Uno busca lleno de esperanzas, y una también, que es cuestión de visibilizar. Una, nuevo trabajo de Lucía Severino, es, otra vez, una búsqueda. Una búsqueda en partes, porque el álbum irá saliendo en tandas de tres canciones –una ahora, las otras más adelante, el cuándo es cosa de los dioses–, algo parecido a lo que indica la industria del streaming. Ahora es así. Los que saben, o creen que saben, dicen que nadie escucha un disco entero, que el público se distrae, que las playlists, que bla, que más bla.
Una será el tercer trabajo discográfico de Lucía Severino al frente de Tránsito, la banda que la acompaña casi siempre, una espalda ancha en la que apoyarse. Arrancó con Los días (Ayuí, 2014), un disco apegado a la música uruguaya de los 80 (ahí están las muescas como balazos de Fernando Cabrera, Estela Magnone, Mariana Ingold, Rubén Olivera), atravesado por un sonido pop, si se quiere, moderno. La originalidad de Lucía Severino aparece radiante en “Barro de ciudad”, “Décimas”, “Área metropolitana”. La artista estaba buscando, y ahí empezó a encontrar. En 2017, con Presente continuo (independiente, con apoyo de Fonam), sacó punta a los aprendizajes del debut, pero, en vez de holgazanear en tierras conocidas, se dedicó a estirar esa cosa que llaman estilo hasta casi romper la piola. Y aparecieron nuevas preguntas. “Mirar atrás no es el pasado, es entender lo nuevo”, dice. Fabulosa descriptora de paisajes, visuales y sonoros, as de los juegos de palabras, tiró la piedra y mostró la mano.
Hacia el final del año que terminó salía a la cancha la primera parte de Una, un viaje de largo aliento que tiene a Lucía Severino como capitana y a Álvaro Mono Reyes como timonel, a cargo de las perillas y la penúltima palabra. El trabajo completo todavía se cocina, pero las canciones están listas. O casi. Hay funk, rap, reggae, aires orientales, electrónica. Pero Una sale en cuotas. “Lo de sacarlo en partes surgió de la elección de los temas”, dice. “Yo estaba en duda entre la parte más electrónica, más producida, y una parte de canciones más tranqui, y no sabía para dónde agarrar... Si hacer dos discos, tipo La Vela Puerca... ¡que tampoco era una idea muy novedosa! Presentarlo como mi lado blando y mi lado duro no me generaba una atracción especial. Y tampoco quería un disco que fuera de cada pueblo un paisano”.
Fue el Mono Reyes quien la convenció de agrupar esas canciones a partir de algo que las uniera. “Nunca me imaginé hacer canciones sueltas. No sé si por rara o por indecisa. Todavía me interesa generar una obra. Que, si salgo con una propuesta, tenga un contexto inmediato. Y, ta, agarré los porotos. Tres para allá, tres para acá. Va a ser un disco, pero también va a tener esa cosa de encapsulado”.
Pido permiso, señores
Entonces, esta primera parte de Una es densa, dura. Dice Lucía Severino que habrá un respiro en la segunda y cuarta entregas, en donde las composiciones son más de fogón. Mientras tanto, acá hay que aguantar la toma. “Pido”, la canción que abre el tríptico, insinúa un aire de easy listening, pero, en realidad, es un caballo de Troya. “Pido, tomo, doy, traigo, invento, amontono, arrastro. Compro, dejo, soy, cambio, invento, atesoro, arrastro”. Una enumeración de verbos en primera persona en una vorágine musical que va creciendo hasta tutearse con Nine Inch Nails, con Marilyn Manson.
“Yo le digo al Mono, ‘este es un disco feminista, vos perdoname’. Yo escribo chongadas y las dejo de lado. Hago pavadas, que capaz que tendrían más éxito, porque serían más directas. Pero siempre elijo este camino, que siempre es un poco más abierto a la interpretación. Pero todo esto es de un sentir muy personal, y muy femenino. No sentía mucho la necesidad de compartirlo, en principio. Quería, sí, grabarlo, que estuviera la banda, eso quería que siguiera, pero, a la vez, busqué darme la libertad de ponerle todo lo que yo tenía en la cabeza, como decir ‘yo tengo esta idea y la voy a defender’. Tiene mucho de eso”, dice.
