Entre toda la gente que suele salir a correr escuchando música, está Emiliano Brancciari. A veces, por sus auriculares se sienten las canciones de No Te Va Gustar (NTVG), la banda de la que es líder, cantante y compositor, y el único miembro que permanece estoico desde que se formó, allá por 1994. Las contadas veces que Emiliano escucha su propia música como civil, a veces en modo “aleatorio”, lo hace para parir ideas a la hora de armar el repertorio de los conciertos. En este instante tiene como única obsesión los recitales que el grupo dará el lunes y el martes en el Estadio Centenario, para presentar Luz (2021), su nuevo disco.
“Cuando grabo demos los escucho un montón, hasta el hartazgo. Y si estoy escuchando en Spotify en el auto y viene un tema nuestro, lo dejo. Pero si estoy con gente, no me gusta. Me da cosa escuchar mi música con gente, es como que estoy doble, no es algo que me agrade mucho”, confiesa. De todas maneras, la diaria le propuso a Emiliano escuchar al menos una canción de cada uno de los discos de la banda, en orden cronológico, a ver qué le disparan.
“Déjame bailar”
“Cuando lo escuché en la radio por primera vez, me bajé del ómnibus de los nervios. Es el puntapié inicial de la salida del under para la banda. Es la presentación: no vamos a hacer una cosa sola, podemos ir de un lado al otro sin prejuicios”, dice Emiliano sobre “Déjame bailar”, la que abre Solo de noche (1999), el primer álbum del grupo. La canción empieza con un apurado riff punk, una ráfaga de vientos y luego cambia a un reggae bien descansado y veraniego: “Ya lo sé, soy un iluso, / déjame bailar”.
Que una de las canciones del primer disco del grupo sonara en la radio significaba algo, pero Emiliano recuerda que en aquella época no había un panorama tan claro de lo que podía pasar. Más que nada, decía algo para la banda, porque significaba un logro para sus integrantes, y sobre todo adentro de sus casas, porque todavía vivían con sus familias y era una especie de reconocimiento. El músico agrega: “Ahora es mucho más fácil grabar un disco, pero en ese momento era complejo. Nosotros lo logramos gracias al Festival de la Canción [organizado por la Intendencia de Montevideo]. Entonces, fue como ‘está bien, el hobby de nuestros hijos puede ser algo serio’”. Además, “Déjame bailar” llegó a sonar como cortina del clásico programa De Igual a igual, de Canal 4, conducido por Omar Gutiérrez, y eso ayudó a que la banda se haga más conocida, vecina.
Emiliano no fue al famoso recital de Mano Negra que tuvo lugar en la estación de AFE (1992) y que evangelizó a tantos músicos en la religión de la fusión del rock con ritmos latinos, pero dice que en aquellas primeras canciones había una influencia, obviamente, del grupo de Manu Chao, así como de Los Fabulosos Cadillacs. En “Déjame bailar” en particular había una conexión con Puya, banda puertorriqueña que mezcla salsa con rock, que se las mencionó el productor del disco, Juan Campodónico, para “irse de una punta a otra, sin miedos”.
"No era cierto”
“Volvé a tu casa cuando quieras, / siempre te esperan a cenar. / Buscando hacer pasar el tiempo. / Extraño el tono de su voz”. “Para mí es la canción más emblemática de la banda, la que nunca jamás puede faltar. Todas las otras pueden variar, más allá de que a veces la gente patalee o lo que sea, pero esta es la que genera algo con la gente que no sé qué es, pero es único”, dice Emiliano sobre “No era cierto”. La canción, que se convirtió rápidamente en el himno de la banda, tuvo varias vueltas antes de llegar a la versión final que todos conocemos. Al principio era punk, de una punta a la otra, como cuando empieza la batería, pero les quedaba muy larga; la probaron un poco reggae, pero tampoco les cuadró. Después, cuando grabaron el disco, Campodónico y Carlos Casacuberta (ambos de Peyote Asesino, que por ese entonces se había separado) les dijeron de hacerla el estilo “El amor después del amor”, de Fito Páez, pero tampoco: “No encendía”. Hasta que llegaron a la versión que arranca con un rasgueo folk y luego explota.
La letra nació de una vivencia personal de Emiliano, en 1997, cuando tenía 20 años: se había ido a vivir a Buenos Aires, su provincia natal, porque en Montevideo le habían robado la guitarra y se sumaron problemas familiares. Estando allá, extrañaba a sus amigos y al terraplén de la rambla y Bulevar José Batlle y Ordóñez –a la que muchos todavía le dicen Propios–, que era el lugar en donde más disfrutaba de estar con sus pares (“no queda otra que tirarnos en el pasto”). Por supuesto, luego de la crisis de 2002 y del éxodo masivo de orientales, la canción tomó otro color, porque la vivencia personal se pareció a la de miles y miles. “Ni te digo cuando la tocábamos en España, era impresionante”, recuerda Emiliano.
