Por pura casualidad, o por la cercanía con la que transcurren la vida de las personas y los lugares en Montevideo, un sábado de 1992, mi amigo Martín y yo, todavía adolescentes e invitados a un cumpleaños de 15, festejábamos otra noche de derrota, sentados en una mesa con gran variedad de sándwiches y saladitos, mientras intercambiábamos chistes para exorcizar rápido la soledad circundante.
Ya habían pasado las dos de la mañana y el baile estaba en la cúspide de su jolgorio, con cotillón, papel cortado y luces robóticas. De repente, y sin darnos cuenta, todo se detuvo por un instante; luego continuó como si nada, pero de un modo diferente. Natalia ya era una estrella. Cuando abrimos de vuelta los ojos estaba abrazada a su amiga, la cumpleañera, y la invitó a bailar, a compartir la felicidad en su sonrisa y toda la atención que caía sobre ella, sin ninguna intención de opacar a la protagonista de la noche.
Pidió palmas arriba y se mezcló, aunque no lo fuera, como una más. Pareció de verdad una más, y contagió su comodidad y desparpajo a los bailarines y a los más tímidos o veteranos en las mesas. Como apareció también se fue, sin que nadie se diera cuenta, dejando una estela y un recuerdo que su amiga seguramente jamás olvidará.
En marzo de 2021, una óptica bien ubicada en el frente de una galería de 18 de Julio destaca su foto junto a distintos modelos de sus gafas marca Las Oreiro. Por la avenida Garibaldi una gigantografía viste la pared lateral de un edificio con su silueta vestida en verde agua y su mano junto a un paquete de yerba súper moderno. “¿Y si probás algo diferente?”, dice la leyenda que acompaña la foto.
Ayer, el algoritmo de Youtube me invitó a escuchar “Lista pa’ bailar”, la canción que Natalia grabó con Bajofondo, y que ya se puede encontrar en un EP con versiones del tema en ruso, español e instrumental.
Este mes también estrenó Una noche mágica, una comedia extraña y absurda, dirigida por Gastón Portal, en la que Natalia baila y vuelve a la fantasía, junto con los argentinos Diego Peretti y Pablo Rago.
Además, terminó de grabar en Uruguay Iosi, una serie para la plataforma de TV Amazon Prime (basada en el libro de Miriam Lewin y Horacio Lutzky Iosi, el espía arrepentido: la confesión del policía federal infiltrado en la comunidad judía) donde le toca interpretar a una villana involucrada en el atentado de la AMIA.
Al mismo tiempo, en su rol de conductora y acompañante de posibles nuevas estrellas, terminó de grabar una tanda de audiciones para la próxima temporada del programa Got Talent.
De vuelta en su casa en Buenos Aires, se prepara para asumir el rol protagónico en la miniserie Santa Evita, uno de los desafíos, cuenta, más importantes de su carrera.
Cuando encuentra momentos de relax, disfruta de la música de Mon Laferte, Joni Mitchel, Luis Alberto Spinetta, Fiona Apple, Karina La Princesita, Violeta Parra y Tutu, su disco preferido de Miles Davis.
En una pausa de la investigación para su próximo personaje, en la tranquilidad de su hogar, la uruguaya Natalia Oreiro conversó largamente con la diaria sobre su pasión por el cine, su encuentro con Bajofondo y su constante búsqueda personal y profesional.
Escuché tu canción con Bajofondo y me gustó cómo se combinaron.
Es que somos todos rioplatenses. Creo que está bueno no perder la esencia. En general hablo, más allá de esta canción. Me parece que se vienen momentos donde mezclar sin perder tu esencia es lo mejor. Y lo que tiene esa canción es eso, una mezcla de ritmos que la escuchás en otro lugar y te puede gustar. A mí, además, Bajofondo siempre me gustó. A [Gustavo] Santaolalla lo conozco desde hace bastante tiempo, son amigos con Ricardo [Mollo, su esposo], y hubo una serie de coincidencias con la banda en Rusia, y lo que yo estaba haciendo, y ahí surgió esta posibilidad.
