Las historias de venganza son ya un subgénero Y en particular, hay incluso un subtítulo que las define más aún: rape and revenge, que como su nombre mismo indica, son relatos de violación y posterior venganza de la víctima.

Este subgénero pertenece sin duda alguna al terror e incluso ha derivado en cosas todavía más espantosas (como el torture porn, que no es necesario desarrollar a partir del nombre) y que se dirige a espectadores particulares, teniendo como base y punto de partida algunos relatos no despreciables, como la germinal La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972).

Pero cuando la venganza se mueve dentro de los caminos del thriller, tenemos a su vez otro subgénero ‒sí, son infinitos‒, uno que también comenzó su andadura en la década de 1970 de la mano de nada menos que Charles Bronson: el del vengador anónimo.

Aquí la víctima no es quien ejecuta la venganza sino un contacto, pariente o amigo. Alguien que busca a aquellos que hicieron mal a los suyos y los castiga, siguiendo una premisa básica pero que sin duda ha sido muy rendidora (basta con pensar en Punisher, de Marvel Comics, y toda la sobrevida que ha tenido a partir de un inicio tan elemental).

En estos relatos el hincapié no está puesto en la sangre o el horror, sino en lo catártico de la violencia, narrada como alivio ante la crueldad y maldad expuesta de aquellos que cometieron el crimen y ejecutada en manos de un personaje que debe despertar cierta empatía en el espectador, uno que haga preguntarse “¿yo sería capaz de hacer lo que hace si me pasara algo parecido?”.

La película francesa Centinela, que se estrenó en Netflix, propone algo que abreva de ambas versiones de venganza. Comienza, si se quiere, con un rape and revenge, pero asume pronto su condición de violento thriller de revancha, uno en que Olga Kyrulenko no piensa dejar títere con cabeza.

Uno por uno y así sucesivamente

Klara (Kurylenko) es una soldado traductora del Ejército francés (aunque hija de inmigrantes rusos, lo que posteriormente tendrá peso en la trama) que acaba de volver de un tour bastante fulero en Siria. Tan fulero, que a Klara le faltan algunos caramelos en el frasco y le cuesta bastante reincorporarse al servicio militar en su natal Niza, donde más allá de patrullar las playas y recorrer los malecones, no parece tener nada para hacer.

Considerando lo que tuvo que pasar, reencontrarse con su madre y su hermana, volver a la vida “normal”, deberían ser cosas que la ayudaran a sanar. Pero esto es un thriller de venganza y no un drama de recuperación del trastorno por estrés postraumático, así que no tarda en atacar un millonario ruso que viola a su hermana y la deja en coma. Justamente, el millonario ruso es muy millonario, por lo que parece estar a salvo de la ley, pero no lo estará de esta soldado altamente entrenada, por completo despiadada y, sobre todo, muy determinada, que buscará venganza.

Hay un gran protagónico de Kurylenko, quien demuestra dotes tanto dramáticas cómo físicas aprovechando al máximo uno de los escasos roles principales que le ha dado la industria, y también es notable la efectividad del director Julian Leclercq para las escenas de acción (de a poco, Lecrercq se vuelve un reconocido especialista del género, como lo demuestra también su otra película en Netflix, Atracadores), pero no estamos ante una historia que invente la pólvora o redescubra alguna manera curiosa de narrar cine.

Por el contrario, todo está más o menos donde se espera para un thriller de venganza y poco sorprende, pero sin dudas convence en su relato y, sobre todo, entretiene. Se agradece ‒con la salvedad de una salida de libreto final‒ el realismo con que se cuenta todo, tanto escenas de acción (nuestra protagonista tampoco es la Viuda Negra) como los costos de las acciones que emprende Klara, que dejan en claro aquello que ya decía Confucio: “Antes de empezar un viaje de venganza, cava dos tumbas”.

Centinela, de Julien Leclercq. En Netflix.