Con Campodónico, que estaba haciendo sus primeras armas detrás de las perillas, ya que solo había trabajado como productor en Frontera (1999), el álbum de Jorge Drexler, Emiliano recuerda que “chocaron bastante”, porque tenían miedo de perder lo que habían construido en esos cinco años sin un disco y eran “muy celosos” de su música. “Obviamente que él ayudó muchísimo, pero también se la hicimos bastante difícil. No éramos tan dóciles a la hora de ser producidos. Tampoco buscábamos que alguien viniera y nos cambiara todo. Queríamos plasmar esos cinco años en un disco”, recuerda.
“Cómo brillaba tu alma”
Este fuerte viento que sopla (2002), el disco que le siguió a Solo de noche, fue producido por la banda enteramente en La Zapada y lo grabaron en Chile, donde estuvieron un mes. En el aire sobrevolaba la esperanza de hacer un álbum que los convirtiera en un grupo “internacional” pero no lo lograron. “Por eso firmamos con Warner Chile, porque las promesas eran de salir a tocar a otros lugares, que era a lo que apuntábamos, porque sabíamos que Uruguay es un mercado sumamente chico y agotable, que a la segunda vez que te ven, ya está. Entonces, teníamos que abrir para poder vivir de esto. No fue así, pero sí fue el disco que nos abrió las puertas del interior de Uruguay, y con el que confirmamos lo que la gente esperaba después de nuestro primer disco”, dice.
El álbum lo abre “Cómo brillaba tu alma”, una canción en la que Emiliano apuntaba con el dedo, pero hoy confiesa que la letra es “de joven que no entiende al que piensa diferente”: “Vos compraste tu educación, / te dejaste rascar el lomo. / Un día decís ‘me las tomo’ / y no mostraste nada”. Dice que hoy en día, salvo algunas expresiones con las que no podrá convivir “jamás”, entiende que la gente pueda pensar diferente y que no tiene “la verdad absoluta”. En la actualidad ya no tocan esta canción, porque el costado más latino de la banda “quedó en esa etapa”, de hecho, ahora ya ni tienen percusión (Gonzalo Japo Castex, el encargado de ella, se fue del grupo en 2020).
“Clara”
En los albores de este siglo, Emiliano y Pablo Chamaco Abdala –el baterista original del grupo– formaban parte de una murga, La Mojigata. En ese ámbito al cantante le picó el bichito de escribir una murga canción, con una historia ficticia. Así nació “Clara”, que, según Emiliano, no solo les abrió las puertas del interior del país, sino que también hizo un cruce de generaciones, ya que los empezó a escuchar gente “mucho mayor” a ellos –por ese entonces, en 2002, rondaban los 25 años–. La grabaron sin pensar en tocarla en vivo, solamente para que la gente la escuche tranquilamente en su casa.
Emiliano recuerda una anécdota con esta canción, de la época en la que salió, que les hizo cambiar totalmente la perspectiva sobre ella: Fuimos a tocar a una discoteca de Fray Bentos y antes nos entrevistaron en una radio. El conductor nos preguntó qué opinábamos de que “Clara” fuera el tema del verano. Nos miramos y nos reímos, porque creímos que estaba sanateando. Dijimos que estábamos muy contentos... Y de noche, en la mitad del show todo el mundo empezó a gritar “¡Clara!, ¡Clara!, ¡Clara!”. Nos miramos y dijimos “tenía razón”. Improvisamos una versión, porque ni siquiera la habíamos ensayado, era una canción de estudio. A partir de entonces no la dejamos de tocar. Obviamente que a veces nos dan ganas de no tocarla; de hecho, la hemos sacado del repertorio, pero la gente la vuelve a pedir. Es una canción que jamás ensayamos y que no tenemos ganas de ensayarla.
Emiliano dice que “Clara” está entre esas canciones “que solo tienen sentido con público”, porque en los conciertos “se convierten en otra cosa”. Son de esas que interpretan tanto que adentro de un ensayo las tocan prácticamente “sin ganas o sin alma”, pero con gente “es otro el viaje, totalmente diferente”. “Por eso las tocamos. Si no nos pasara, estaban afuera”, confiesa.