Para “Pido” retomó un texto antiguo, porque el que guarda siempre tiene, y así hay carpetas, físicas y virtuales, en las que acumula ideas, bocetos, textos y músicas que esperan merecer luz. “Lo primero que me interesó fue lo rítmico, la musicalidad. Y después el ‘pido, soy, voy, estoy’ en el lugar que tiene en la columna de palabras. Ponele que estuve años. De repente lo miraba y le cambiaba una letra. Es una letra que vengo construyendo hace tiempo, y lo rescaté cuando armé un dúo electrónico. Después agarré la goma, a ver qué podía rescatar, y quedó así. Y retomé las herramientas electrónicas, que las había abandonado. Un mundo que me encanta y había dejado de lado”.
Palabras más, palabras menos
Estas manchitas negras en el papel, en el fondo blanco del monitor, que se dicen en voz alta o se leen como pensando. Las palabras. Están en las canciones, en la letra chica de los contratos, en el mailing del supermercado, en los discursos políticos, en los textos religiosos; al principio era el Verbo y el resto oscuridad.
Hay en “Las palabras”, segunda canción de Una, sonoridades de Oriente Medio y pulso bailable. Hay, también, un montón de dudas que rebotan en las neuronas. “No sé si lo que digo llega a tus oídos, no sé si me entendés”, rebotando como una bola de flíper.
“La palabra está tan devaluada, manoseada... No vale nada. Para mí, la palabra vale. Lo que el otro dice es muy valioso. De hecho, el mundo se construye de palabras. Decisiones, cosas a niveles enormes, de repente cambian porque alguien dijo tal cosa. Si vos no le das valor, no sirve de nada. Si lo que decimos no vale, entonces ¿qué es lo que vale?”.
“‘Las palabras’ es como una declaración de principios”, explica. “La palabra está tan devaluada, manoseada... No vale nada. Para mí, la palabra vale. Lo que el otro dice es muy valioso. De hecho, el mundo se construye de palabras. Decisiones, cosas a niveles enormes, de repente cambian porque alguien dijo tal cosa. Si vos no le das valor, no sirve de nada. Si lo que decimos no vale, entonces ¿qué es lo que vale? Alguien puede sostener una ética toda su vida porque, siendo niño, alguien le dedicó unas palabras. Dos letras, de repente. Una S y una I. Para mí, ese mundo es súper valioso, y en la música también, y a veces está muy maltratada”.
Ahora bien: las palabras están en el himno nacional, en los cantos de la barra brava, en “Despacito”, en “Milonga de pelo largo”. En “Las palabras”. ¿Entonces? Entonces.
“Yo te bailo en un casamiento, me parece genial que exista la canción guaranga, la letra porque sí. Ahora, ¿dónde es el corte, dónde hay que prestar atención? ¿Qué es lo que te mueve para crear? Si una frase no me convence, puedo estar años hasta que me cierre. Y a veces no cierra por una coma. Otras veces es al revés, me enamoro de una frase y no la quiero sacar. Es horrible, un espanto. Es como romper una relación amorosa. Me pasa. Cuando tengo que asumir que una idea no prospera, me cuesta”.
[...] Me encanta que la gente baile en los shows. El cuerpo no está separado de las palabras, de la cabeza. Cuando la intelectualidad se vuelve cerrada, y no es permeable, hay problemas. Precisás todo eso para funcionar”.
Por eso y por las dudas Lucía Severino atesora melodías, pero también conjuntos de palabras. Algún día, quién sabe, podrán vivir fuera del pentagrama. “Que la obra poética y la musical, en mi caso, van de la mano, es seguro. Pero, a veces, me pasa de escribir algo para lo que no encuentro rumbo musical, y sí tiene sentido en su texto. Tengo cuadernitos, libritos, de todo, y en la computadora, carpetas con cosas que escribí. Cada tanto acudo a eso, lo vuelvo a leer, y voy tirando para ahí todo lo que pueda ser semilla de algo. Lo que se vuelve canción es lo que viene en la idea, cuando la palabra misma ya propone, ya trae su música. ‘Las palabras’ te la digo y no precisás nada. La recito y me imagino lo que suena. Siento ese barullo en mi interior”. Un barullo inmenso.