Lo que más me gustó es que vos te sumás al sonido, como algo accesorio. Tu voz es la protagonista y está en primer plano. ¿Eso tuvo que ver con lo que vos querías, o se dio así?
Eso no lo puedo evitar. No sé si fue una búsqueda consciente. Ellos me invitaron y yo me sumé y traté de aportar, sobre todo en la traducción al ruso y en que la rítmica entrara sin que el texto perdiera contenido. A veces las traducciones literales son un poco bruscas. A mí me importaba mucho cómo iban a escuchar la canción allá [en Rusia], donde por ahí yo tengo un poco más de conocimiento por el vínculo y los años. Tenía claro que para lo nuestro ellos son los mejores, y no precisaba meterme.
Esta canción, con un texto mayoritariamente en ruso, fue una idea de ellos. Allá las gimnastas olímpicas entrenan con su música y son muy escuchados. Los rusos, además, aman el tango, y la canción fue muy bien recibida, gustó mucho. La sienten como un himno para estos momentos, para aguantar. No como algo solemne, sino como una representación de la unión y de la distancia. Yo viajo todo el tiempo para allá, hace más de un año que no estoy pudiendo, y la canción es una manera de estar cerca y juntos, independientemente del ritmo y del idioma, como dice la letra. Con respecto a eso que me decís de la personalidad, como actriz trato de desaparecer un poco en mi personalidad y fundirla con la del personaje que tenga que interpretar. Como cantante se me dificulta más. Soy más yo, pero siempre en función de lo que estoy transmitiendo en la canción. Acá claramente soy invitada en un proyecto e intenté fusionarme con Bajofondo.
Tal vez pasó hace mucho tiempo, pero recuerdo haberte leído varias veces diciendo que necesitabas dejar un rato la música para dedicarte a la actuación. ¿Este nuevo acercamiento tiene que ver con una decisión muy meditada?
No sé si tan premeditada sino más bien orgánica. Quizás en algún momento no fue tan orgánica mi faceta musical sostenida. Fue ahí donde decidí abrirme, para no traicionarme.
Toda mi vida intenté ‒en mis vínculos en general y en lo que los trabajos que elijo‒ ser natural y sincera. En algún momento de mi vida le dije a todo que sí, porque de eso se trataba, y todo lo disfrutaba. Y cuando empecé a reconocerme más en lo que quería hacer y en lo que no me gustaba, intenté correrme de los lugares donde sentía que no era cien por ciento yo, o que no tenía algo para aportar. Y con la música me pasó eso. No paraba de viajar con los discos, con la promoción y la gira, y dejé un poco la actuación de lado. Sentía como una ambigüedad entre que lo disfrutaba mucho: conocer el mundo, nuevas culturas, ser receptiva a eso y que del otro lado me abrazaran con mi propuesta, pero también sentía que como actriz tenía que seguir creciendo y no tenía tiempo para lo que yo había elegido ser, que era actriz.
Ya no estaba pudiendo ser yo. En su momento le llamé “el precio de mi libertad”. Era encontrarme todo el tiempo con “¿cómo vas a abandonar esto?”. Pero a los veintipico sí necesité tomar esa distancia, para poder hacer personajes en cine, meterme en proyectos independientes; hoy, en perspectiva, lo veo como algo orgánico, pero en su momento fue toda una búsqueda. Hoy lo que me pasa es que los proyectos de cine me llevan a la música. Me pasó en Infancia clandestina, que el director me propuso hacer un tema de [Enrique Santos] Discépolo, después con Gilda, y nunca dejé de salir de gira, sobre todo por Europa del Este. Creo que fui creciendo también en ese aspecto, encontrándome, armando mis shows y mis propuestas musicales. Una está en construcción continua, pero cuando sos vos la que decidís y elegís, te hacés más cargo de lo que hacés.
