Una saga de videojuegos creada en 1986 en Japón por la popular Konami, que ha caracoleado hasta hoy con nuevas reinterpretaciones (más de 40 entregas entre juegos originales, secuelas, expansiones, derivados, etcétera) era alimento más que apetecible para las siempre famélicas adaptaciones audiovisuales.

Considerando que los propios videojuegos tenían sus fans y que sus personajes eran reconocibles –algo por demás sencillo cuando tu mayor villano no es otro que Drácula–, es curioso que hayamos tenido que esperar hasta 2018 para encontrar una adaptación notoria y de alta producción, que busca ordeñar las muchas posibilidades de éxito latentes en Castlevania.

Dicha adaptación llegó de la mano de Netflix y del popular guionista de historietas Warren Ellis. Pese a la expectativa, su impacto fue moderado. La primera temporada puso las piezas sobre el tablero en escasos cuatro episodios, que consiguieron tranquilizar a los fans (estaba allí todo lo que esperaban: los Belmont, Drácula y elementos puntuales de la mitología de Castlevania) y también sirvieron como presentación para aquellos legos que, como quien firma, apenas pescaban la idea original de oídas.

El mundo de Castlevania era uno donde un enamorado Drácula se alejaba de su mundo del horror para tener una familia, pero todo salía mal cuando intervenía la iglesia (con su correspondiente Inquisición). Asesinan a la esposa del vampiro, que se embarca en un demencial raid de exterminio de la humanidad. Y eso era todo: una preparación de algo mayor, que dejaba sabor a poco.

A pesar de las innegables buenas intenciones, aquel modesto inicio no sugería lo que tenemos ahora, cuatro años y cuatro temporadas después: una aventura épica sangrienta, tan entretenida como compleja.

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Hagamos un racconto de lo ocurrido hasta aquí. Drácula iniciaba su plan de venganza abriendo literalmente las puertas del infierno para convocar a una corte de vampiros y diseñar un avance que se presumía devastador.

Pero enfrente aparecía nuestro trío protagónico: Trevor Belmont, el último de una gran familia de cazadores de vampiros; Sypha Belnades, una hechicera de enorme poder; y Adrian Alucard Tepes, el mismísimo hijo de Drácula junto a su esposa humana. Este trío, sumado a las propias indecisiones del conde, que promediando su plan tenía bastantes dudas, terminaba por detener el exterminio original ya en la segunda temporada. Acabada la amenaza principal, entonces, ¿qué se contaría ahora que ya no estaba el enemigo principal a vencer?

Allí, precisamente, Castlevania se volvió la gran serie animada que es hoy. Porque diversificó por completo su argumento, expandió su universo, y puso en primer plano a un elenco de personajes interesantísimos, cada cual con su propio arco e intenciones.

Obviamente, allí quedaron Belmont, Sypha y Alucard; los dos primeros, cazando demonios que permanecían en nuestro mundo, luego de ser convocados por Drácula, y el tercero, haciéndose cargo del castillo mágico de su padre. Además, la historia siguió los destinos de otros: Carmilla –la más importante de los vampiros sobrevivientes de la corte de Drácula–, que de regreso a su hogar y junto a sus hermanas planea ejecutar el mismo plan que el vampiro mayor malogró; e Isaac y Héctor, los dos brujos humanos al servicio del mal, cuyos caminos se bifurcaban y ahora se veían enfrentados. Aparecían personajes nuevos –como el alquimista Saint Germain– y todos tenían por delante un objetivo, un camino a recorrer, una historia que contar.

Resolución

Esta cuarta y última temporada es el final de todos estos caminos, de todas estas historias. Y es notable el cuidado –el mimo, en una palabra– que Warren Ellis y su equipo ponen en cada una de ellas, a cada uno de los enfrentamientos, en cada uno de los desenlaces, en cómo redoblan los peligros –con un plan ejecutado por los pocos vampiros restantes: resucitar a Drácula– pero, al mismo tiempo, en cómo aprovechan el arco narrativo o viaje de cada uno de sus personajes para contar algo diferente.

Así, por ejemplo, el forjador Isaac pasa de ser un simple adlátere del malo a ser el personaje más interesante de la serie por derecho propio, recorriendo un camino del héroe a la inversa que lo lleva a entender y entenderse de manera mucho más humana y compleja. En otro plano, la pareja que se conforma entre Trevor y Sypha se torna creíble, divertida, fallida y por completo verosímil, a medida que pelean y pelean y pelean incansablemente contra las indetenibles amenazas. El mismo Alucard, que con golpes y tropezones en su camino, se reencuentra con su humanidad.

Estas transformaciones ocurren al ritmo de brutales batallas a cual más sangrienta, con desbordes de hemoglobina, escenas gore de primer nivel y un tempo arrollador que hace que los diez episodios que conforman esta temporada se escurran como agua entre los dedos.

Como nota final, destacar –por fin– la propia animación. Si hasta ahora, quizá producto de un asunto de presupuesto, Castlevania no había deslumbrado nunca por su arte visual –siempre algo anónimo, siempre desangelado– es en esta temporada de cierre, cuando toda la carne está sobre el asador, que se consiguen momentos visualmente espectaculares, con clímax en la batalla final. La calidad gráfica de la serie redondea un cierre de altísimo nivel.

Castlevania, adaptada por Warren Ellis. En Netflix.