La historia es siempre la misma. Y no me refiero a la del agente secreto canchero que bebe vodka martinis y coquetea con mujeres de belleza hegemónica mientras absolutamente todo el mundo conoce su identidad. Hablo de la historia del actor que, tras pasar por la franquicia de James Bond, imprime su huella en un manojo de películas (con la excepción de George Lazenby) y luego deja el lugar para el siguiente intérprete.

El más reciente encargado de recorrer el camino de 007 es Daniel Craig, quien debutó como Bond, James Bond, en la insuperable Casino Royale, dirigida por Martin Campbell y estrenada en el año 006 (guiño). La película funcionaba como un nuevo comienzo en las aventuras del espía del gobierno británico, que se graduaba en eso de tener licencia para matar y hacía sus primeras armas (otro guiño) en una misión que incluía una partida de póker contra Mads Mikkelsen.

Pero “Craig Bond” no solamente era nuevo en el cargo. Su primera aventura sirvió para que los espectadores olvidaran, al menos por un rato, al personaje que salvaba su pellejo mediante el uso de adminículos sacados de un guion de ciencia ficción, y que era capaz de acomodarse la corbata debajo del agua. Queremos mucho a Pierce Brosnan, pero aquí el camino era otro, con escenas de acción más sucias, incluyendo una tortura, dolorosa de recordar. Todo terminaba con una pérdida humana que el protagonista lloraría hasta nuestros días.

En 008 llegó Quantum of Solace, dirigida por Marc Forster; estableció el elemento fundamental en esta etapa del bondverso: la continuidad. Como pocas veces, la trama “necesitaba” que el espectador hubiera visto el episodio anterior. Esta secuela directa retomó personajes y amenazas de la primera entrega, ampliando esta nueva iteración del mundo creado por el escritor Ian Fleming. Teníamos, entonces, un arco narrativo protagonizado por este Bond más humano y por su grupo cercano de aliados. Un Bond que iba hasta la barra y se pedía un vodka martini para ahogar las penas por el amor perdido.

Luego llegarían Operación Skyfall (012) y Spectre (015), ambas dirigidas por Sam Mendes, en las que terminó de definirse la identidad de esta era. Lo positivo estaba en el potencial de construir sobre las historias anteriores, desarrollando dentro de lo posible tanto al agente titular como a otros integrantes del servicio secreto de inteligencia. Ni siquiera les tembló el pulso a la hora de matar a M –jefe de 007, interpretada por Judi Dench– y colocar a otro personaje en ese rol. Dench era la única actriz que se mantenía desde la era Brosnan, por lo que su final también tuvo mucho de simbólico.

¿Y lo malo? Al menos para quien escribe, la caída en el rendimiento global de esta minifranquicia coincidió con el regreso a los elementos más fantásticos, que hicieron de Bond un ícono global, pero que aquí sonaban demasiado a una “corrección de rumbo” en una historia que no lo necesitaba. Entre los símbolos de este viraje estuvieron el regreso de Q (encargado de proveer los adminículos) y el posicionamiento de Spectre como organización terrorista global. En ambos casos, la intención de mantener estos elementos con una pata en el verosímil de Casino Royale hacía que el resultado no fuera ni chicha ni limonada. Una limonada agitada, pero no revuelta.

Fue en agosto de 017 que Daniel Craig, en una aparición televisiva, anunció que su próxima aparición en el rol titular sería la última. Hubo que esperar cuatro años y una pandemia, pero finalmente se estrenó Sin tiempo para morir, con la dirección de Cary Joji Fukunaga, director de la primera temporada de True detective, esa serie en que los actores y la atmósfera eran más importantes que el guion.

Con tiempo para reseñar

Que Sin tiempo para morir sea la película número 25 en la saga oficial de James Bond no es un dato importante. Sin embargo, que sea la quinta entrega de la era Craig sí hay que tenerlo en cuenta a la hora de llegar hasta la sala de cine. Porque cuando todo comienza, Bond está retirado (es como la sexta vez que se retira en cinco películas) y lleva una vida apacible junto a Madeleine Swann, interpretada por Léa Seydoux.

Swann es hija de Mr. White, quien mató al villano de Casino Royale, se escapó en Quantum of Solace y murió en Spectre, donde hizo su debut el personaje de ella. La motivación del antagonista de esta entrega es que White mató a toda su familia. Si bien no es importante saberlo para disfrutar de persecuciones, explosiones y peleas a golpe de puño, pueden tomarse diez minutos y buscar algún resumen de las cuatro películas anteriores en YouTube y eso evitará instancias de “¿eso es una novedad o ya debería saberlo?”.

Sí, lo ideal es haber visto el resto de los films protagonizados por Craig, ya que este es el final del arco, y en más de una oportunidad la historia “necesita” que nos involucremos emocionalmente con lo que le ocurre a algún personaje que debutó hace 15 años. Dicho esto, Fukunaga se despacha con suficientes escenas de acción como para que valga la entrada incluso del menos memorioso. La primera de ellas transcurre en Italia y tiene todos los elementos esperables en esta clase de narrativa, por ejemplo, Bond apretando botones en su auto que despliegan ametralladoras o una cortina de humo, o, marcando el fin de toda seriedad, la botonera tiene etiquetas que dicen cosas como “fuego” o “humo”.

Lo mejor está en la acción, se destaca una misión en Cuba por la que Ana de Armas se roba la película, con apenas unos minutos en pantalla. Cada vez que el guion necesita que algo vuele por los aires (incluyendo a los secuaces del villano), todo funciona a la perfección; y el roce entre Bond y su sucesora en el puesto de 007 (Lashana Lynch) aporta algunos momentos de humor.

En cuanto al villano, interpretado por el infladísimo Rami Malek, su presencia desnuda algunos puntos flacos de los últimos capítulos. Tenemos que creer que Lyutsifer Safin es un malo malísimo, pero no hay forma de saberlo por la caracterización de Malek, así que el guion nos muestra la consecuencia de sus actos y sus ideas de conquista mundial. “Es terrible, mirá lo que hizo. Mirá lo que quiere hacer. No lo mires a él, no es necesario”.

La trama enrevesada no es un vicio del mundo Bond, suele plagar las películas de acción de estos últimos años. Cuando algo pueda resolverse de manera sencilla, ya sea para avanzar la trama o para motivar a algún personaje, pues habrá un par de volteretas necesarias y dos o tres personajes cuya misión es hacer que en el camino A-B sea necesario detenerse en C, D y algunas letras más.

El resultado final es bueno, Craig nunca dejó de ser una elección perfecta para el papel. Su arco en cinco partes también es fuerte, aunque no se pueda decir lo mismo del triste papel que cumple Spectre en ese mismo período. En cuanto a los elementos fantasiosos, la historia parece haber logrado un equilibrio interesante, con la excepción del McGuffin, que mueve la trama y es fundamental para el desenlace. En resumen, termina una era que tuvo puntos altísimos, aunque gran parte de ellos se encuentre en las primeras entregas.

Sin tiempo para morir. Dirigida por Cary Joji Fukunaga. En Colonia, Salto, Punta del Este, Rivera y Ciudad de la Costa. En Montevideo en Grupo Cine Ejido y Cine Ópera. En Young, en el Cine Teatro Atenas.