Nunca dejaste de cantar.
Sí; además, desde hace añares, voy a clases de canto dos veces por semana.
¿Con quién?
Mi maestro, desde que falleció Susana Rossi hace cinco años, es Alejandro Falcone. Ellos dos son los maestros que más me formaron. También tomé clases con Gabriela Torres y otras profesoras.
Viste que está eso de la comedia como género no demasiado valorado. Tu actuación en Re loca es muy buena, y se puede colocar al nivel de otros papeles tuyos en películas dramáticas.
La comedia es un género que me fascina, y reconozco que se la tiene como algo más fácil. Con una historia triste, si la película está bien, seguramente te vas a emocionar, pero hacer reír es más complicado. Lo que intentamos con el director [Martino Zaidelis] fue no hacer una película como una serie de gags. Se cuenta una historia, y también tiene sus momentos dramáticos. Fue un desafío muy grande, porque a mí me cuesta explotar. Esa situación de “sin filtro” que todos soñamos tener, de decirle al otro lo que uno siente, me resultaba muy difícil.
Soy frontal pero nunca al punto de explotar. Putear y gritar es algo que no me es afín. Le llegué a decir al director “no voy a poder hacer esto porque no me sale gritar”. Obvio que terminé a los gritos. Me encerraba en mi casa para que no me escuchara mi hijo y practicaba todos los días. Después, claro, me generaba un alivio tan grande poder hacerlo que terminé durante bastante tiempo así, sin filtro. Y la peli habla un poco de eso, de poder decir lo que uno siente, pero también teniendo en cuenta el cuidado de no herir al otro.
En el imaginario, o no tanto, siempre estás con varios trabajos a la vez. ¿Cómo te preparás para un nuevo personaje en el cine?
Me pasa que vivo atravesada por los personajes que voy haciendo y me cuesta mucho concentrarme en un nuevo personaje si estoy en otra cosa. Parte de lo que decís sobre que hago muchas cosas es así. Pero al mismo tiempo tengo una manera de trabajar bastante metódica. Cuando estoy metida en un proyecto no puedo pensar en otro. Ahora hice Iosi, y con una coach con la que trabajé hicimos toda una investigación sobre mi personaje y sobre la historia que iba a contar. En general trabajo con coaches. Siempre necesito la mirada externa. Obvio que tenés la mirada del director, pero para todo el trabajo previo, el ida y vuelta me enriquece mucho. No me gusta quedarme con lo que a mí me parece. Tengo una idea, investigo mucho, busco documentos, me gusta entrevistarme con gente que haya pasado por situaciones similares o conocido al personaje que voy a hacer. Creo que cuantos más puntos de vista uno tenga sobre algo, más se enriquece el pensamiento, el vocabulario, y son más los matices que le podés dar a tu actuación. Después me pasa que siento que tengo el personaje cuando sueño con él, sueño que estoy siendo ese personaje. Ahí ya tengo un nivel de obsesión total y siento que estoy más cerca. De cualquier manera, cuando me toca un nuevo personaje, siempre pienso que no lo voy a poder hacer, que no estoy capacitada y no voy a llegar a tiempo. Cada vez que se retrasa un proyecto lo agradezco y me digo “qué bueno, tengo dos semanas más para investigar”. Como si en esas dos semanas uno pudiera encontrar algo que antes no encontró. Y también soy de las que le doy y le doy y cree que en algún momento el cuerpo se acomoda al personaje.
Ahora te toca interpretar a Evita.
Sí, es una serie que voy a filmar, basada en la novela de Tomás Eloy Martínez [Santa Evita].
