Entre las muchas historias que están de moda, las de asesinos seriales rankean alto. Las series que reconstruyen su accionar, ya sean docudramas o sinceras ficciones, han poblado las pantallas, en una demostración de que estamos ante un subgénero que está lejos de agotarse.
Sin embargo, aunque uno podría englobar la nueva serie de Netflix La serpiente como parte del fenómeno, no se trata exactamente del mismo tipo de material. Acaso por las particularidades de su protagonista, acaso por la ambientación en Asia durante la década de 1970, acaso por su estructura de saltos cronológicos constantes que revisan varias veces lo presentado, claramente es una serie con alto interés propio y un resultado tremendamente efectivo que justifica el regreso de uno de los más potentes estrenos del servicio de streaming en tan sólo un par de semanas.
El asesino de hippies
Nacido en Saigón, hijo de madre vietnamita y padre francés afrodescendiente, Charles Sobhraj tuvo una juventud turbulenta en París, donde se había mudado junto a su madre, sus hermanos y el nuevo compañero de ella, un soldado. Ya entonces tuvo varias entradas en prisión por robo, estafa y actos de violencia.
Sin embargo, su verdadera carrera criminal comenzó en la década de 1970, cuando, primero acompañado por su esposa y luego en solitario, generó un verdadero culto de adláteres al montar un circuito de tráfico de joyas que se basaba esencialmente en el uso de los pasaportes de los turistas que asesinaba.
El proceder de Sobhraj era tan simple como despiadado: bajo una máscara de completa amabilidad, acogía en fiestas y recepciones a los turistas americanos y europeos que por aquel entonces recorrían ansiosos el camino hippie de la iluminación budista por Asia (como los Beatles, por ejemplo), a quienes solía ayudar en problemas que muchas veces generaba él mismo, para luego drogarlos, secuestrarlos, torturarlos y finalmente asesinarlos, quedándose después con los pasaportes y usarlos tanto él como sus cómplices para viajar impunemente por el mundo y vender las joyas que había comprado barato en Tailandia, donde había orquestado su operación.
Si bien había un interés pecuniario en sus acciones, Sobhraj repudiaba profundamente a los hippies, a quienes comparaba consigo mismo y todo lo que había tenido que sufrir por su condición de mestizo en Europa. Esto se reflejaba en los más de 12 asesinatos (aquellos que se le pudo probar) que cometió en un período de alrededor de tres años en Tailandia, Nepal e India, hasta que fue detenido por la Justicia luego de una larga y elaborada investigación, que es lo que da cuerpo a la serie que nos ocupa hoy.
El holandés de Bangkok
La serie, creada por Richard Warlow y Toby Finlay, divide su narración en dos claras líneas argumentales. Por un lado, seguimos a Alain Gatier, quien no es otro que Charles Sobhraj (interpretado por el ascendente Tahar Rahim, la razón número uno para no perderse la serie) y sus cómplices, con hincapié en Marie/Monique (Jenna Coleman, la razón número dos para no perderse la serie), su compañera, y Ajay (Amesh Edireweera), su brazo ejecutor.
En un cómodo complejo de Bangkok, Alain recibe constantemente turistas en sus fiestas, pero nosotros vemos su verdadero interés a medida que los secuestra y utiliza luego sus pasaportes. Y aunque el tono de la serie sea siempre el de un thriller y no caiga nunca en golpes bajos o efectismos, cabe advertir que por momentos es bastante dura y que maneja un nivel de tensión alto poco apropiado para gente nerviosa, porque las cosas que veremos son terribles.
La segunda línea argumental tiene como protagonista a Herman Knippenberg (Billy Howle), un diplomático holandés de tercer orden que se dispone a buscar a dos turistas compatriotas desaparecidos. De a poco, comienza a tirar de la punta de la madeja de las acciones perpetradas por Gatier/Sobhraj, involucrando luego en la investigación a su esposa Ángela (Ellie Bamber) y a Paul, un colega de la embajada de Bélgica (Tim McInnerny, un gran robaescenas). Pronto, la obsesión de Herman por el caso se verá justificada, a medida que los desaparecidos se multipliquen y el círculo que se cierra obligue a Sobhraj a ser más osado.
La estructura de la miniserie, orquestada en ocho episodios (que acaso sean algo extensos), es ir adelante y atrás en el tiempo, construyendo los trasfondos de sus personajes, revisitando sus acciones (en particular los crímenes), al tiempo que construye narrativamente la red criminal que el protagonista va orquestando y la caída que organizan sus antagonistas (esto lejos está de ser un spoiler, incluso sin consultar Wikipedia: la serie da comienzo en 1997, con Charles Sobhraj cumpliendo casi 20 años de prisión).
Con una notable reconstrucción de época y filmada in situ en todos los países que recorre, La serpiente es un notable drama criminal, que tiene aroma a novela de espías antes que de asesinos en serie, con un altísimo nivel actoral y una tensión dramática que se sostiene de manera pareja durante todos los episodios. Además, rescata el caso de un asesino serial no tan famoso en estas latitudes, pero particularmente interesante no tanto por sus horrendos crímenes sino por su manera de operar casi como el líder de una secta religiosa en la que él mismo era el pastor y profeta de unos seguidores dispuestos a cumplir las más terribles órdenes.
The Serpent, con Tahar Rahim. En Netflix.