Podemos entender el trabajo en su sentido más profundo, que implica una buena cantidad de significados connotados y denotados: el derecho a tenerlo, a conseguirlo y a que sea digno, es decir, en buenas condiciones y con salario acorde para mucho más que vivir. O verlo como metonimia que engloba a la clase obrera, con sus luchas y reivindicaciones, las de ayer, las de hoy y las de pasado mañana, inherentes a los primeros significados. Para la Real Academia Española es el “esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza, en contraposición a capital”. Pero también está el trabajo en su sentido más lineal y descriptivo: hacer algo para alguien a cambio de dinero. Asimismo, el trabajo como lugar, un espacio físico en el que pasan demasiadas cosas o ninguna, que a veces se vuelve tedioso y nos impulsa a escapar de él.

Hay canciones para casi cualquier cosa de este mundo, y también para la infinidad de definiciones, conceptos y acepciones de trabajo, desde las más serias y reivindicativas hasta las más pavas y picarescas. Por eso, qué mejor que un 1º de Mayo para tomarnos el trabajo de repasar algunas de esas canciones y, de paso, escucharlas.

Foto del artículo 'Más allá de “La Internacional”: un repaso por el cancionero del trabajo'

De pique hay una que está fuera de concurso, porque es la más conocida; de hecho, es un himno –y suena como tal– del movimiento obrero, “La Internacional”, con letra del francés Eugène Pottier y música del belga Pierre Degeyter, que la terminó de pulir en 1888 y luego de su publicación tuvo varias versiones con cambios en la letra. “¡Arriba, parias de la Tierra! / ¡En pie, famélica legión! / Atruena la razón en marcha: / es el fin de la opresión”, dice la primera estrofa de la versión original que, al igual que los primeros versos de la “La Marsellesa”, demuestra que los franceses manejan bastante bien eso de alentar a las masas.

Por acá, en 1968 Daniel Viglietti publicó el disco Canciones para el hombre nuevo, con un conjunto de piezas que están impregnadas por el espíritu revolucionario sesentista. Algunas de ellas enseguida se volvieron himnos de la música popular uruguaya, como “A desalambrar”. Pero en aquel disco también estaba “Me matan si no trabajo”, cuya letra es del poeta cubano Nicolás Guillén, concreta y directa, que dice mucho también en lo que no expresa: “Me matan si no trabajo / y si trabajo me matan. / Siempre me matan, me matan, ay, / siempre me matan. [...] / Ayer vi a un niño jugando / a que mataba a otro niño. / Hay niños que se parecen / a los hombres trabajando”.

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Apenas dos años después, allá en el norte, John Lennon lanzaba su primer disco solista, que incluía la canción “Working Class Hero”. A simple escucha, por su música y por su título –“héroe de la clase obrera”– puede parecer una canción a lo Bob Dylan, pero como gran parte de lo que hizo aquel muchacho de lentes nacido en Liverpool, tiene una buena dosis de ironía y cinismo. No es tanto una reivindicación de la clase trabajadora como una visión apocalíptica del sistema: “Te lastiman en casa y te pegan en la escuela, / te odian si sos listo y desprecian al tonto. [...] Después de torturarte y asustarte 20 años, / esperan que elijas una carrera”.

Pero oportunidades profesionales son las que nunca llegan, cantaba Joe Strummer en la rabiosa “Career Opportunities”, del homónimo disco debut de The Clash, publicado en 1977, uno de los álbumes seminales del punk británico, en música y letras. “Me ofrecieron la oficina, / me ofrecieron la tienda, / me dijeron que mejor agarrara cualquiera cosa de las que tienen. / ¿Querés hacer té en la BBC? / ¿Querés ser, de verdad querés ser policía?”.

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El punk más auténtico –en un sentido completo, no sólo de estética musical– suele tener más conciencia social que la media del rock y va directo al hueso, sin adornos. Por eso no es casualidad que los vascos de La Polla Records, uno de los emblemas del género en habla hispana, haya compuesto la canción “No somos nada”, que da el puntapié inicial del disco homónimo, de 1987. Algunos de sus versos dicen: “Somos los nietos de los obreros que nunca pudisteis matar, / somos los nietos de los que perdieron la Guerra Civil / ¡No somos nada! / ¡No somos nada!”.

