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Un rato antes del mediodía, el periodista Daniel Castro nos cuenta sobre los avatares de su vida familiar y laboral. Comparte preocupaciones, incertidumbres, momentos alegres y situaciones que todavía no ha podido resolver, mientras acomoda la bombilla de su mate como cualquier vecino. Se trata de una pausa de un trabajo en mangas de camisa. Su tono sereno y campechano nos abre una puerta para contar lo de cada uno, sin apuro. Podríamos estar bajo la sombra de una higuera, sentados en el pasto, con un churrasco haciéndose a la plancha en un fuego al aire libre, con la compañía de su radio portátil y el sonido de dos o tres pájaros a punto de empezar su siesta. En cambio, las paredes son las de un edificio del Centro de Montevideo, y luego de una hora de charla, tendrá que subir una escalera bastante empinada y prender su voz para hacer Noticiero Carve (que va de lunes a viernes a las 13.00).

“Sentía como una cosa opresiva”, recuerda sobre las primeras fotos de su niñez en su pueblo natal Tranqueras, en el departamento de Rivera. “Me daba la sensación de un pozo que chupaba todo. Después volví muchas veces de vacaciones, en mi adolescencia. Íbamos a los carnavales del Club Artigas, frente a la plaza, o nos quedábamos toda una tarde en un arroyo. Ahora ha cambiado mucho, y también cambió mi perspectiva. Parece el pueblito de un cuento”.

Más tarde, aunque cada vez más temprano, cerca de las 19.00, vestido y peinado de forma impecable, iniciará con voz firme la jornada informativa de Telenoche 4, con luces y pantallas que se encienden a su alrededor, gráficos gruesos con grandes letras movedizas, y las cabezas de sus compañeros con micrófonos llamándolo desde todas partes.

Durante el informativo, Daniel se afirma con sus manos en la mesa, y así mantiene su calma zen. Un teléfono celular, una libreta y bolígrafo lo acompañan a centímetros de sus manos. Como cada noche, caminará por el indefinido espacio del programa y sus noticias, con la tranquilidad de quien conoce el camino y sus imperfecciones.

Con tantos años de carrera, ya sabés que siempre hay mucha gente frente al televisor esperando lo que vas a decir o anunciar. Cuando te toca informar sobre noticias muy importantes para la vida del país ¿pensás en alguien en particular?

Sí. Cuando vas al canal, asumís que vas a tener que comenzar cada día el noticiero con noticias que no son de las mejores, y ahí tengo una referencia, que son mis padres. Primero, porque deben ser los únicos integrantes de mi club de fans, pero son fans bien fieles. Y el hecho de tratar de hacer el trabajo lo mejor posible es un homenaje para ellos. También, en ese momento, te ponés a pensar en la dimensión humana que tiene todo lo que decís. No es una cosa mecánica, no es simplemente que te abran la cámara y el micrófono y decir lo que eventualmente haya que decir. Vos sabés que estás impactando en el estado anímico de la gente, en sus emociones. Como nunca antes, en esta circunstancia, me ha tocado enfrentar esa sensación de que, por un momento, también yo voy a derrapar emocionalmente. Después, bueno, el oficio tal vez hace que me despegue, pero la verdad es que como nunca antes me pasa que recibo noticias, me pongo en el lugar del receptor y resulta muy duro.

Y, como sea, tenés que salir rápido de ese momento e ir hacia otra noticia.

