Con un espectáculo intenso, a la vez físico y de sillón, Luciano Cáceres y Juana Viale recorrerán Uruguay en enero. Entre tanto, la ronda promocional los pasea de una radio a un canal o los confina en una sala de conferencias, en el tercer piso de un hotel frente al mar, bordándole anécdotas a las mismas cuestiones durante horas: los rodajes en común, la tele –él haciendo inusualmente “de bueno” en la tira más reciente de Pol-ka, La 1-5/ 18, ambientada en una villa, ella asumiendo la cabecera del programa de su abuela, Mirtha Legrand–, y por supuesto, el centro de la cuestión, El Ardor, la obra con la que estarán de gira este verano por Montevideo, Punta del Este, Paysandú, Mercedes, Carmelo, Colonia, Rosario y Treinta y Tres.

De giras

Cáceres cuenta que se conocieron en un evento automovilístico, un año antes de que les tocara trabajar juntos por primera vez en la serie Estocolmo (2016). Viale se ríe al acordarse de los fideos al huevo, un menú redundante en esos tres meses compartidos filmando en el sur argentino. Por esa época estaba haciendo, al mismo tiempo, Bailando por un sueño, así que viajó con su bailarín y su coach y ensayaba las coreografías frente al resto de los actores.

“Por suerte somos requeridos y hemos laburado mucho en estos años”, agrega el protagonista de éxitos como Graduados (Telefe, 2013) y de composiciones teatrales como Nunca estuviste tan adorable (Javier Daulte, 2008). En estos años ganaron la confianza de la convivencia que generan los equipos de gira. “En paralelo, ella vino a ver ensayos de obras que dirigí y yo la fui a ver en una obra que trajo acá y que era hermosa”, explica Cáceres, refiriéndose a La sangre de los árboles, escrita y dirigida por Luis Barrales, con la que Viale dejó las mejores impresiones, en dupla con la uruguaya Victoria Césperes. “La agenda se juntó con el deseo”, dice el director, que terminó convocándola para 40 días y 40 noches y para esta nueva versión de El Ardor.

La pieza se había estrenado en enero de 2018 en el Teatro Auditorium de Mar del Plata, uno de los escenarios más imponentes de Argentina, bajo la producción integral del Ministerio de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, dando espacio a la nueva dramaturgia, y ese año se llevó tres premios Estrella de Mar (mejor comedia dramática, mejor autor y actor revelación).

“Hace un calor insoportable en el departamento donde viven Rita, una maestra de apoyo escolar (Viale), Marco, un escritor de blogs (Juan Gil Navarro) y Manu, su hijo adolescente (Santiago Magariños) en pleno despertar sexual. Planeaban un viaje a una casa en el Tigre para paliar el verano, cuando reciben la visita de Antonio (Joaquín Berthold), un primo del Paraná̃, que revolverá viejas tensiones familiares”, se repite en las carteleras teatrales. El autor, Alfredo Staffolani, dijo que es una historia sobre el deseo, sobre la imposibilidad de escaparle. Para Luciano Cáceres, que además de dirigir la puesta, integró el elenco original, “tenés muchos tópicos interesantes, porque es una obra con cuatro protagonistas que tiene un punto de vista distinto de lo que está ocurriendo. La obra habla de una familia estancada, de un matrimonio al borde del colapso, un adolescente en un momento de definición y la llegada de un primo que viene a alterar ese orden ya establecido, esa violencia naturalizada. La comedia dramática permite que de una manera más extrovertida saquemos afuera esto que está pasando. Nos reímos, nos reímos y después llega la reflexión: ‘¿de qué nos estamos riendo?’”. Cáceres dice que la impronta va del ardor sensual a ese otro “que quema y necesita sanarse”.

Sin ser el centro de la cosa, el alcohol “es una herramienta para mostrar un silencio o aletargar un tema que no se quiere tocar”, ejemplifica Viale sobre lo que ocurre en una familia que no se habla o se desacredita mutuamente. “Despertarse, chupar, que pase el día y que nos dé sueño. Que pase otro día. Y nadie se hace cargo. No hacemos foco en eso, pero es un combustible”, suma el director.

En esa anestesia vital, igualmente los personajes transcurren frenéticamente, algo que demandó sincronización y un dispositivo escénico especial, del que Cáceres no quiere revelar demasiado: “Tienen que estar en muy buen estado físico para esta obra. Está coreografiado con mucha precisión y exigencia vocal y física, porque hablan y gritan mucho, cantan, y todo esto saltando, dando mortales, volando, con agua en escena... es compleja”.

Para empezar, todo se ve en simultáneo: “Empecé a trabajar sabiendo espacialmente lo que quería porque cómo contar de alguna manera una familia que está hacinada, pegoteada, muerta de calor, en un espacio gigante. Entonces, desde lo chiquito se expande. Hay un afuera muy potente, donde llueve todo el tiempo, donde se reciben estímulos, y un lugar más íntimo, más personal, donde cada uno puede ir a expresar algo, que es el baño de la casa”, adelanta.

De vueltas

Para Cáceres, la experiencia de la pandemia sobredimensiona este nuevo montaje de El Ardor. “Este encierro que proponía la obra desde su escritura, luego de que todos lo vivimos y habitamos, va a tener una nueva lectura, porque estos eligen medio por estancamiento quedarse encerrados y no mover un dedo para que nada funcione mejor”. Viale recalca la avidez del público en este momento: “se ha magnificado todo, por esto de que estuvimos tanto parados, que hoy en día la gente quiere volver al ritual, ir a ver teatro, volver a conectarse con los relatos. Y eso conlleva la salida a comer, a tomarse algo, el momento en la pareja, en el grupo, hay algo que resurgió con mucha fuerza”.

¿Proyectaban ellos dos, cuando empezaban sus carreras, encontrarse en el lugar donde están ahora? “Dejo la expectativa librada al azar. No estoy muy pendiente de dónde quisiese estar, porque si eso no sucede, podría llegar a ser una frustración personal enorme. Mi carrera me ha dado muchísimo y me nutro de ella. No es una línea ascendente constantemente, pero de un tiempo a esta parte me siento bendecida”, responde Viale.

“En lo personal nunca imaginé todo lo que me ocurre”, cierra Cáceres, abriéndose. “Yo soy hijo de un actor/director, pero que vivía de otra cosa y me fascinaba eso, y mi formación tuvo que ver más con el teatro independiente, donde 99% de mis colegas, todos, vivíamos de otras cosas. De alguna manera hasta estaba mal visto vivir de la televisión y todo eso. Con el tiempo empezó a entenderse que estaba bueno desarrollar tu oficio con vocación y seriedad, con convicción y arriesgando. Tengo dos momentos claves: primero un deseo grande, ser actor de cine, cuando vi a Vittorio Gassman en una película a los cinco años. Después, habiendo estudiado, ya tenía mi teatro independiente (dormía en la cabina de luces), pero trabajaba como cartero en la mañana y en un kiosco por la tarde. Dejé todo para buscar vivir como actor. Las vueltas de la vida hicieron que el año pasado protagonizara una película en Roma, y ahí me cayó la ficha. No me gusta como dicen una carrera: nadie me corre, no hay un lugar donde llegar. Pero a veces pasa: un pibito deseó eso y le ocurrió”.

El Ardor, de Alfredo Staffolani, con dirección de Luciano Cáceres. Actúan Juan Gil Navarro, Juana Viale, Joaquín Berthold y Santiago Magariños. Entradas en Tickantel y Accesoya.