Albañil yo soy

Hay canciones que funcionan por sinécdoque: no versan sobre el trabajo en general sino sobre uno en particular, que puede ser tristemente representativo del sufrimiento, la injusticia social y de romperse el lomo por las migajas de una torta que disfruta un patrón obeso. Al hincarle el diente al detalle, terminan siendo incluso más emblemáticas que otras canciones más genéricas.

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Una de las más famosas es la criolla “El arriero”, del argentino Atahualpa Yupanqui, editada originalmente en 1944, que tendría muchas versiones, empezando por la coral y armoniosa de Los Chalchaleros y terminando con el enfoque a lo Jimi Hendrix de Divididos. “En las arenas bailan los remolinos, / el sol juega en el brillo del pedregal, / y prendido a la magia de los caminos, / el arriero va, el arriero va”.

Además de la fineza descriptiva del paisaje, es decir, de la “oficina” del arriero, con una gran dosis de prosopopeya (la personificación de lo inanimado: “lo saludan las flautas del pajonal”), Yupanqui supo condensar en una estrofa la oposición entre trabajo y capital que define la RAE: “Las penas y las vaquitas se van / por la misma senda. / Las penas son de nosotros, / las vaquitas son ajenas”.

“Albañil yo soy / de profesión, / desde el amanecer / hasta que cae el sol”, cantaba Jorge Lazaroff en “Albañil”, que abre su homónimo primer disco solista, de 1979. Es una canción que debería enseñarse en la escuela. Primero, porque musicalmente está entre lo más fino de Lazaroff (la letra es del argentino Higinio Mena), empezando por el arpegio de guitarra, la armonía, la melodía y la interpretación –incluido el pegadizo laraleo–; segundo, porque el texto tira verdades en cada estrofa, de esas que a algunos nos parecerán obvias pero a tantos otros no, porque no pueden o no quieren.

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“Albañil yo soy, / de profesión; / todas las casas que hay / las hago yo. / Albañil yo soy, / ¿qué le parece, don? / Hasta que digan nones / un día los riñones. / Hasta que diga planto / de golpe el espinazo”.

Volviendo a Argentina, el músico Carlos Alberto García, más conocido como Charly, para el disco La hija de la lágrima (1994) grabó una canción marca de la casa, bipolar (arranca como un rockabilly al palo y luego se transforma de golpe en una balada onírica), titulada “Workin’ In The Morning”: “Gente trabajando, gente, / máquinas a mi alrededor, / nada puede parar de andar, / nada puede andar peor”.

No vayas al puerto

“Declaran la huelga, / hay hambre en las casas, / es mucho el trabajo / y poco el jornal; / y en ese entrevero / de luchas sangrientas / se venga de un hombre / la ley patronal”, canta nada menos que Carlos Gardel al arrancar “Al pie de la Santa Cruz”, un tango de 1933 compuesto por Enrique Delfino y Mario Battistella.

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El género del 2x4 parió varias canciones que si bien no están centradas de lleno en las reivindicaciones laborales, dan algunas pinceladas sobre la injusticia social, en su mayoría enfocadas en la oposición obrero/patrón. No es casualidad que muchas de ellas sean de principios de la década del 30, es decir, poscrisis de 1929.

Uno de los tangos más legendarios de esa época es “Acquaforte” (1932), compuesto por Horacio Pettorossi y Juan Carlos Marambio Catán, que narra “la eterna y triste fiesta de los que viven al ritmo de un gotán”. Es otra vez Gardel el que canta, sobre las guitarras de Barbieri, Pettorossi, Riverol y Vivas: “Un viejo verde que gasta su dinero / emborrachando a Lulú con su champán / hoy le negó el aumento a un pobre obrero / que le pidió un pedazo más de pan”. En esos versos hay algo de crítica social, aunque, claro, no es muy profunda y tiene más aire compasivo –por el pobre obrero– que de lucha –contra el patrón–.

Pero en el tango también está la veta canchera, picaresca y atorranta, que ve en el trabajo algo digno de ser esquivado. En “Seguí mi consejo” (1929), de Salvador Merico y Eduardo Trongé, el mismo Gardel canta –en uno de los tangos con más lunfardo que hay–: “Rechiflate del laburo, no trabajes pa’ los ranas, / tirate a muerto y vivila como la vive un bacán. / Cuidate del surmenage, dejate de hacer macanas, / dormila en colchón de plumas y morfala con champán”.

