Ahora se puede ver en Netflix Wiñaypacha (2017), la película peruana der Óscar Catacora que está completamente hablada en aymara y retrata en 96 planos fijos la vida de Willka y Phaxsi, dos ancianos que hace años esperan el regreso de su hijo a casa en la montaña Apu Allincapac.
A 5.000 metros sobre el nivel del mar, Phaxsi y Willka se pasan un ovillo de lana color rojo de un lado al otro del telar. Willka recoge la paja y Phaxsi la prepara con golpes para tapar un agujero en el techo. Suceden los días de estos ancianos entre tramas de tejidos, confeccionando ritos para pedir por un buen año, por una buena cosecha y sobre todo con el pedido de que Antuku, su hijo, vuelva a casa.
Entre plano y plano pasa cada momento, como si fuera la vida en las alturas una pintura que guarda en ella dos miradas. Una mirada que se entiende atenta y paciente frente a la temporalidad que implica vivir en la zona rural de Perú. Por otro lado, también aparece una mirada compositiva occidental que revuelve el miedo en las tripas del espectador cuando se viene la lluvia o la nieve les hiela las pestañas. Esta última no puede dejar de ver miseria, mientras que la primera, la heredera de aquello que el ser urbanizado, integrado a la masa, no comprende, aparece para colocar el conflicto principal de este relato: el abandono.
Phaxsi es la representación clara del dolor por algo que falta, pero en medio de la faena diaria nadie la reconoce como mamá. La ausencia de su hijo le ha arrebatado el sentido y su tristeza implica que las montañas andinas no retraten un bello espacio, sino un inmenso aislamiento. Podría cuestionarse si realmente Antuku tendría la posibilidad de llegar hasta allí: entre rito y rito, se consolida como un fantasma, como si él no hubiese elegido irse a la ciudad, sino como si esta se lo hubiese comido.
Óscar Catacora logra convertir un cuento trágico en un llamado a la vida. Inspirado en su origen y en la experiencia de haber vivido con sus abuelos en el pueblo donde se filmó la película, retrata a través de esta pérdida las condiciones miserables en que se deja a las personas mayores en las zonas rurales. Más aún cuando además de campesinos, se trata de nativos originarios. Este corte es fundamental porque a fin de cuentas esta familia nunca pierde las esperanzas, ni siquiera cuando ya lo han perdido todo porque al tiempo que padecen la negligencia estatal frente a estas poblaciones, los mantiene en pie la gran sabiduría con la que han sabido sobrevivir durante siglos completamente al margen de la cosmovisión occidental y capitalista.
Wiñaypacha retrata un fenómeno entre hombre y naturaleza tan ajeno al cotidiano al que estamos acostumbrados, que pareciera no ser digno de ser escuchado. Es que en medio de los Andes cualquier cosa parece insignificante frente a este escenario de lucha contra el monstruo de la globalización. La cultura es lo primero que se silencia cuando el devenir no causal ni casual de la historia elimina un sujeto. Ese genocidio cultural vuelve difícil reconocer la belleza que hay en adorar el origen y pedirles a los dioses el reconocimiento que uno se merece por pisar la tierra.
Catacora ha hecho actuar a su abuelo en el papel de Willka, ha tejido lazos amorosos entre culturas y con esto ha construido un cuento que sella en la pérdida la wiñaypacha, es decir, la eternidad.
Wiñaypacha, de Óscar Catacora. 88 minutos. En Netflix.