“No te quiero acá”
“Yo no me explico cómo llegaste ahí, / si ese no era tu lugar. / Les prometiste al pasar una mentira que creyeron, sin protestar. / Yo no te escucho, aunque ahora quieras darme pena y te largues a llorar. / Yo no te quiero, no te quiero acá. / Disfrutá, tal vez mañana no estés más”, cantaba Emiliano en “No te quiero acá”, la segunda del disco Aunque cueste ver el sol (2004), una canción apurada y sin matices latinos. “Y acá hay más rebeldía, contra el presidente”, dice el músico ahora, mientras la escucha. Una canción con la que nunca hubo dudas: estaba dedicada al entonces primer mandatario, Jorge Batlle.
“Acá ya estábamos más asentados, teníamos más confianza en todo sentido. Lo que tocábamos ya sonaba, no fue como en los discos anteriores, que recién después empezaban a sonar. Acá el sonido ya era prácticamente el definitivo”, señala Emiliano sobre el álbum, que fue grabado en Del Cielito Records, en la vecina orilla, y producido por el guitarrista argentino Tito Fargo. La mayoría de las canciones estaban atravesadas por la crisis de 2002, que dos años después aún resonaba. Emiliano recuerda que en esa época hicieron fuerza y equilibrio, como un montón de gente, viendo como tantos se iban del país.
“Creo que para todos los que hacíamos música fue menos duro, porque la gente se volcó a la música. Estaban hartos de la crisis, de los políticos y de un montón de cosas, y entonces fue la explosión del rock uruguayo. Empezamos a ser negocio para empresas que antes ni nos miraban”, comenta. Recuerda que en el primer Pilsen Rock, de 2003, los organizadores pusieron a La Renga para cerrar el evento –luego de NTVG– y se dieron cuenta de “que no necesitaban a un artista internacional”, porque las bandas nacionales “daban con la talla y la gente quería eso”.
“Cielo de un solo color”
“Cuantas lunas que se van / y nosotros esperando / que despierte el corazón, / que parece estar quebrado”, cantaba Emiliano en la primera estrofa de “Cielo de un solo color”, una de las canciones más impregnadas por la crisis de Aunque cueste ver el sol. Sin embargo, seis años después de publicada, las volteretas de la interpretación y los goles de la selección uruguaya en el Mundial de Sudáfrica 2010 hicieron que la canción se convirtiera en un himno para La Celeste, volviéndose omnipresente en cualquier transmisión futbolera y en la cábala de Diego Forlán, Luis Suárez, Edinson Cavani y compañía.
“A la canción no se le dio mucha bola hasta que los jugadores le dieron un lugar. Habla de la crisis, del país que se estaba desmoronando, y del cariño que le tenemos nosotros y la gente que se iba. Obviamente, con terminología futbolera, que hizo que se la hayan apropiado”, dice el cantante. Lo que pasó con “Cielo de un solo color” es la demostración más pornográfica de que la gente hace lo que quiere con las canciones, y el músico confiesa que hasta para la banda la letra cambió de sentido.
A diferencia de “Clara”, que es una murga canción más clásica, con guitarras acústicas, “Cielo de un solo color” tiene violas eléctricas e incluso una llevada rítmica con aires de ska. La banda quiso llevar la murga al pop-rock. Emiliano no duda de que hay una influencia de Jaime Roos en ese encare estético y recuerda que conoció su música cuando se mudó a Uruguay –a los 12 años–, por su tío Gustavo. Recuerda que al principio no entendía el concepto, ya que “se llamaba Jaime Roos pero no era el que cantaba y de repente aparecían esos gritones en el medio”. “No lo entendí, hasta que se me fue metiendo y me fui volviendo uruguayo. Una vez que te entra Jaime, no sale más”, dice.
“Fuera de Control”
“Este es uno de los temas que menos me gusta y de los que más tocamos”, confiesa Emiliano sobre “Fuera de control”, el segundo del disco Todo es tan inflamable (2006), que supo ser uno de los tantos hits de la banda, de esos que sonaban acá, allá y en todos lados. El músico dice que ese tipo de ska a esta altura lo “aburre”, pero cuando sobre el escenario ve a la gente devolviéndole energía y que “se cae todo abajo”, le dan ganas de tocarlo.
“Cuando grabamos un disco, sabemos más o menos qué canciones, por la adrenalina que pueden llegar a generar, pueden sumar al espectáculo desde ese lado, que van a rendir en vivo, y es lo que pasó. Pero este es un tema que si suena lo paso para adelante”, agrega. Al inicio de la canción hay un detalle: un muñeco de peluche que tenía Emiliano, que no se acuerda ni quién se lo regaló, y al apretarlo hacía un ruido y decía “I love you”. Lo grabaron y lo dieron vuelta, al mejor estilo “mensaje satánico”, y es ese sonido extraño que se escucha al principio en el canal derecho, antes de que arremetan los vientos y la batería.