Es difícil. Y más cuando se trata de un tema de salud, que además, y en este caso, un día nos puso en un banco de niebla y allí quedó instalado, con uno de sus elementos más potentes, que es la incertidumbre. Mencionabas situaciones especiales. Otra que me tocó enfrentar como periodista fue la crisis financiera. También ahí había una dimensión humana potente. Todos los días nos enterábamos de historias terribles de miles de personas, pero había una identificación clara del origen y algunas señales de lo que podría ser el final, o de lo que podría llegar a pasar. En este caso yo he utilizado siempre la figura del auto que va en la ruta; por un momento baja un banco de niebla, transitás unos kilómetros en el miedo de la incertidumbre, tenés ese dilema de si usar luces cortas o largas, vas probando; de repente, a los pocos kilómetros se despeja el cielo, y entonces decís: “Bueno, al fin, ahora voy mucho más seguro”. Y dos o tres kilómetros más adelante, otra vez la niebla, y otra vez se te pierden los puntos de referencia, la línea que te va marcando el trayecto de la ruta también se pierde, y es lo que nos está pasando ahora con la pandemia. Y en esa estamos. Esta crisis sanitaria nos ha hecho perder de vista un poco el tema de la cercanía. Uno entiende que cada uno tiene el legítimo derecho a pelear por sus ideas, pero también se ha generado un distanciamiento entre personas muy capaces y muy inteligentes, que va en esa lógica de hinchada de fútbol. Y la verdad que eso te genera una sensación de pesar, de tristeza. El otro día citaba una frase de un antropólogo, “Nos nos olvidemos del país de la amistad”, que en otro plano es el país de la cercanía, del “acá nos conocemos todos”. Y yo creo que hay que reivindicarlo. Esto va a pasar, y el asunto es cómo vamos a quedar después de que pase. No sé si se justifica enfrentarnos con el nivel de ferocidad que uno advierte. A veces en esos micromundos de las redes, pero el enfrentamiento está.

¿Cómo recibís cuando se dice en las redes sociales, por ejemplo, que los canales de TV están blindando este gobierno?

En este caso, obviamente me corresponde hablar desde el lugar que ocupo en uno de los canales, y me parece una injusticia. Lo que hacemos a diario pretende ser lo más profesional posible. Y cuando hablo de profesionalidad me refiero a seguir algo así como el abecé del periodismo. Por ejemplo, tratar de tener la mayor cantidad posible de voces sobre un mismo tema. Y en nuestro caso se puede remitir a las pruebas, los antecedentes, el archivo, a la trayectoria de espacios como Todas las voces. Primero, totalmente descartado que haya una línea que haya bajado de algún lugar para decir “blindemos al gobierno”. Totalmente descartado, por lo menos en el ámbito en que me toca actuar a mí. También siento que en estas circunstancias uno tiene que estar a la altura. Y eso significa contemplar a aquellas voces que discrepan con el gobierno, y eso está presente en cada una de las instancias que tenemos nosotros a nivel periodístico; no sólo en el noticiero, sino en otros programas del canal. Así que desde ese punto de vista, lo veo como algo carente de sustento.

Telenoche 4 se caracteriza por un particular ritmo y uso de los espacios. ¿Cuánto tenés que ver vos?

Ahora va a haber cambios. No puedo adelantar mucho, porque se van a dar en estos días. El canal está cumpliendo 60 años, además, y la verdad que es un orgullo participar de este momento tan especial. Sobre lo que decís de la dinámica del noticiero, creo que la clave está en la presencia que tenemos de periodistas en vivo, y que cada uno de ellos está consolidado en el ambiente. Uno confía en lo que van a informar porque son muy buenos profesionales. El hecho de darles mucha participación a los móviles en la calle nos da a nosotros, en el estudio, muchas posibilidades. Justo hablando del tema de la pandemia, podríamos decir que estamos en un espacio muy ventilado. Eso, además, tiene que ver con otra cosa que me gusta reivindicar, porque creo que es un diferencial: el canal tiene mucha penetración en el interior, pero a su vez el interior nos sostiene muchísimo todo el tiempo. Hay corresponsales que ya son muy conocidos por la gente. Cuando vamos con el móvil de Rivera, la gente ya sabe qué periodista va a salir al aire desde allí, lo mismo con en el de Rocha, Durazno, Paysandú, Salto, Florida, Cerro Largo. O sea, tenemos una cobertura nacional, con gente que hace mucho tiempo que cuenta la realidad del interior, y cuando vos hacés el cóctel de todo eso, se genera ese efecto de dinámica. Además, la dirección del noticiero, con buen criterio, ha pretendido airear el espacio, y eso significa que a veces el conductor, que antes estaba en una postura estática, sentado todo el tiempo, ahora se permite otros movimientos; y eso por detrás tiene toda una planificación vinculada a la luz, el sonido y otros aspectos técnicos que no son mi especialidad, pero que efectivamente, al aire, se aprecian como algo que fluye.

Hace un tiempo, en una entrevista radial, hablando sobre tu forma de trabajo, dijiste que te considerabas “un rompepelotas”.