Es el personaje más difícil de los que he hecho hasta ahora, por infinidad de razones, pero principalmente por quien es y por su lugar en la historia. Al ser un personaje real, hay mucha data y mucha referencia. Como actriz, me pasa que no me gustan las imitaciones. Me pasó con Gilda. Yo no quería estar parecida a Gilda, quería captar su esencia. Y bueno, acá estoy, entregada a esa búsqueda nuevamente, trabajando mucho con una fonoaudióloga y una coach actoral, para intentar llegar a la esencia de Evita, y después un poco soltar y permitirme el abismo en la interpretación, para que surja la magia. De eso se trata la actuación.
Vos lográs algo especial que sucede cuando mirás a otro personaje, en silencio. Es como “ta, acá, la rompió”. Y en cada una de tus películas hay por lo menos unos de esos momentos paralizantes.
Qué suerte que por lo menos hayas encontrado un momento en una película. Siempre estoy a la espera de los estrenos encontrando esa escena. Nosotros los actores, que somos hiperfrágiles también, cuando hablamos con el director le decimos “dame al menos una escena”. O sea, necesito una escena donde yo pueda sentir que soy el personaje. Y me pasa, también como espectadora, que la continuidad emocional es lo que más me engancha con una historia. Cuando conecto con la emocionalidad de los personajes puedo entrar en la historia. Si no sucede, puede haber un trabajo de arte, iluminación y vestuario increíbles, pero si no conecto con lo que la actriz o el actor me está contando, me cuesta mucho entrar en el cuentito y en el viaje y olvidarme de que estoy viendo una ficción.
¿Qué personajes te resultaron más difíciles de interpretar?
El personaje que hice en Iosi, que todavía no se estrenó, fue muy difícil porque es muy lejano a mi forma de ver la vida, a lo que puedo llegar a sentir. En un punto fue un desafío, pero por otro lado discrepo tanto con sus valores que me chocaba mucho el personaje. Hago una villana, soy una espía, una fea persona. Así y todo traté de encontrarle su humanidad. De los anteriores, el de Infancia clandestina fue un personaje muy difícil para mí. Me dejaba muy angustiada, por la historia, porque la película contaba la vida del director de la película, él era el verdadero protagonista. Yo interpretaba el papel de su madre, estaba desaparecida, y él estaba en la cámara y tenía su angustia a 30 centímetros de mí, y eso se sentía mucho.
Después, el personaje que más trabajé interpretativamente fue el de Gilda. Justamente por lo que veníamos hablando de Eva. Es un personaje muy reconocido para la gente, que la tiene muy presente por su manera de hablar, por su voz y su música. Por ahí no se conoce tanto su historia personal, que es para mí lo más rico de la película. Y es un poco lo que estoy tratando de hacer con Eva. O sea, mucha gente conoce sus discursos, pero no tanto su parte más personal, y es ahí donde estoy tratando de encontrar a mi Eva, a la que ella me deje contar, también.
En Gilda, y también en Francia, vos en algún momento simplemente te apoyás contra una pared, y eso es todo verdad. Sólo ese gesto tuyo es notable.
Muchas gracias. Yo les digo bastante a los directores y a los guionistas que no me pongan tanto texto. A mí me gusta mucho transmitir con la mirada. Eso me lo enseñó hace muchos años un director. Estaba muy asustada del tamaño de la pantalla de cine. Un director anterior me había dicho que no moviera las cejas porque en el cine una ceja mide siete metros. Después tuve la suerte de trabajar con otro director, Eduardo Mignona, y él me dijo “confía en tu mirada”. Ahí entendí a qué se refería. No importaba cuánto moviera las cejas, la boca o el cuerpo, sino que en mi mirada pudiera transmitir verdad. La verdad de lo que ese personaje que yo estaba interpretando estuviera sintiendo, que fuera él, con su parte más receptiva.
Los momentos en que puedo detener el tiempo y simplemente respirar, mirar y pensar, son esos momentos que para mí, incluso viendo a otros actores como espectadora, disfruto mucho, porque puedo meterme en su alma y decir “¿qué está pensando, cómo se está sintiendo?”.