“Tan lejos”
Un tema que fue compuesto muchos años antes de que viera la luz, en el disco El camino más largo (2008) –el primero sin Abdala y sin el bajista Mateo Moreno, ambos fundadores del grupo–. Emiliano dice que era un tipo de canción que a sus compañeros no les agradaba mucho o no terminaban de comulgar con ese estilo mid-tempo –con introducción de guitarra muteada y sin batería–, que a la postre sería el primero de más temas en ese plan que se sumarían a la discografía del grupo. “Capaz que viene más por mi origen, ese tipo de rock argentino. Por eso es uno de los temas más fuertes en Argentina, y debe ser de los más escuchados allá. No entraba, no entraba, hasta que entró”, recuerda.
“Chau”
“Este es súper parecido al demo que hice en mi casa”, dice Emiliano sobre “Chau”, el máximo hit del disco Por lo menos hoy (2010), el primero con el guitarrista Pablo Bambino Coniberti (ex Vinilo). Se trata de otro mid-tempo, que nació con la línea de bajo y también es “una historia ficticia”. Al cantante le “encanta” el sonido que se logró al grabarlo, en el anterior Elefante Blanco –el nombre del búnker multipropósito de la banda–, ubicado en un sótano en Juan Paullier y Canelones. Se nota que le gusta el sonido porque, por primera vez en esta sesión de escuchas, subió el volumen de los parlantes.
“Chau” tiene un par de detalles, como los scratchs de Luciano Supervielle, que usó un disco de Eduardo Darnauchans y otro de Sui Géneris. “Ha pasado más de un año y vos no estás, / ¿por qué habría de creerte?”, canta Emiliano y en seguida suena un fantasmal “domingos”, del final de “Confesiones de invierno”, uno de los himnos del dúo de Charly García y Nito Mestre. “La idea es que no se note”, acota Emiliano.
Hoy el cantante no tiene problema para contar que la historia que ilustra una de sus canciones es “ficticia”, pero no siempre fue así. De hecho, pasó muchos años sin confirmar si la historia que relata “Clara” es verdadera o inventada, porque no quería desilusionar a nadie. Comenta que hay gente a la que “no le gusta nada” que el contenido de una canción no sea real e incluso “lo pelea”. Una vez, en San Carlos (Maldonado), luego de un toque, un muchacho –que estaba un poco adobado– se le acercó para haberle de “Verte reír”, el reggae incluido en Aunque cueste ver el sol, que versa sobre la crisis que vivió Argentina en 2001: “Me decía que se había muerto mi novia. Le dije que nada que ver, me decía que sí y se enojó… Hasta que le tuve que decir ‘bueno, como vos quieras’. Pero se enojó en serio, porque no era la historia que él esperaba”.
“A las nueve”
El éxito más masivo de NTVG, al menos en Spotify, donde ostenta 76 millones de reproducciones, a las que hay que sumarle las 70 millones de visualizaciones del videoclip en YouTube. “A las nueve” es la tercera del disco El calor del pleno invierno (2012), que Emiliano cataloga como una canción “súper simple”, a tal punto de que tenía dudas de grabarla. Pero había un par de compañeros de la banda que estaban “totalmente fanatizados” con que tenía que ir en el disco y fue el primer corte de difusión.
Aquí la letra no es ficticia, ya que habla de los familiares de los integrantes de la banda que se quedan esperándolos mientras están de gira. “Llegábamos de una gira, estábamos un ratito y de vuelta a girar. Es para nuestras familias, que se acostumbraron a ese tipo de vida, que es diferente a lo que esperas que te pase. Generalmente, las parejas vuelven a las siete de la tarde del trabajo”, dice Emiliano. “¿Cómo que tenés que irte?, / si recién te vi llegar”.
El músico cuenta que lo que más sufren al estar de gira con la banda es perderse cosas de sus hijos, sobre todo cuando son chicos, que de repente al volver notan que ya tienen otro léxico: “En 25 días cambian un montón de cosas, y te perdés verlo empezar a caminar o el cumpleaños. Ese tipo de cosas son las más dolorosas. Pero hay otro montón que son maravillosas, como dedicarte a tu vocación, que no es tan fácil, y conocer parte del mundo gracias a la banda. Haber tocado en 22 países y haber ido a tantas ciudades, de otra forma no lo hubiéramos hecho. Y, obviamente, que te aplaudan por lo que hacés y que la gente cante tus canciones”.