Sí. Por suerte, la edad me forjó un poco la paciencia. A veces la demanda de la urgencia por el cambio no lleva a nada. Al final terminás estresándote y estresando a los demás, cuando sabés que todo tiene que tener un proceso. Y máxime cuando estamos hablando de organizaciones fuertes, con unas estructuras muy sólidas. Era, a veces, un rompepelotas, por la ansiedad muy propia de mi personalidad, pero supongo que los años me fueron dando un poco más de calma.

Así que te considerás un ansioso.

Sí, a veces uno tiene la arrogancia de creer que uno tiene la solución o la verdad en un puño. Y he aprendido, y seguiré aprendiendo, sobre la importancia que tiene escuchar la idea del otro, y respetarla. A veces esa terquedad tan característica me hacía chocar, y no me siento orgulloso de eso. Fijate que cuando te explican algo, o intercambiás ideas, te enriquecés también. De pronto empezás a conocer puntos de vista que no habías considerado. Y bueno, creo que ese impulso se me fue modulando.

Foto del artículo 'Daniel Castro: “Me pongo en el lugar de quienes reciben las noticias y resulta muy duro”'

Foto: Federico Gutiérrez

Una constante en tu carrera han sido las entrevistas. Sos de insistir muchísimo en la repregunta hasta que te respondan. Y luego hay una cuestión de lenguaje corporal. Muchas veces le acercás una mano a tu entrevistado, incluso en los momentos de mayor discrepancia. ¿Esas características de tu estilo aparecieron naturalmente?

Sí. Los aciertos y los errores nacen todos de la naturalidad con la que encaro esos espacios. No hay nada premeditado, nada gestual. Yo cometo un error imperdonable, casi inconfesable: no miro mis trabajos realizados, aun convencido de que es fundamental para mejorar. Obviamente, en una entrevista vas a encontrar cosas que estuvieron bien y otras mal. Y sobre lo que estuvo mal siempre hay posibilidades de corregir. Y, sin embargo, nunca practiqué ese ejercicio tan básico y elemental, porque soy impiadoso conmigo. Todo lo negativo lo resaltaría y dejaría muy al margen lo bueno que puedo haber hecho, y eso sería mortificante para una próxima instancia. Entonces, no sólo no miro las entrevistas, sino que voy a la siguiente con la misma actitud natural. No hay un estudio de la gestualidad. A veces pienso que debería gesticular menos. Y sobre la repregunta, no hay mucho misterio. ¿Cuál es la clave principal de una entrevista? Ponerse en el lugar del que está mirando. Si vos te instalás en ese lugar, creo que es así donde deberías asumir cuando una respuesta no fue lo que esperabas. Y en eso de sentarme en el sillón del que está mirando es que me permito decir, también: “Pah, si esto no me quedo claro a mí es muy probable que al que está mirando tampoco”. Supongo que es un don de la ubicuidad, estar en el estudio y al mismo en la casa del que está mirando. Y ahí es donde surge esa insistencia con la repregunta.

Me gustó mucho una entrevista que le hiciste a Martín Lema sobre la ley de urgente consideración (LUC), el año pasado.

Ahí también se aprecia cómo influye el entrevistado. Está en la habilidad del político generar atención sobre su discurso. Desde ese punto de vista, lo de Lema es totalmente legítimo. En esa entrevista usa algunos recursos para llamar la atención. Uno de ellos tiene que ver con confrontar con el periodista, asignándole una intencionalidad que no es tal, o una postura que no tomó, cuando el periodista en realidad está preguntando en función de las inquietudes que tienen aquellas personas que están en desacuerdo con la LUC. Y cuando ‒con habilidad‒ Martín, en ese momento, me instala a mí como un abanderado de esa postura, me genera una sensación de que está siendo injusto. Y ahí es donde, de pronto, y como cualquier ser humano, puedo llegar a perder un poco el tono, el tenor de la entrevista. Lo cual es imperdonable.

Debe ser difícil mantener el equilibrio entre lo que es propio de uno y lo que demanda la profesión.

Todos los que jugamos al fútbol aprendimos eso de “que no te hagan entrar”. Esa es básica. Cuando te hacen entrar perdés los puntos de referencia, porque tu mente se concentra en otra cosa. Y eso es lo que un periodista profesional no debería permitirse. Más allá de que, como vos decís, uno tiene su fibra.

