viste tales situaciones muchas veces, ya sabés cómo terminan algunas películas. Eso te simplifica mucho las cosas, y te permite también darle un poco más de contenido a tu laburo, porque no te estresa tanto. Yo ya sé que hay algunas cosas que hago automáticamente. Acá [en la agencia] armamos un equipo en donde cada uno tiene un rol, sabe lo que tiene que hacer, y eso me permite concentrarme en cosas nuevas y su aplicación en diferentes áreas. También hay algo de obsesivo. La matemática te da cierta paz cuando cierra. Si después de estar metido en un trabajo, ya sea que el resultado sea negativo o positivo, al final puedo decir con seguridad “esto es así”, esa noche voy a dormir más tranquilo.
Y está eso de la fascinación por resolver un problema, de la misma forma en que alguien se puede fascinar con la composición de una canción o de una pintura.
Yo no entro tanto en ese club, pero pienso que funcionan algunos mecanismos similares a los que entran en juego cuando alguien se pone a componer una canción. El tipo que inventó un teorema o una regla matemática debe sentir lo mismo que uno que hizo un súper mega hit musical. Cuando hay un teorema que nadie logra resolver o, en economía, cuando alguien elabora una teoría que básicamente se cepilla a la anterior, se le puede ir la vida a una persona en eso: “Vos dijiste toda tu vida que esto era así, pero acá te estaba faltando este detalle que te lo invalida todo, y yo te lo descubrí”. Imaginate lo que se debe sentir en ese momento. Ahora ya no pasa exactamente de esa manera porque todas las teorías conviven.
Otra cosa que pasa ahora es una especie de consumo pop, una versión entretenida y para todo público de las teorías económicas que ha ganado lugar en los medios y en las redes como nunca antes.
Me parece que la economía es una ciencia que está teñida de tus creencias ‒políticas, sociales, etcétera‒. Pero además, si se puede dejar eso de lado, es una ciencia que está condenada a la derrota, en el entendido de que intenta explicar y predecir fenómenos, modelizarlos, meterlos en un corsé matemático, que en un momento van a cambiar, porque están relacionados con comportamientos humanos, y le van a dar un lugar a alguien más, para que venga con una nueva receta. Eso va a durar algunos años, y después otro volverá a pasar por arriba a este nuevo. Los keynesianos gozaron de un paradigma de la economía hasta los 70, entonces los pasaron por arriba, y después volvieron. Lo que pasa ahora es que está todo más mezclado, y conviven muchas generaciones de los mismos paradigmas, un poco renovados, algunos más originales, post, neo, new keynesianos y liberales. Antes había dos que no se hablaban entre sí, y después atrás venían otras. Por eso hay tanta gente que, sabiendo poco o mucho, habla de economía; pienso que con la loable intención de encontrarles una solución a nuestros problemas. La cuestión es que cada vez que alguien arma un modelo y hace un montón de predicciones sobre eso, viene uno y te dice: “Bo, flaco, lo que vos decías que no iba a pasar pasó”, y así funciona.
Hablemos de tus nuevas canciones. ¿Los Cheques sería un proyecto tuyo, paralelo a La Foca?
Creo que es un proyecto solista acompañado. No sé tocar solo, ni me gusta. Antes nos llamábamos Los Cheques de Viera. Esto empezó con Juan Stewart, mi amigo de Jaime Sin Tierra [banda argentina] que me dijo “te quiero grabar un disco a vos”. Me gustó la idea, y con la ayuda de Jaime Diz, terminó siendo un EP de un grupo (Los Cheques de Viera, 2015). A partir de ahí dije: “Bueno, la jugada es otra. Voy a tener un proyecto solista, acompañado”. El segundo disco (Eres un misil, 2018) lo hice con mi hermano Ismael, en el estudio que tiene en su casa, y él lo produjo. Fui con mis canciones y algunas versiones que me gustaban y le dije: “Isma, yo hago lo que vos me digas”. Y en este tercero pasa lo mismo, sumamos a Nicolás Molina y la producción la hicieron ellos dos. Lo único que les dije fue: “Me gustaría tocar las canciones con la guitarra criolla, que es como las compongo, y cantarlas cómo las hago en el momento”. Quería que ese fuera el puntapié inicial, y que el resto ellos lo llevaran para donde quisieran. Si digo ‘proyecto’ suena medio ambicioso, es otro grupo que tengo, pero siempre estoy acompañado.