“Comodín”
El músico argentino Carlos Alberto García Moreno, mejor conocido como Charly, se arrimó al estudio de NTVG para saludar a Joe Blaney, productor estadounidense que trabajó en sus discos más emblemáticos –los de la década del 80– y que estaba detrás de las perillas del por entonces nuevo álbum del grupo uruguayo, El tiempo otra vez avanza (2014). Se puso a charlar –en inglés–, vino mediante, y Emiliano le contó que Marcel Curuchet –el tecladista del grupo, que falleció en un accidente de tránsito en 2012– era muy fan de su música y lo invitaron a ver si quería tocar en una canción.
Charly hizo de las suyas en la juguetona “Comodín”: con un iPad tocó una especie de cuerdas y también un clavinet. La canción tiene algo de vuelta a aquel primer disco del grupo, y Emiliano la encuadra en ese pop bailable que también estaba en “Pensar”, de Todo es tan inflamable. El videoclip de la canción también es juguetón, con los músicos disfrazados como si estuvieran en un programa de televisión setentero. “Nos empezamos a divertir, a ver que siempre rinde más que nos involucremos. Entonces, empezamos a hacer cosas que nos divirtieran y a perderle el miedo a la cámara. Porque antes nos daba pánico y lo sufríamos un montón”, confiesa.
“Autodestructivo”
“No te vayas, dejame llegar, / despedirme o sólo verte, nomás”. Una canción totalmente autobiográfica, incluida en el disco Suenan las alarmas (2017), que versa sobre la muerte del abuelo materno de Emiliano –que “fue como un padre” para él–, vista desde lejos, porque estaba de gira. No sabía si iba a llegar para poder despedirse, porque se enfermó, luego mejoró y volvió a caer. “Por suerte, la última vez que lo vi, estaba lucido, entonces, me quedó esa imagen. Cuando falleció, yo estaba en Buenos Aires, pude haber vuelto para el velorio y no quise”, dice.
“Austro”
Llegamos a la última canción de esta lista, nada menos que la 13, un número clave para la discografía de NTVG, dado que en los álbumes de la banda no hay nada más que segundos de silencio en la pista que está entre la 12 y la 14 –en algunos discos, como el último, eso no sucede porque solo tienen una docena de canciones–. Emiliano recuerda que cuando estaban armando el orden del primer disco, Solo de noche, en una computadora rudimentaria de 1999, llegó el momento en el que al track 13 del CD había que adjudicarle equis canción, entonces, los músicos se miraron y dijeron: “No, pará, esto le va a dar mala suerte”, y otro dijo: “No, buena suerte”. “Que no tenga ni buena ni mala suerte, salteémoslo, que tengan todos la misma suerte”, acodaron todos. Y así quedó, como una cábala, que repitieron en los siguientes discos.
“Tal cual”, dice Emiliano cuando se le comenta que la introducción de “Austro”, del nuevo disco, parece de otra banda al compararla con todas las canciones que escuchamos antes. Una base programada, la melodía de teclado con un sonido de synth-pop ochentero que luego es arropada por las guitarras y así. “Es lo que nos gusta hacer: irnos”, señala, con una cara de felicidad que demuestra que está profundamente metido en lo último que sacó su banda. Además, con el detalle de que en esa canción participa nada menos que Ricardo Mollo, y para Emiliano eso es un orgullo, porque NTVG empezó su carrera tocando canciones de Sumo y Divididos. “Si será importante que la canción nos pida al invitado, porque si fuera solo por admiración, lo hubiéramos invitado ya en el primer disco”, agrega.
Después de dos años sin tocar en vivo por culpa de la pandemia, Emiliano no sabe cómo van a manejar la emoción y la adrenalina de volver a escuchar la voz y el aplauso del público. Con una decena de discos de estudio editados hasta la fecha, para la banda es cada vez más difícil elegir el repertorio de los conciertos. Por eso, mientras Emiliano escucha sus canciones en modo random cuando corre, piensa en hacer un balance entre las que la gente quiere escuchar y las que la banda quiere tocar –que a veces coinciden–. “Clara” y “Fuera de control” van a estar, así como también gran parte del nuevo disco. “Porque somos eso, tratamos de ser una banda que está vigente”, acota Emiliano.
No Te Va Gustar en el Estadio Centenario. Lunes y martes a las 21.00. Entradas por Acceso Ya desde $900 a $2500. Artista invitado: Niña Lobo.