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Es curioso cómo en estos ejemplos la palabra “trabajo” se usa cuando se trata de una canción de tono serio y algo de crítica social, y “laburo” –como se sabe, lunfardo rioplatense que viene del tano lavoro– para cuando se quiere eludir, justamente, las tareas laborales. Gardel sigue cantando y aconseja: “Aprendé de mí que ya estoy jubilado, / no vayas al puerto, te puede tentar. / Hay mucho laburo, te rompés el lomo, / y no es de hombre pierna ir a trabajar”.

Blues del trabajador

“Por favor no me hables de trabajo, / estoy con tierra hasta los ojos, / con trabajo, con trabajo. / ¿Cuántos dólares, cuántas ventas? / ¿Cuántos mentirosos, cuántos cuentos? / ¿Cuántos insultos debés recibir en esta vida? / Estoy en la cárcel la mayor parte del día”, canta Lou Reed en “Don’t Talk to Me About Work” (1983), una canción bastante depresiva, incluso para sus cánones.

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En “I Can’t Wait To Get Off Work”, una balada jazzera de 1976, Tom Waits también expresa su hastío por el trabajo, no sólo por la actividad en sí sino porque además está enamorado y quiere ver a su novia: “No puedo esperar a salir del trabajo y ver a mi nena, / me estará esperando con una revista. / Limpia los baños y límpialos bien, / ay, amor, ojalá vinieras / hasta acá y me hicieras caer a tus pies de un barrido, / esta escoba tendrá que ser mi nena. / Si me apuro podría salir / antes de la primera luz del amanecer”.

Bruce Springsteen, que suele impregnar a sus canciones con bastante espíritu de clase obrera, para el disco Darkness on the Edge of Town (1978) grabó “The Factory”, una triste canción sobre el trabajo rutinario en una fábrica. “De mañana, bien temprano, silba la fábrica, / el hombre se levanta de la cama y se viste. / El hombre toma su almuerzo, sale a la luz de la mañana, / es el trabajo, el trabajo, sólo la vida laboral”.

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En el terreno de la música afroestadounidense, hay varias que abrazan el tema, desde distintos ángulos, como “Work for Your Money”, de Howlin’ Wolf. Y una joya bastante desconocida como “Stop Working Blues”, del también blusero y capo de la armónica Slim Harpo, en la que canta que mientras más trabaja, le parece que menos tiene. La tradicional “I’m Working on a Building”, que grabó medio mundo, desde Elvis Presley hasta John Fogerty, versa sobre trabajar en la construcción de un edificio aguantándose la mancha de sangre, pero todo sea por el Señor, que premia con el Cielo... Ya que estamos, hablando de Fogerty, en el primer disco de Creedence, de 1968, tenemos “The Working Man”, en la que canta que nació un domingo y el jueves le dieron un trabajo. “Nunca tuve un día libre, / desde que supe distinguir lo bueno de lo malo”.

Pero en la música popular estadounidense no podía ser otro que el bardo de Duluth, Dylan, el que se despachara con una canción de seis minutos titulada “Workingman’s Blues #2” (“Blues del trabajador #2”), incluida en su disco Modern Times (2006). “La bruma de la tarde se posa sobre la ciudad, / luz de estrellas al borde del arroyo. / El poder adquisitivo de la clase obrera se vino abajo, / el dinero se encoje y flaquea”, dicen los primeros versos, que no parecen actuales...

Como es común en todo lo que escribe Dylan, en medio verso nos hace estallar una verdad en la cara y al final de la canción nos recuerda que “algunos no han trabajado en su vida, / no saben qué significa el trabajo”.

Sería una macana...

“Lunes, sí, primer día de semana, / sería una macana si vamo’ a trabajar. / No vamo’ a trabajar, no vamo’ a trabajar”, cantaba el argentino Rodolfo Zapata, pope del folclore picaresco, en “No vamo’ a trabajar”, el máximo himno en broma para tener excusas para eludir el laburo. “Esta nos gusta a todos”, decía siempre, riendo, Zapata, antes de tocarla en vivo. El cantautor se tomó el trabajo de escribir una letra que consigna una excusa para cada uno de los siete días de la semana. Para este 1° de Mayo, que justo cayó un fin de semana, correspondía esta estrofa: “Sábado, sí, se trabaja medio día, / total por medio día, ¿pa’ qué vamo’ a trabajar?”.