Piensen en ese niño que entra a la escuela después de que su hermano mayor se convirtiera en leyenda y batiera toda clase de récords (académicos). Piensen en la presión que sentiría al conocer a cada maestra o maestro y sentir que tiene que rendir al nivel de quien lo antecedió. Ahora piensen en un tercer hermano, que llegó después de que el segundo la rompiera, sin tanta popularidad en la escuela, pero con dos o tres trabajadores del lugar que lo tienen como su alumno favorito. ¿Cómo se sentirían?

Así se habría sentido (Des)encanto si fuera un ser humano. Porque la creación de Matt Groening llegó a la popularísima plataforma Netflix después de que tanto Los Simpson como Futurama dejaran su huella en el mundo de la animación para siempre. (Des)encanto no encabezará los rankings de “las mejores series”, “el mejor episodio”, “los mejores personajes”, pero si le sacamos esa presión, como televidentes podremos disfrutar de una animación muy entretenida, que se atreve a construir un mundo a un ritmo único, y que casi diría que en cuanto termine habrá que volver a verla en su completitud.

En las últimas semanas llegó la tercera tanda de diez episodios, que forman la primera mitad de una segunda temporada que estuvo confirmada desde el comienzo, por lo que podríamos sospechar que en 40 episodios estará terminado el cuento. Pero primero repasemos de qué cuento se trata.

El primer hermano criticaba (y a veces lo sigue haciendo) a la idea de la “familia estadounidense”. El segundo hermano homenajeaba a la ciencia ficción y a la ciencia propiamente dicha. El tercero construye sobre la base de la fantasía, los cuentos de hadas y las sagas medievales con dragones intercalados. Y un toque de Disney, que nunca está de más,

Bean es la protagonista y también es la princesa de un reino mágico. Todo comienza con una boda que ella intentará evitar por todos los medios hasta la rápida conformación del trío protagónico junto al único duende depresivo (Elfo) y un demonio que divide su tiempo entre las tentaciones y las simples pillerías (Luci).

Desde los primeros episodios subidos a Netflix quedaba bien en claro que, más allá de “la aventura autoconclusiva de turno”, los guionistas estaban apostando a contar algo más extenso, con los riesgos que conlleva cualquier apuesta. El humor nunca faltó, aunque el porcentaje de chistazos fuera más bajo que el de sus hermanos, pero lo suplía con algo que ellos hicieron poco: sus personajes cambiaban.

No exageremos. No se trata de un camino al estilo Breaking Bad, en donde Bean termina convertida en alguien completamente diferente. Pero sí hay suficientes muertes, desapariciones, exilios y cambios de mando como para ganarles a unas cuantas series animadas.

Senderos que se bifurcan

Volviendo a los riesgos, la gran aventura de (Des)encanto hizo que los tres protagonistas se separaran en más de una oportunidad, incluso en los diez episodios de esta tercera parte. Eso disminuye el ritmo, ya que hay episodios con hasta tres subtramas, cuyas escenas se intercalan para que ninguna quede atrás, haciendo que ninguna quede muy adelante.

Sin embargo, el aspecto positivo es la reaparición de personajes (ya sean humanos, animales o toda clase de bicharracos intermedios) que pasaron por la serie mucho tiempo atrás, y sus regresos recompensan a aquellos que tienen mejor memoria.

La animación sigue siendo buena, el trabajo de voces se destaca, y hay suficiente imaginación como para dos o tres series. Es cierto que por momentos esas tres series se separan demasiado unas de otras, y alguno de los caminos que toman puede resultar menos atractivo que otro, pero periódicamente se mezclan y premian al espectador atento. Eso este hermano lo hace muy bien.