Cuerpo y alma
El año pasado a Lucía Severino se le ocurrió unir fuerzas con La Percutería y armar un espectáculo con acento en el movimiento, en el ritmo. Sacaron las butacas de la sala Hugo Balzo y estrenaron Cuerpo, un espectáculo bautizado como la canción que cierra la primera parte de Una. Igual, eso no es nuevo. En sus videoclips se baila (¡y se baila mal!), en sus shows siempre hay una instancia de danza o mero bailoteo, y para cuando estrenó Presente continuo llenó una tribuna con liceales que tomaron por sorpresa (para el espectador) el escenario, gastaron el piso y se llevaron las palmas.
El cuerpo es esta máquina de tripas, piel, músculos, huesos. Es la herramienta y el templo del atleta, el bailarín, el que limpia vidrios a 120 metros del suelo. Va de los dedos con los que se teclean estas palabras después de que los oídos, otra parte de, le contaran al cerebro lo que dicen estas canciones. El cuerpo es, digamos, el envase de uno. De una.
“Cuerpo”, una coautoría con Nicolás Soto (ex integrante de Tránsito), es un falso hip hop, un reggae travestido. Lucía Severino no se entiende con la moda; toma elementos musicales en desuso, algunos de elegancia clásica y otros con grasa de taller y herrumbre de galpón. Y, si son muy actuales, les prueba maquillajes raros y otros afeites. Y si va a escribir una canción, se ensucia. No lanza diatribas, no saca patente de preocupada: se preocupa. Y le interesa también, como si una cosa excluyera la otra, el jolgorio, el baile, la liberación.
“Cuerpo”, en Una, “es como un descanso”, se ataja, aunque no sea del todo cierto. “Es muy bailable, ¡yo qué sé! A ver, para lo que sería una letra bailable, es intelectual. De hecho, la parte del rap tiene algo ahí, habla de la necesidad de exorcizar con el baile, con el dejarse ir, y que las palabras te induzcan a eso”.
“‘Metatarso contra el piso’ es como decir ‘mové la patita’, pero de otra forma. En la construcción de la canción intenté que esa descripción te lleve a moverte. Tirar elementos que, a tu cerebro, le dan determinadas consignas. Y después, el estribillo, que es muy natural, muy pegadizo. La canción podría ser sólo el estribillo, y no me hubiera gustado.
También es la primera canción de la música popular uruguaya en utilizar la palabra metatarso, y encima queda bien. “No es un chiste, es seria. Te estoy invitando a bailar. ‘Metatarso contra el piso’ es como decir ‘mové la patita’, pero de otra forma. En la construcción de la canción intenté que esa descripción te lleve a moverte. Tirar elementos que, a tu cerebro, le dan determinadas consignas. Y después, el estribillo, que es muy natural, muy pegadizo. La canción podría ser sólo el estribillo, y no me hubiera gustado.
La veníamos tocando con la banda, y me sorprendió lo que pasaba con el público, lo que generaba en la gente. Me encanta que la gente baile en los shows. El cuerpo no está separado de las palabras, de la cabeza. Cuando la intelectualidad se vuelve cerrada, y no es permeable, hay problemas. Precisás todo eso para funcionar. Lo ves en el que está todo el día en la oficina y sale a correr como un energúmeno por la rambla, porque el cuerpo existe, no podés vivir encerrado; no podés ser un robot”. Bueno, poder se puede, pero, como dijo alguna vez una astróloga mediática, en la vida hay dos caminos, y uno depende de usted. Eso sí: hay que buscarlo.
Las primeras tres canciones de Una, de Lucía Severino y Tránsito, están disponibles desde el 5 de diciembre en todas las plataformas digitales.