Vos has dicho que sos muy ansiosa. ¿Cómo lidiás con eso a la hora de meterte en estos procesos tan complejos de la construcción de un personaje?
Para mí la ansiedad tiene que ver con la inseguridad y la angustia que me genera sentir que no voy a llegar, que no estoy pudiendo hacerlo. Al menos en mi caso, es mucha la frustración por la que atravieso para encontrar algo y que eso salga a la luz. Además, soy una actriz muy autocrítica. Soy de las que siempre creen que lo podrían haber hecho mejor. A mí me gusta mucho pedir para ver las escenas, una vez que hacemos la primera toma. Cuando me veo y escucho me doy cuenta en dónde la estoy pifiando más. No siempre se puede hacer eso, por cuestiones de tiempo o porque algunos directores son muy celosos con su material, pero cuando entienden que yo me doy más cuenta de lo que me piden cuando me veo, me lo permiten, porque puedo corregirme bastante. Estoy trabajando mucho para poder disfrutar del proceso. A mí me encanta esto que te decía de investigar sobre los personajes. El encuentro con el otro, las charlas de café, la composición, la búsqueda, el descubrimiento; esas perlitas que cuando uno pone la máquina en funcionamiento empiezan a aparecer. Un conocido de un conocido de un conocido que tiene algo que te va a entregar y que te va a servir. Eso es fantástico.
Y eso puede ser una foto, un libro, cualquier cosa.
Todo puede ser, y todo te dispara otras aristas y te construye. Ahora, por ejemplo, conseguí el teléfono de la enfermera que cuidó a Eva. Tiene 95 años y estuvo con ella hasta su último respiro. En un rato la voy llamar a ver si la puedo pasar a saludar. Este es un momento muy duro para visitar a alguien tan grande, pero lo voy a intentar. Yo trato de ir hasta donde puedo. Siempre creo que puedo un poco más, pero hay un momento donde uno debe soltar y entregar. Es algo que vengo hablando con mis maestros, que me acompañan y me ayudan; esto de permitirme soltar y no controlar es una de las cosas que más me cuestan. Soy muy controladora, y eso no está bueno, ni para la vida ni para mi profesión. Es mejor permitirte no controlar y que de ahí surja algo. Pasa que a mí me da tanto miedo equivocarme que digo “no, tengo que tener todo controlado y saber lo que estoy haciendo”. A veces, en ese control te perdés la posibilidad de que aparezca una nueva corteza, o un matiz, que no te pertenece a vos, le pertenece a eso que estás creando.
Durante mucho tiempo, en entrevistas, se leía, un poco entre líneas y a veces explícitamente, que te sentías a prueba y con la necesidad de demostrar que vos podías con tal o cual trabajo. Y ya habías conseguido muchas cosas. Pero ¿eso todavía está, entonces?
Creo que ese rendir cuentas tiene que ver con mi autoexigencia, como que todo el tiempo quiero sentir que puedo hacerlo mejor. Quizás en algún momento, más chica y con menos experiencia, sentía que era para el afuera. Y con el tiempo te terminás dando cuenta de que el afuera está preocupado en su propia burbuja y que lo que yo estoy tratando de construir es más para mí. Yo de verdad reafirmo todos los días que esta es mi vocación y que por eso dejé mi casa y mi país, y que quiero ser mejor actriz. Veo cosas mías de cuando arranqué y me dan mucha vergüenza. Con el tiempo también uno trata de encontrarle cierta ternura a eso, y te das cuenta de que vale la pena ese crecimiento, porque esto, para mí, fue esfuerzo y autosuperación personal. Lo mío es 90% constancia. Hay gente que nace con un talento abrumador en lo artístico y hay gente que tiene un talento más limitado y que decide con eso hacer grandes cosas y trabajar duramente para pulirlo. Yo me reconozco más en ese segundo grupo. Decís “tengo algo, pero con esto no alcanza para llegar a donde a mí me gustaría”. Por eso trabajo para mejorarlo, para sorprender, para no repetirme. Con los años he sido más consciente de eso. Igual, ahora me escucho tan solemne y me río de mí misma. Pienso en el que está leyendo esta nota y dirá “Natalia, bajá un poco esa importancia, que no la tiene”. Es mi mundo, es lo que a mí me gusta, y por eso le pongo tanta pasión.
