Es muy fácil quejarse de las entregas de premios de Hollywood. Los Oscar son ombliguistas, los Globos de Oro son un puñado de ancianos blancos recibiendo regalos de la industria para que voten a Emily en París. Las alfombras rojas ya no son lo que eran cuando las cubrían Steve Kmetko y Jules Asner para E! Entertainment Television.

Mientras tanto se siguen organizando pencas, cada ceremonia nos deja al menos un chiste bueno para repasar en Twitter y la lista de nominados (y de ganadores) coloca series y películas dentro de nuestro radar. Las deja guardadas en nuestra memoria o, en mi caso, en una muy prolija hoja de cálculo de Google Drive.

Schitt’s Creek es una serie que estaba guardada en ese archivo desde que su sexta y última temporada lograra varios récords en los Emmy, como el haber conseguido los siete premios más importantes de su categoría: mejor comedia, mejor guion de comedia, mejor dirección de comedia, mejor actriz, mejor actor, mejor actriz de reparto y mejor actor de reparto.

Incluso después de haber logrado este triunfo en setiembre, no era sencillo verla desde estas latitudes de manera legal. Servicios como Claro Video ofrecían Paramount como agregado mediante un pago mensual, y después de haber enviado el dinero descubrí que Schitt’s Creek solamente estaba disponible doblada al español. Inserte un signo de interrogación entre paréntesis.

Aun así resistí una temporada y media, hasta que la llegada de la plataforma Paramount+ me permitió disfrutar (desde el comienzo) de las cinco primeras temporadas en su idioma original. La sexta y última todavía no ha sido sumada al catálogo.

¿Era para tanto?

Es difícil comenzar una serie cuando viene de ganar todo. Uno está esperando que le provoque carcajadas, incluso en los primeros episodios. Prácticamente todas las series de televisión se toman un tiempo de maduración y con esta sucedió lo mismo. Pero hablemos de la trama.

Todo comienza cuando los Rose, una familia muy adinerada gracias al negocio de los videoclubes, pierde su fortuna y sus posesiones de un día para el otro. Lo único que les queda es el pueblito del nombre, que años atrás papá Johhny (Eugene Levy) le había regalado a su hijo David (Dan Levy) porque le hacía gracia el nombre. Junto a mamá Moira (Catherine O’Hara) y la otra hija Alexis (Annie Murphy), terminan sucuchados en un hotel en medio de la nada, luchando por mantener algo de su anterior estilo de vida y fracasando una y otra vez en esa tarea.

Los primeros episodios sirven para conocer a la fauna local, y los guionistas se alejan de toda clase de chiste fácil hacia quienes podrían denominarse white trash, a excepción quizá del alcalde Roland Scheet (Chris Elliot) y su esposa Jocelyn (Jennifer Robertson). Pero incluso ellos irán creciendo como personajes a lo largo de la serie. Si alguien queda del lado ofensivo del chiste, son los insoportables Rose.

Esta situación no se mantendrá por mucho tiempo, así que de a poco empezaremos a quererlos. El patriarca Johnny es el primero que baja la cabeza y asume que deberá ponerse a trabajar para ganarse el pan, mientras que a su esposa le costará resignarse a dejar atrás la vida del jet set y la mencionada alfombra de color rojo. O’Hara es perfecta en el rol de actriz que ya fue, precisamente porque todavía lo sigue siendo.

La que se roba los aplausos en las primeras temporadas es Murphy en el papel de Alexis. Lógicamente malcriada y poseedora de anécdotas casi imposibles, usa a un par de habitantes del pueblo como si fueran objetos. El humor que surge desde su personalidad hueca es tan bueno que cuando su personaje evoluciona es imposible no extrañar los orígenes.

Por último, David también era un niño mimado y ahora es otro adulto inoperante, que también irá creciendo gracias a su amistad con la recepcionista del hotel, Stevie (Emily Hampshire), y luego como parte de una historia de amor que arrancará más de un suspiro entre los espectadores.

Es que si algo no tiene la serie son grandes fracasos. No corre aquello de “sin abrazos, sin crecimiento” de Seinfeld, ni tampoco la fórmula del éxito de Los Simpson, que hacía que los protagonistas siempre perdieran, incluso (especialmente) cuando ganaban. Por temas dramáticos está claro que el camino de los Rose será lento y cuesta arriba, pero esta familia se merecerá varias de las cosas buenas que le ocurran.

Schitt’s Creek va creciendo en uno hasta ser realmente disfrutable, aunque en las cinco temporadas no he visto algo digno de romper todos los récords en cuanto a premiaciones. Teniendo en cuenta ese detalle, es una gran recomendación para los amantes de las sitcoms tradicionales.

Schitt’s Creek, de Eugene y Dan Levy. Disponible en Paramount+.