Durante esta pandemia cada poco tiempo mostrabas en las redes una canción nueva de La Foca, y en Navidad lanzaste este material. Mantuviste un ritmo interesante de composición sin un objetivo muy concreto.
Sí, para mí componer tiene algo medio endógeno. Yo no decido si compongo o no, pero estoy atento a cuando me dan ganas de componer. Entiendo que estas circunstancias puedan funcionar como caldo de cultivo para estas situaciones. Algunas canciones las tenía de antes, y otras las hice durante la pandemia. De hecho, tenemos un disco pronto con La Foca y en febrero entramos a grabar. Y armar el EP de Los Cheques también fue un trabajo que hice durante la pandemia. Seleccioné algunas canciones que no entraban en el proyecto de La Foca y una que había escrito cuando tenía 20 años, pero la verdad es que no me propuse componer durante la pandemia; intenté seguir con mi vida con normalidad, lidiar con los problemas que tenemos todos, y que viniera lo que viniera.
Hablame de tu hermano Ismael. ¿Qué cosas los une y los separa en sus gustos musicales?
Para empezar está la edad: yo tengo 49 y él, 42. Ismael tiene una cosa más de producción pop. No sé si es pop en realidad; le gustaban bandas como New Order, Nine Inch Nails, y después, en los 2000, Linkin Park, ponele. Lo mío siempre estuvo más cerca de Los Planetas, Seam o Yo La Tengo. Pero los dos venimos de una base común de los 80 y el pospunk. Después, Ismael toca la guitarra mejor que yo, sabe tocar teclados, batería, es un hombre orquesta. Además, es muy bueno en la producción y es muy autosuficiente. Me complementa muy bien a mí, que sólo sé tocar la guitarra criolla, y la guitarra eléctrica, hasta por ahí. Eso me hace ponerme en un lugar donde en principio no me podría mover mucho, pero él te da un montón de herramientas para ir hacia otros lugares. Trabajó en la música incidental de películas de Ezequiel Acuña, y tiene un gran dominio a la hora de manejar climas, no solamente de componerlos sino también de llevarlos a cabo. Y por supuesto que hay un conocimiento mutuo. Toca teclados en La Foca, los dos sabemos para dónde va el otro, y me parece que con esas pequeñas diferencias entre los dos, él supo construir un universo sonoro a partir de algo muy simple pero sin olvidar que eso tenía que estar delante de todo. Vos escuchás Un Avión en Navidad y las canciones son mi voz y las cuerdas de nailon tocadas con alguna impericia, pero a su vez pasan un montón de cosas detrás, y eso es el laburo de Ismael y de Nicolás en la producción.
En el caso de Nicolás, lo primero que se me ocurrió del vínculo entre ustedes fue Rocha. Pero él es más chico que vos. ¿Cómo se conocieron?
Lo conocí hace cinco años. Un amigo, que sabía que yo soy muy fan de una banda vasca que se llama McEnroe, me dijo un día: “Hay un grupo que hace un cover de McEnroe que está buenísimo”. Nico estaba con Los Cósmicos, y el video que me mandó mi amigo era de una actuación en el Complejo Cultural 2 de Mayo, en Castillos. No lo podía creer.
Le escribí: “Te felicito, hacen un tema de McEnroe que me encanta, y yo también tengo familia en Rocha. Encuentro mucha coincidencia en todo esto, así que algo bueno tiene que salir”. A partir de ahí surgió una amistad, nos invitamos todo el tiempo a tocar con nuestras bandas, y creo que lo de Los Cheques termina siendo el corolario de esa situación. Al principio con Ismael pensamos en hacer algo más casero, pero después le dije “vamos a llamar a Nico”. Nos pusimos de acuerdo, y él enseguida nos respondió “pero claro, es un honor para mí”. Me parece que confluimos en un lugar con muchas cosas en común, pero digamos que fue todo gracias a McEnroe.