Está esa narrativa de grandes escritores, actrices o personas que han dedicado su vida a una pasión o una idea, y han tenido que relegar, muchas veces, el tiempo para sus familias o para otras cosas. Supongo que debe seguir siendo un desafío muy difícil encontrar un equilibrio entre esos dos mundos.
Es que yo me siento en el medio. Por suerte mi pareja se dedica a algo similar y me acompaña un montón. Ata, mi hijo, me acompaña en las giras. Somos muy nómades, es como nuestro universo. Él me acompaña a ensayar y participa en lo que estoy haciendo y yo veo sus trabajos de origami. Reconozco que a veces me paso de actividades. Mis abuelos españoles e italianos vinieron a Uruguay escapando de la guerra y el hambre, y yo sigo con ese disco de que las cosas se hacen trabajando de sol a sol. Es parte mía. Cuando mis padres perdieron todo con la famosa tablita, nos fuimos a España, no nos fue bien, y fue nuevamente empezar de cero. Y siempre los vi caerse y levantarse, tantas veces que yo heredé eso. Aunque yo me dedique a algo relacionado con el arte, para mí es lo mismo que lo que hacía mi papá cuando era viajante en el interior, se levantaba de madrugada y se iba a repetir muestras de colchones por todo Uruguay, o mi mamá, que cada mañana abría la peliculería y le ponía todas sus ganas.
Con Martín Sastre, además de haber trabajado en varios proyectos como Miss Tacuarembó y Nasha Natasha, comparten un universo imaginativo muy parecido. Quería que me hablaras de él.
Con Martín me siento como el positivo y el negativo de la misma persona. Es mi mejor amigo, y me siento muy identificada con la forma que tiene de ver el mundo y las cosas. Por eso, desde el momento en que nos conocimos, no nos despegamos más y siempre estamos pensando en proyectos juntos. Yo sé de todas sus cosas y él sabe de todas las mías, y compartimos todo.
Tenemos una mirada estética muy parecida, crecimos con las mismas películas, y por eso Miss Tacuarembó es tan personal y pudimos hacerla así. Nos reímos de las mismas cosas, es una muy buena persona, y su creatividad y su visión están a ese nivel. Yo quiero creer que los genios son buenas personas, aunque no sea siempre así, pero para mí él es un genio.
¿Cuáles son las primeras imágenes que recordás vinculadas a la fascinación, a la ilusión?
Tengo una foto con mi papá, mi mamá y mi hermana, en un circo, cuando yo no tenía más de cuatro años. Estamos los cuatro sentados, cada uno como medio en la suya, y vos ves mi cara, como fascinada con lo que estaba viendo. Me acuerdo del momento exacto en que vinieron a sacarnos la foto, y que a mí no me importara. Estaba concentrada en todo lo que estaba pasando en el circo. Fue como ese primer encuentro con el arte. Había magos, trapecistas, me acuerdo del olor del lugar. Me fascinó ese mundo. Otro momento ‒donde siento que me recibí de adulta‒ fue a los 14 años, cuando fui a Cinemateca a ver El marido de la peluquera [de Patrice Leconte, 1990]. Y mi infancia fue ligada más a la televisión. Mi mamá tenía la peluquería en el living de casa, donde también teníamos la tele, y me acuerdo de que, como la habíamos traído de España, la señal se veía en blanco y verde. Me acuerdo de ver las novelas de Brasil, como Nido de serpientes, o Rosa salvaje, con Verónica Castro, en blanco y verde. Yo me imaginaba ahí adentro.