¿Cómo se hace periodismo con esas nuevas formas de hacer política, estrechamente vinculadas a la comunicación y a la publicidad? Hay algo como una campaña constante.

Este es el país de las campañas eternas, y va como un loop. Todo el tiempo estamos de campaña. Recuerdo que el actual presidente, al otro día de perder las elecciones anteriores, fue al canal, al programa que yo hacía de mañana, a decir que él estaba en carrera. Y así le fue. Por eso no me gustan algunos tics del sistema político con los que se subestima a la gente: “No, no es tiempo de pensar en candidaturas, nosotros ahora estamos enfocado en esto, aquello y lo otro”. Creo que todo el tiempo se está pensando en clave de campaña. Más allá de que efectivamente hay un momento en que quienes están a cargo del gobierno tienen que gobernar, y en función de eso, priorizar las acciones gubernativas, pero después hay un elenco importantísimo de los gobiernos que está buscando el perfil, el nicho; eso lo veo así y me parece que la gente también. Esa frasecita de que “es temprano para hablar de candidaturas” yo no me la creo.

Antes hablamos de Tranqueras, pero vos nunca perdés oportunidad de mencionar a tu Tacuarembó.

Tomás de Mattos decía: “Soy un tacuaremboense nacido en Montevideo”. Él sentía que Tacuarembó era su lugar y que todo lo importante de su vida había acontecido allí. Salvando las distancias, a mí me pasó lo mismo. Viví mis primeros años en Rivera, luego nos fuimos para allá con mi familia. También Tacuarembó tiene una cosa medio mística y hace que vos tengas una pertenencia inmediata. No sé si será esa cuestión mediterránea, que nos hace sentir de otra manera.

Y lo decís con mucho orgullo, ¿no?

Exacto. Siempre. También digo una cosa, sin ánimo de ninguna polémica: a veces tengo la sensación de que quiero más a Tacuarembó que lo que Tacuarembó me quiere a mí. He reivindicado tanto las cuestiones vinculadas al departamento... Y no siento esa cercanía de parte de Tacuarembó cuando se desarrollan actividades aquí, en Montevideo, o me entero por los diarios de que hay una celebración en Tacuarembó. Y pienso “pero ¿cómo puede ser que no me haya enterado?”. Tal vez deba asumir que es un tema personal y estoy totalmente equivocado, pero me gustaría que hubiera cierta reciprocidad en el trato.

En una nota que te hizo la periodista Valeria Tanco para el programa Vespertinas, pudimos acceder a tu casa, y particularmente a eso que vos llamás “tu búnker”. Por lo que se ve allí parece que te gustan el jazz y el blues.

Sí. Jazz, blues, pero también, como se dice ahora, soy muy ecléctico. Para cada momento tengo algo diferente para escuchar.

En tu búnker tenés pegado en una pared un póster del sello Blue Note.

Claro, porque eso además tiene otra connotación. Estaba de viaje en Nueva York, acompañando en ese caso al presidente [Julio María] Sanguinetti con una delegación de periodistas, y recuerdo que el presidente, que es un extraordinario amante del jazz, nos llevó a un club de jazz de Blue Note. Fue una experiencia muy linda. Son de esas cosas que te permiten descubrir que no todo es trabajo en la vida. Con esa cosa bien uruguaya de un presidente de la República con un grupo de periodistas, disfrutando de ese momento con naturalidad. No sé si es algo que se da muy seguido. El presidente Sanguinetti tenía eso. Los viajes en avión eran inolvidables. Se paraba en el pasillo y daba lecciones de todo. Y esa cuestión también habla de un país de cercanía. Y volviendo a la música, cada momento de la vida o del día me lleva a un determinado tipo de música. Hace unos días me enganché con el folclore uruguayo; tiene letras increíbles. Uno casi que las tararea de memoria y a veces sin prestar atención a la profundidad de esos textos. Venía de Villa Serrana, puse folclore y me llegó de otra manera a como lo había escuchado en otras épocas. Imaginate que, cuando yo empecé a trabajar en la radio Zorrilla, era operador, a las seis de la mañana, y pasaba tango y folclore. Por lo tanto, conozco todos los temas más populares de esos géneros, pero a partir de esa acción mecánica de pinchar los discos, sin escucharlos demasiado. Cuando pasan los años y volvés a escuchar aquellos temas decís: “Pah, cómo me perdí de haber interpretado, o conocido, tal letra con otro detalle”. Y después, como mis hijos tienen distintas edades, y ya soy abuelo, hay momentos en que los que dominan la perilla son ellos.