Hay una canción de este disco que se llama “De Malvín a La Paz” en la que se destaca la voz de Lucía Aguirre. Toda una revelación. ¿Cómo se dio esa colaboración?
Esa canción es de la época en que con La Foca hacíamos humor. Tiene un montón de años. Quería hacer algo como Los Auténticos Decadentes, una historia de amor de perdedores. A Lucía la conocí una vez que fui al programa de su hermano Juan Pablo en Radio Pasillo. Ese día creo que la escuché cantar, si no me equivoco hacía covers de rock uruguayo. Después ella empezó a ir a ver a La Foca, y además se convirtió en nuestra fotógrafa oficial. Vino a un ensayo abierto de los que veníamos haciendo, y la invitamos a cantar. Eligió “1997”, que en el disco (La Fórmula, 2019) grabó Alfonsina, y a Lucía le salió preciosa. Tanto así que en algunos conciertos donde no podía estar Alfonsina la invitamos a ella, así, en el momento. Subió, cantó y estuvo bárbara. Su voz es increíble. Creo que tenía ese talento medio contenido. Le faltaba cantar más y grabar. Cuando vino al estudio enseguida la puso en el ángulo, así que espero que nos siga acompañando, porque ya es parte de la familia.
En “Terremoto” hay una frase que me quedó resonando: “La vida pasa en otro lugar”.
Esa canción la habíamos hecho para La Foca, pero esta es la versión original. Lo menciono porque la grabamos en pandemia, y mucha gente pensó que podía hacer referencia a esa situación. Pero no, en realidad la hice antes, y viene a cuento de otra cosa que pasó cerca del fin de año anterior. Pero igual, al momento de hacerla, y también de incluirla en un disco, hay algo que creo que coincide con esa sensación de tiempo detenido que parece que vivimos ahora.
¿Quién hizo el avión de la portada del disco?
Ismael. Es diseñador gráfico, hizo la portada de varios discos de La Foca y la de Eres un misil, de Los Cheques. Un día apareció y nos dijo: “Tengo esta imagen que me gusta, pensemos un nombre para el título del EP”. A mí me pareció un avión de Navidad, una imagen medio triste, que tiene algo de esas películas de Navidad que me gustan, y algo como introspectivo o de soledad; un avión solo, volando en el medio de la nada.
La conexión rochense
“Hacíamos [la canción ‘Mi Vietnam’] porque soy fanático de McEnroe hasta la locura. Es la mejor banda en nuestra lengua”, dice el músico y compositor Nicolás Molina (uno de los productores de Un avión en Navidad) sobre la primera coincidencia musical con Federico González. La versión era interpretada por Molina y Los Cósmicos.
Oriundo de Castillos con manifiesto orgullo (“nunca Rocha, siempre Castillos”), Molina conserva fresca en su memoria la actuación que luego circuló entre algunos músicos en un registro audiovisual de poca calidad: “Fue una versión horrible, espantosa, la de ese día, pero bueno, a raíz de eso, me escribió Fede”.
“A La Foca los tenía en la órbita de bandas como Robot bajo el Agua, Valle de Muñecas y toda esa movida. Sabía que eran una banda indie pero no les había prestado atención, hasta que me puse a escucharlos y piré”, recuerda. “En Fede encontré una persona con la que tengo en común muchas más cosas que la música, y que siempre me inspiró mucha confianza. Es alguien que está más allá de los estereotipos, los modismos y las poses. Cuando hice la presentación del disco de Molina y Los Cósmicos (El desencanto, 2014) lo invité a tocar una canción. Después, cuando presenté el segundo (El folk de la frontera, 2016) lo volví a invitar, y para mi primer disco solista (Querencia, 2019) también. Es la única persona que ha estado como invitado en las presentaciones de mis tres discos. De hecho, de los músicos que han tocado conmigo, ninguno ha estado en las tres presentaciones. Ya es como una cábala”.
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