El documental Britney vs. Spears se estrenó en Netflix el 28 de septiembre, es decir, un día antes de una crucial audiencia donde se determinó que el padre de Britney Spears ya no sería el tutor legal de la princesa del pop, tras una batalla legal que duró más de 13 años.
La película de hora y media, dirigida por la cineasta Erin Lee Carr (apoyada en la periodista Jenny Eliscu) muestra años de abusos de parte de todo un círculo íntimo de Britney. Con el pedido “Quiero que me devuelvan mi vida”, el 23 de junio Britney se había enfrentado a un tribunal pidiendo anular una tutela tan absurda como injusta y desnudando además enormes fallas del sistema judicial de Estados Unidos.
Britney vs. Spears cuenta las idas y vueltas de la cantante durante los últimos años, desde el inicio de la tutela de su padre hasta la actualidad y además, aporta nuevas pruebas de las posibles irregularidades del juicio.
Britney Spears es una de las cantantes pop más exitosas de la historia y una máquina de sacar éxitos, que sin embargo estuvo más de una década bajo un régimen en el que se la obligaba a trabajar, a producir más música al tiempo que se le anulaban sus libertades personales. Su vida fue tan lujosa como trágica.
En agosto de 2020, una fuente anónima se puso en contacto con Carr y Eliscu para entregarles documentos legales hasta entones poco conocidos, y que el documental afirma que han sido verificados.
El punto de partida parecen ser algunos eventos de la vida de Britney en 2007 (con su famosa rapada de cabeza, su complicado divorcio y los ataques a los insistentes paparazzis), cuando su salud mental parece estar en el centro del debate. Fue declarada varias veces y de formas bastante extrañas como “incapaz de controlar su vida” y perdió la tutela de sus hijos. Lo que empezó siendo un control temporal de sus bienes y sus actividades se transformó en algo permanente, quitándole todo poder de decisión sobre su vida personal y laboral.
Britney Spears fue una mina de oro a la que explotaron al máximo y este documental muestra de una forma clara como muchos famosos, y en especial las mujeres, son tomados como “productos” consumibles que parecen habilitar el asedio y el abuso. Britney es el ejemplo perfecto de mujer exitosa y dueña de su vida, que fue tratada de “loca” pero que a la vez era explotada laboralmente y terminó siendo devorada por su propio entorno, avalado por un sistema judicial machista y una prensa carroñera.
En junio, la cantante relató desolada el régimen al que estaba sometida: entre otras exigencias, estaba obligada a tomar litio y a tener implantado un dispositivo intrauterino para frenar sus deseos de volver a ser madre, además de no poder casarse sin permiso. “No soy feliz. Pensé que si lo repetía lo suficiente, lo sería, porque estaba negando las cosas, estaba en shock. Estoy traumatizada. No soy feliz, no puedo dormir”, dijo entonces.
Interesante ver el eco público que ha tomado el caso, poniendo una vez en alto la voz del feminismo y la sororidad al grito de #FreeBritney, más como un símbolo de una hermandad femenina que como una ayuda en sí misma, ya que Britney claramente cuenta con los medios económicos y legales para una buena defensa. El impacto de un fandom es incalculable en la carrera de un artista y en este caso, esa comunidad digital contribuyó a crear una apreciable presión mediática.
Britney vs Spears. Dirigida por Erin Lee Carr. En Netflix.