Otra cosa que te gusta es la Fórmula 1.

En su momento la seguí muchísimo, porque me había transformado en hincha de Fernando Alonso. Después, cuando se empezaron a dar las sucesivas victorias de Lewis Hamilton medio que me aburrió. Y ahora encontré ‒eso sí que fue un hallazgo‒ una serie en Netflix que se llama Drive to Survive y revela todos los entretelones de la Fórmula 1. Es impresionante. Te lleva a que le des importancia, no al que gana, si no a los que están del puesto cuatro para abajo. Ves las fenomenales luchas entre equipos, dentro de los propios equipos, la necesidad de estar todo el tiempo vigente, y con un compañero al que le tenés que ganar. Se mueven fortunas siderales. La última temporada ya tiene que ver con la pandemia, y te das cuenta del impacto que ha tenido en ese tipo de espectáculos, de deportes; y con esa serie me reivindiqué con la Fórmula 1. Es un mundo fascinante. Ese ejemplo del block quirúrgico que uno a veces aplica en otros ámbitos, pensás “cómo tiene que estar organizado un equipo en un momento así” y enseguida te viene la imagen de esos tres, seis, siete segundos que necesita un equipo para volver a poner un auto en carrera. Esa frenada en los boxes, y que vos digas “cómo es posible este grado de coordinación. Son seres humanos, no son robots”. Son tipos entrenados para eso que hasta realizan ejercicios de gimnasia para estar preparados para ese momento.

Volviendo a la política, hace unos días le hiciste una entrevista a Danilo Astori y se habló sobre las posibilidades de un acuerdo nacional. En el Parlamento se instaló una comisión específica para la covid-19 que es no vinculante. ¿Crees que es posible alcanzar ese acuerdo nacional?

Voy a volver sobre una respuesta anterior. El gobierno actual ‒con el Partido Nacional y también a través de sus socios‒ va a querer mantenerse en el poder. Debe ser su objetivo, porque si no su gestión sería vista como un fracaso. A su vez, el Frente Amplio va a querer retomar el poder. Eso habla de una carrera electoral. Entonces mi duda es si se van a dejar de lado los legítimos intereses de estar en el gobierno para ir de buena fe al diálogo. A mí me gusta insistir con esto de la buena fe, y creo que también es muy uruguayo: tener confianza en el otro, hasta que el otro te decepciona. Pretendo mantener esperanzas y expectativas de que sobre la base de buena fe podamos construir algo ante una emergencia sanitaria. Estamos hablando de la vida misma. Acá hay familias que quedaron para siempre destrozadas, acá hay una sensación de vulnerabilidad, estamos en el mismo bolillero para la peor expresión de una enfermedad que todavía estamos conociendo. Si todo ese conjunto de elementos no nos hace recapacitar, reaccionar y actuar en consecuencia, buscando tender puentes, sería muy decepcionante. Así que yo espero, efectivamente, que un día se integre una mesa con algunas características. El gobierno está para gobierno, la oposición para aportar desde ese lugar, que no se confundan los roles, pero lo que decíamos antes: uno se enriquece con las ideas del otro. Estás convencido de una idea, viene otra persona con otro punto de vista, y lo terminás asimilando.

De todos modos, tal vez no tanto en la dimensión pública, pero acá todos hablan con todos, y vuelvo al país de cercanías. Recuerdo convocatorias de presidentes a expresidentes para pensar qué puede hacerse ante determinado tema. Por ejemplo, cuando Tabaré Vázquez llama a quienes habían sido presidentes para ver qué podría hacerse con una eventual renta petrolera. Ahí no hubo problemas, y era un tema sumamente delicado. Estamos ante una situación que excede muchísimo una administración o una gestión gubernamental, el que venga luego o el siguiente. Esto es una gestión a larguísimo plazo. Entonces ¿cómo voy a tener yo la arrogancia de suponer que una decisión mía va a tener todos los elementos considerados y todas las dimensiones? Yo llamo también a gente que ha estado en el ejercicio del poder para que pueda sumar su mirada.